Los centenarios y sus celebraciones... una reflexión
El centenario de la muerte de Benito Pérez Galdós (1843-1920), en este recién inaugurado 2020, nos ha suscitado alguna reflexión en torno al valor y utilidad de las celebraciones y actividades que suscitan con frecuencia estos acontecimientos. Todo centenario es una magnífica excusa para
recordar y revisar, a veces incluso conocer por vez primera, la obra de un
artista. La celebración de estos acontecimientos, en
el ámbito teatral, ha significado tradicionalmente la recuperación, al menos momentánea,
de autores y obras que el tiempo ―siempre implacable― ha ido relegando al
olvido. Incluso los más grandes, como Calderón, se han
visto beneficiados de los sentidos homenajes con que las generaciones futuras
han honrado a sus genios pretéritos. Así sucedió en el siglo XIX, cuando la
celebración del segundo centenario de la muerte del dramaturgo barroco propició
multitud de escritos, estudios y discursos sobre su obra, además de numerosas ediciones
de sus textos ―ya habituales, por otra parte, en un siglo que encumbró al poeta
madrileño― y abundantes estrenos de sus obras, normalmente refundidas por los
autores de aquel tiempo. El mismo Calderón, sin necesidad de buscar otros
ejemplos, recibió un importante impulso a finales del siglo pasado con la
celebración de un tercer centenario, en 1981, que supuso un primer espaldarazo
a la recuperación de nuestros clásicos barrocos iniciada en esa misma década
con la creación de la compañía Nacional de Teatro Clásico.

Cierto es que todo centenario retrata no solo al
agraciado, sino también a quien lo celebra, pues tales acontecimientos implican
siempre una elección previa del homenajeado que necesariamente deja fuera
muchos otros posibles candidatos al recuerdo. ¿Qué criterios determinan la
celebración de unos centenarios frente a otros? Posiblemente, en este sentido,
quizá sí fuera factible utilizar el término “oportunismo” para referirnos a
unos intereses, en ocasiones comerciales, otras veces ideológicos ―sin que una
categoría excluya a la otra―, propiciados por quienes tienen el poder y la
influencia suficientes para decidir qué espectáculos teatrales deben ser vistos.
En cualquier caso, y a pesar de estos imponderables
que han acompañado siempre a la historia del arte escénico, la celebración de
los centenarios puede ser una magnífica oportunidad para desarrollar
programaciones originales y novedosas que recuperen y difundan los grandes
tesoros de nuestra tradición teatral.
José Luis González Subías
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Joaquín Notario y Marta Poveda en La dama duende (CNTC) (foto de marcosGpunto) |
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