Toda una vida "Esperando a Godot"...


Anoche tuvimos la fortuna de fijar en nuevas imágenes la singular relación de dos personajes que han marcado la historia del teatro contemporáneo, al dar forma a una línea dramática que ha inspirado a los más grandes creadores del teatro de los últimos setenta años. Vladimir y Estragón son ya tan familiares para los amantes y conocedores de la escena como lo han sido otras entrañables e inseparables parejas de la cultura europea, desde los tragicómicos héroes cervantinos don Quijote y Sancho a los cinematográficos antihéroes en blanco y negro que interpretaron Lauren y Hardy, con quienes los personajes creados por Samuel Beckett (1906-1989) en Esperando a Godot (1952) guardan una evidente relación. Como la guardan asimismo con Charlot los bombines que el dramaturgo dublinés quiso que llevaran las figuras principales de su pieza a lo largo de toda la obra; o incluso, con los Hermanos Marx, esos disparatados diálogos que salpican un texto erigido como emblema del teatro del absurdo, la gran corriente teatral que aglutinó, a mediados del siglo pasado, la comicidad tragicómica de herencia vanguardista, el teatro social y la angustia humana denunciada por el existencialismo.

Esperando a Godot es una obra de culto, un auténtico clásico del siglo XX, llevado a la escena en tantas ocasiones que cada nuevo montaje es un reto acompañado de una inevitable curiosidad expectante. Poco más de seis años han pasado desde que el Centro Dramático Nacional pusiera en escena la pieza de Beckett, bajo la dirección de Alfredo Sanzol, y no ha tardado mucho en subirse de nuevo a las tablas; esta vez por iniciativa de Jesús Cimarro Pentación Espectáculos, productores del montaje que acaba de estrenarse en el Teatro Bellas Artes de Madrid.

Antonio Simón, director del espectáculo, ha sabido recrear con maestría ese espacio intemporal ideado por Beckett, de la mano del escenógrafo Paco Azorín. El inevitable árbol que preside la obra, un fondo negro que nos aleja de cualquier localización concreta, el final de unas vías abandonadas que no conducen a ninguna parte, la aparición de una luna llena en forma de círculo luminoso, la frondosidad de un telar que adorna de "hojas" el árbol desnudo del primer acto... A nuestros ojos, escenógrafo y director colman las expectativas estéticas de una pieza que otorga al texto y a los actores que le dan vida un destacado protagonismo. Magistral trabajo el de Pepe Viyuela y Alberto Jiménez como Estragón y Vladimir; como lo es el de Fernando Albizu y Juan Díaz, que interpretan a la pareja formada por Pozzo y Lucky, su perro, su esclavo, su cerdo, su autómata... a la que el director ha dado un decimonónico aire dickensiano de fondo grotesco y gran efectividad escénica. Jesús Lavi cumple con corrección un papel de mucha menor relevancia que los anteriores, pero clave asimismo para la enigmática interpretación de un texto que sigue dando a los estudiosos muchos quebraderos de cabeza.

¿Qué quiso decir Beckett en su obra? ¿Quién es ese Godot al que Didi y Gogo esperan todas las noches en esa estación tan abandonada como ellos? Si el contenido social de la relación entre Pozzo y Lucky (triste fortuna la suya) es evidente, este se llena de simbolismo en un misterioso segundo acto, más allá del tiempo y la realidad, donde el primero se ha vuelto ciego y el segundo es mudo; y el muchacho, que al igual que los anteriores no recuerda haber visto nunca a Vladimir y Estragón, seguirá haciendo de mensajero entre estos y Godot.

Todos los días son el mismo en una obra en la que el tiempo y el espacio se diluyen para anunciar que "un día nos volveremos sordos, un día nacimos, un día moriremos, el mismo día, el mismo instante...". Hasta entonces, seguiremos esperando. Esperando a Godot, que permanecerá en escena, en el Teatro Bellas Artes de Madrid, hasta el 5 de enero de 2020.

José Luis González Subías

Fotografías: Javier Naval

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