Israel Elejalde encarna a un Ricardo III adaptado a la histriónica realidad de nuestro tiempo


"No se engañe nadie, no..." decía el poeta, y nos apropiamos de sus palabras para iniciar la reseña de un montaje complejo y difícil, que ha devuelto al escenario nada menos que a Ricardo III, ese rey inmortalizado por Shakespeare hace más de cuatrocientos años y que Miguel del Arco ha querido resucitar de nuevo sobre las tablas del Teatro Pavón Kamikaze, en una particular versión libre -o reescritura, como el mismo director confiesa- de la última y más importante de las tragedias shakespearianas escritas sobre la historia de Inglaterra, a finales del siglo XVI.  

Algo de fascinador tiene este personaje, capaz de cometer las mayores atrocidades imaginables sin ápice de remordimiento alguno. Aún recordamos las adaptaciones llevadas a escena por Ricardo Iniesta (2010), Carlos Martín -a partir de una dramaturgia de Sanchis Sinisterra- (2014) y Eduardo Vasco -en versión de Yolanda Pallín- (2016); a las que no ha tardado en sumarse este Ricardo III dirigido y versionado -junto con Antonio Rojano- por Miguel del Arco. Y es que el mal es una constante en la historia del género humano que el arte ha sabido utilizar como motivo de reflexión y sublimación estética de una parte de nosotros mismos, que rechazamos y preferimos esconder, pero a la que no podemos dejar de mirar, quizá para no olvidar quiénes somos o lo que podemos llegar a ser.

Traído a la realidad más polémica y candente de una actualidad reconocible en el vestuario, los guiños a las nuevas tecnologías y las modas de nuestro tiempo, junto con otros no pocos anacronismos que tratan de acercar el montaje a una España de hoy -"de Carnaval vestida", que diría Machado- que ha sustituido la charanga y la pandereta por el móvil y un progresismo prêt-à-porter que juega a la modernidad con las marionetas del pasado, el Ricardo III de Miguel del Arco mantiene -y acentúa- el sentido crítico de un texto donde las corruptelas en torno al poder se muestran al desnudo; y lo hace potenciando la comicidad latente en la tragedia del dramaturgo inglés, maestro de la ironía y el cinismo, a partir de la parodia y la burla. 

El director ha planteado el montaje de esta tragedia convirtiéndola en puro show, un espectáculo y un complot del que nos hace cómplices con la premeditada ruptura de la cuarta pared desde el inicio mismo de la acción, con añadidos de su cosecha, remarcado en esa simbólica barra de pie de micro que Ricardo de Gloucester (Israel Elejalde) utiliza como cetro, arma y bastón, dando a sus apartes el aire de una estrella del rock que se dirige a sus seguidores en la intimidad que concede la caricia del micrófono. El intento de conectar con el público y hacer digerible la densidad de un texto de más de dos horas de duración quizá sea la causa de muchos de los anacronismos y guiños de actualidad introducidos, que en algunos casos resultan verdaderamente ingeniosos. Destacable es asimismo el ritmo aportado a la acción por Miguel del Arco, las soluciones que ofrece para resolver las distintas muertes que se suceden en escena y la efectividad de un espacio vacío -con una ligera inclinación ascendente en la superficie- presidido por un fondo sobre el que se proyectan en todo momento sugerentes imágenes que ilustran los acontecimientos y el ambiente de abstracción fantasmal que envuelve a los personajes.

"Ricardo ama a Ricardo" es el principio que el director emplea en el montaje como justificación ególatra de un ser carente de escrúpulos, moral y conciencia, que recurre a la corrupción, el engaño, la manipulación, el asesinato y el poder de las fake news y los medios de comunicación para imponer su oscura voluntad. Pero nuestra percepción respecto al motivo de sus actos, sin descartar lo anterior, es muy distinta: Ricardo no ama a Ricardo. Solo un profundo dolor, oculto a los ojos de quienes lo rodean, y la falta de aprecio por uno mismo pueden justificar y engendrar tan profundo desprecio por los otros. Ricardo III es un psicópata carente de empatía alguna más allá de sí mismo, lo que le permite actuar con imperturbable frialdad, sin remordimientos. Un personaje de gran altura y complejidad psicológica, digno de Shakespeare; una verdadera encarnación del mal, asimilable a cualquier época, nacida de la frustración, los complejos personales, la ambición desmedida, la envidia y el obsesivo afán de poder de un ser perturbado que trata de ocultar la vergüenza de su deformidad física congénita -es contrahecho-, a través del dominio, la humillación y el sufrimiento de quienes le hacen sentir inferior o en peligro.

Un papel que todo actor desearía alguna vez representar, reservado solo para los más grandes, entre los que no nos cabe duda se incluye Israel Elejalde. Su personal interpretación de Ricardo III quedará en nuestro recuerdo, así como el conjunto de un montaje sorprendente en muchos aspectos, que, más allá de criterios personales respecto al uso de los clásicos en nuestros días, ofrece un espectáculo de alto valor escénico, original, distinto y arriesgado, que no deja indiferente. Acompañan a Elejalde en el escenario Álvaro Báguena, Chema del Barco, Alejandro Jato, Verónica Ronda, Cristóbal Suárez y Manuela Velasco.
   
Las luchas entre familias rivales por alcanzar la corona de Inglaterra en el siglo XV o las conspiraciones intestinas entre estas se olvidan y diluyen, ante la monstruosa personalidad de Ricardo III y las corruptelas de un mundo que nos resulta excesivamente cercano y conocido, en este Ricardo III que permanecerá en El Pavón Teatro Kamikaze hasta el 17 de noviembre.

José Luis González Subías

Fotografías: Vanessa Rábade

Comentarios

Entradas populares de este blog

Una "paradoja del comediante" tan necesaria y actual como hace doscientos años

"Romeo y Julieta despiertan..." para seguir durmiendo

"La ilusión conyugal", un comedia de enredo donde la verdad y la mentira se miran a los ojos