Eduardo Galán desnuda las miserias de una sociedad "ideal" a través de los ojos de Oscar Wilde


Tras varios meses de exitosa andadura por tierras españolas tras su estreno, el 16 de febrero de 2019, en el Teatro Victoria Eugenia de San Sebastián, acaba de presentarse en Madrid Un marido ideal, la nueva entrega del dramaturgo Eduardo Galán (Madrid, 1957), que a lo largo de su dilatada carrera al servicio de la escena ha prestado un especial interés a la creación de versiones y adaptaciones de conocidos textos de la literatura -no solo dramática-, a los que ha aportado su peculiar personalidad dramatúrgica, firmemente adquirida y mostrada en una producción original que supera las treinta obras.

No es la primera vez que Galán decide versionar a Oscar Wilde (1854-1900), de quien ya adaptó para la escena española, en 2007, La importancia de llamarse Ernesto. Es indudable la atracción y afinidad que el dramaturgo español siente por el irlandés, cuyo inteligente sentido del arte dramático, su fino humor crítico y su acerada ironía no distan demasiado de la concepción que su adaptador tiene de la comedia. Y esta complicidad se pone de manifiesto en la excelente versión de Un marido ideal -junto con la anterior, además de El abanico de Lady Windermere y Una mujer sin importancia, una de las conocidas como "cuatro comedias divertidas para gente seria- que acaba de estrenarse en el Teatro Príncipe Gran Vía y permanecerá en cartel hasta el 4 de enero.

Aunque bastante más de cien años han transcurrido desde que esta obra viera la luz en el Londres finisecular victoriano, su contenido es lo bastante actual como para que la situación planteada en escena, así como muchas de las muy ingeniosas afirmaciones sobre la sociedad y el género humano vertidas por el dramaturgo irlandés sean hoy de absoluta actualidad. La hipocresía, el cinismo, la corrupción y el interés se ponen de manifiesto en esta comedia protagonizada por cinco representantes de la alta sociedad británica de aquel y cualquier otro tiempo y lugar, cuya trama gira en torno a un marido y político ideal (Sir Robert Chiltern) que ve amenazada su brillante carrera y su feliz estado conyugal por una intrigante periodista (Laura Cheveley) que lo chantajea con hacer públicas unas comprometedoras cartas que echarían por tierra su imagen de político íntegro y honrado decidido a combatir la corrupción, y harían peligrar incluso su matrimonio.

La intachable conducta moral de Sir Robert (Juanjo Artero), pero también de Lady Chiltern (María Besant), cuya firme intolerancia frente a las flaquezas humanas se ve asimismo comprometida por unas nuevas cartas que relacionan a esta con el mejor amigo de su esposo, Lord Arhur Goring (Dani Muriel), es cuestionada en una obra donde los personajes quizá mejor tratados -los más auténticos- son el cínico y hedonista Lord Arthur, claro trasunto de Oscar Wilde, e incluso la frívola Mabel Chiltern (Ania Hernández), quienes desde su aparente superficialidad y desenfado "infantil" -descaro en el caso de Arthur- resultan los personajes más sinceros y simpáticos de la trama. La fantástica interpretación de estos por parte de Dani Muriel y Ania Hernández, quienes rezuman complicidad sobre el escenario, nos proporcionan algunos de los más divertidos y chispeantes momentos de la comedia.

Frente a todos ellos se alza, antagónicamente, el personaje de Laura Cheveley (Candela Serrat), la artífice de la intriga urdida en torno al matrimonio, cuyo objetivo es conseguir de Sir Robert, ministro de asuntos exteriores, el apoyo a sus intereses en torno a la construcción de un canal del que espera obtener grandes beneficios.

Si Eduardo Galán ha sabido extraer a la comedia su máxima potencialidad para ser llevada a la escena de nuestro siglo sin que las numerosas máximas y sentencias ingeniosas con que el dramaturgo dublinés adorna sus textos -a las que Galán ha añadido incluso algunas tomadas de otras piezas-, y que caracterizan su estilo, dificulten la marcha de la acción, corresponde a Juan Carlos Pérez de la Fuente el mérito de haber orquestado un montaje caracterizado por una elegancia y distinción acordes con el "espíritu" de la pieza, y haber sabido darle un intemporal aire de modernidad; gracias, especialmente, a la ambientación musical de Tuti Fernández y algunos detalles "expresionistas" del mobiliario, junto con una sugerente escenografía -obra del director- que insinúa con mínimos recursos la ampulosidad del ambiente aristocrático altoburgués en un entorno de aire cinematográfico y radiofónico -el micrófono con que Robert Children se dirige al público al inicio de la acción, y que sirve de cierre, se convierte en un elemento imprescindible de la representación-. Especial relevancia tienen asimismo en el montaje la iluminación diseñada por José Manuel Guerra, acorde con la brillantez de los espacios y ese mundo de plató televisivo en el que, por momentos, parecemos encontrarnos, y la elegancia del vestuario diseñado por Adnan Al-Abrash.  

Los guiños se suceden en una pieza de humor contenido y siempre medido, que busca -y consigue- el perfecto equilibrio -lo que en el siglo XIX se denominaba la pièce bien fait-, y cuyo ritmo escénico, siempre dinámico, mantiene en todo momento el interés por cuanto sucede en escena.

Otro, y no en último lugar, de los grandes aciertos de esta comedia es el excelente trabajo de los cinco actores que componen el reparto: Candela Serrat encarna a una Laura Cheveley creíble y dueña de su personaje. Le corresponde a María Besant, actriz de probada solvencia, cuyo trabajo hemos elogiado en repetidas ocasiones en estas páginas, dar vida a Lady Chiltern. Por su parte, Juanjo Artero lo hace con un Sir Robert real y sincero, que nos ofrece algunos momentos de honda y sentida intensidad. Dani Muriel interpreta a Lord Arthur, el personaje mejor tratado por el autor y que el actor hace suyo, imprimiéndole un distinguido aire wildiano lleno de distinción y comicidad que nos encandiló. Como lo hizo Ania Hernández, a quien auguramos un prometedor futuro en la profesión, en un papel como Mabel Chiltern que decididamente borda.

Una comedia entretenida, en fin, que apunta con seriedad a algunos de los defectos de la sociedad de ayer, hoy y -nos tememos- mañana, con el incisivo ingenio de una de las mentes más chispeantes y brillantes de la dramaturgia occidental contemporánea, es lo que encontrarán quienes se acerquen al Teatro Príncipe Gran Vía, donde los aguarda Un marido ideal hasta el 4 de enero.

José Luis González Subías

Fotografías: Pedro Gato

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