"Terrenal", una peculiar historia de Caín y Abel en clave ácrata y tragicómica


Sorprendente, distinta, original y, sin embargo, familiar y cercana para el conocedor de las más arriesgadas e innovadoras corrientes literarias y escénicas del siglo XX, nos ha parecido Terrenal. Pequeño misterio ácrata, uno de los fenómenos teatrales más importantes del circuito independiente bonaerense de los últimos años, que, desde su estreno en 2014, ha recorrido gran parte de Hispanoamérica y cosechado numerosos premios que avalan su exitosa trayectoria.

Desde el pasado 17 de octubre, el Teatro de la Abadía, en su sala Juan de la Cruz, acoge esta singular pieza escrita por el veterano y destacado representante del teatro argentino contemporáneo Mauricio Kartun (San Martín, 1946), quien dirige asimismo un montaje prácticamente desnudo de adorno escenográfico -solo unas bambalinas y un desvencijado cortinaje de boca que enmarcan la acción, aportándole una dimensión de distanciada metateatralidad, de cuento imaginario, de juguete escénico- donde el virtuosismo de los tres actores que intervienen en la historia y el mensaje de un texto de gran calidad asumen todo el protagonismo. También contribuye a crear ese espacio de atemporal irrealidad, con cierto aire de cine mudo en blanco y negro, el excelente vestuario ideado por la escenógrafa Gabriela Aurora Fernández, que recuerda el atuendo de Laurel y Hardy o del propio Charlot, a quienes remite asimismo el tragicómico aspecto de los personajes principales de la pieza, cuyo exagerado maquillaje y sus finos bigotes dibujados sobre el labio, o las dos lágrimas pintadas bajo el ojo de Abel, nos trasladan tanto al citado mundo de remoto ensueño cinematográfico como al inquietante y no menos tragicómico humor del mimo y el payaso.

Partiendo de la mítica historia de los hermanos bíblicos Caín (Claudio Martínez Bel) y Abel (Claudio Da Passano), que han sido trasladados por el autor a un espacio intemporal, de claro sabor argentino, de cuya idiosincrasia lingüística y cultural hace gala el texto y en el que asoma con nitidez -desde que hace su aparición Tatita (Rafael Bruza), el abuelo creador- el mundo gauchesco de Martín Fierro, asistimos a una recreación alegórica del enfrentamiento entre el bien y el mal, la inocencia y la usura, el desprendimiento y la envidia, con una intencionalidad de fondo social que supone un no disimulado ataque contra el capitalismo, pero también una reflexión de alcance individual y sentido moral, destinada a explicar y denunciar lo que es hoy la sociedad en su conjunto. Esto es lo que hace que el texto se eleve por encima de la singularidad argentina para convertirse en una obra de alcance universal.

Una verdadera joya se nos antoja un texto enraizado, como anunciábamos, en las más avanzadas y sobresalientes estéticas escénicas. Meyerhold, Michael Chéjov, Copeau, Lecoq, Kantor... toda una amalgama de influencias del teatro más vanguardista de la primera mitad del siglo XX, entre las que destaca con nitidez la huella del absurdo existencial beckettiano -resulta imposible no pensar en Esperando a Godot al inicio de la historia- y de un expresionismo esperpéntico que nos remite a Valle-Inclán, pueden percibirse en un texto y un montaje que nos trasladan asimismo al cine de humor de los años veinte y treinta, en el que Mauricio Kartun parece haberse inspirado para crear su obra. Especialmente reconocible es la conexión entre Caín y Abel con Hardy y Stan Laurel - el Gordo y el Flaco-, respectivamente, cuyo aspecto físico, maneras y relación, en cierto modo, recuerdan a los de este célebre dúo cómico que hizo del slapstick -humor basado en una falsa violencia física, exagerada y risible, habitual en los dibujos animados- el principal gag de sus trabajos.

No nos resta más que destacar y elogiar el brillante trabajo realizado por los tres actores que conforman el reparto, Claudio Martínez Bel, Claudio Da Passano y Rafael Bruza, que realizan un verdadero ejercicio de virtuosismo escénico en sus respectivas interpretaciones. Con una técnica depurada y un absoluto control del cuerpo y de la voz, consiguen construir tres personajes individualizados, extraídos de una viñeta cómica, con la suficiente entidad -desde el distanciamiento que otorga la convención teatral más absoluta- como para ser totalmente convincentes y creíbles en su personalidad y sus actos.

Una excelente oportunidad de apreciar una apuesta teatral distinta, de alta calidad, y de conocer la obra de uno de los representantes más destacados del teatro argentino, es la que se ofrece estos días en el Teatro de La Abadía, donde, hasta el próximo 3 de noviembre, podrá seguir disfrutándose Terrenal. Pequeño misterio ácrata.

José Luis González Subías

Fotografías: Sofía Montecchiari y Fernando Lendoiro

Comentarios

Entradas populares de este blog

Una "paradoja del comediante" tan necesaria y actual como hace doscientos años

"Romeo y Julieta despiertan..." para seguir durmiendo

"La ilusión conyugal", un comedia de enredo donde la verdad y la mentira se miran a los ojos