"Naufragios de Alvar Núñez", de José Sanchis Sinisterra, se presenta en el Teatro María Guerrero de Madrid


Álvar Núñez Cabeza de Vaca, uno de los conquistadores españoles que, en el siglo XVI, extendieron el imperio del emperador Carlos hasta límites desconocidos hasta entonces, fue uno de los cuatro supervivientes que regresaron de la dramática expedición a La Florida, comandada por el gobernador Pánfilo de Narváez, en 1527, que acabó con la vida de los cientos de hombres que protagonizaron aquella desesperada -con algo de quijotesca- hazaña, recordada hoy como arquetipo de los desastres humanos que acompañaron a las gestas del descubrimiento y conquista de América. El relato de lo vivido en aquellos meses fue recogido por Álvar Núñez en primera persona, quien lo hizo llegar al emperador y lo publicaría más tarde, en 1542, con el título que ha llegado hasta nosotros: Naufragios.

Casi quinientos años después, José Sanchis Sinisterra (Valencia, 1940) se inspira en aquellos hechos y los recrea en una nueva obra que, presentada con el título de Naufragios de Álvar Núñez, muestra el inconfundible sello personal del dramaturgo desde hace más de cuarenta años. Poco puede sorprender, para quien conozca la trayectoria teatral de Sinisterra, los originales y complejos juegos con los planos de la realidad (una realidad siempre ficcionada) y la ficción empleados por este, quien se siente impulsado a romper sistemáticamente los límites de lo esperable. Cúmulo de personajes sobre la escena, ruptura permanente de la cuarta pared y utilización del público como parte receptora "viva" del espectáculo, mixtura del pasado y un presente atemporal que se funden en una realidad ensoñada donde todo está permitido, diálogos y apartes que cuestionan permanentemente la credibilidad de cuanto se está viendo, lo que permite el distanciamiento respecto a unos sucesos destinados a la reflexión intelectual y la degustación estética...

Casi treinta años han pasado desde que el autor publicara esta pieza, que forma parte, junto Lope de Aguirre, traidor y El retablo de Eldorado de la denominada Trilogía americana (1992). De las tres, era la única que no había sido aún estrenada, quizá por la dificultad que entraña la puesta en escena de un texto como este; pero la pericia y el buen hacer de Magüi Mira, como directora, ha permitido superar con brillante efectividad el reto. Excelente resulta la dirección de un montaje que otorga al elemento plástico un destacado protagonismo, impulsado por la original y sugerente escenografía de Curt Allen Wilmer -siempre garantía de calidad- y Leticia Gañán, potenciada, en un tándem perfecto, por el vestuario de Gabriela Salaverri y la caracterización de Moisés Echevarría. La incorporación de la música -los actores nos sorprenden con varias interpretaciones líricas-, al cuidado de Jordi Francés, contribuye asimismo a crear la irreal ambientación de un conjunto artístico de indudable calidad estética.

Muchos son los elementos destacables de este singular -y difícil- montaje, sin duda no apto para cualquier paladar y reservado para públicos habituados a las artes escénicas y la literatura. Nos gustaría destacar la permanente presencia de un simbólico y poderoso caballo artificial que se erige en símbolo del dominio español y termina siendo devorado por los hambrientos hombres a quienes protege y representa, la sugerente y efectiva superficie de barro sobre la que caminan y se rebozan los macilentos conquistadores, el ingenioso modo de visualizar en escena el accidentado viaje en barcas que acabará con la mayoría de los escasos supervivientes de la expedición, la estilizada forma de presentar a los indígenas -todos mujeres- o el inteligente empleo de un enorme espejo, en las últimas escenas, que multiplica el escenario y los personajes, creando una bella panorámica que bifurca los límites de la ficción y la conecta con el patio de butacas, en coherencia con el rico juego de espejos metaficticios y metateatrales que constituye el planteamiento dramático del texto.

Mención aparte merece el magnífico trabajo realizado por un generoso elenco de dieciséis actores, entre los que descuella el siempre impecable y convincente Jesús Noguero (Álvar Núñez), la formidable pareja cómica que componen Rulo Pardo (Castillo) y David Lorente (Dorantes), el tono -tendente también a lo cómico- y la ridícula prestancia del personaje creado por Pepón Nieto (Narváez), la viveza interpretativa de Muriel Sánchez (Claudia) o la presencia escénica de Clara Sanchis, solo por destacar algunos de los muchos nombres que componen el reparto, que completan -no con menos mérito- Nanda Abella, Pedro Almagro, Jorge Basanta, Olga Díaz, Karina Garantivá, Cruz García, Alberto Gómez Taboada, Lula Guedes, Kike del Río y Antonio Sansano.

Un excelente montaje, en definitiva, a la altura de lo esperable en un equipo artístico y humano de tan alto valor, con una dirección impecable de Magüi Mira y el siempre sugerente mundo ficcional de José Sanchis Sinisterra, es lo que encontrarán quienes acudan a ver en el Teatro María Guerrero, hasta el 29 de mazo, estos Naufragios de Álvar Núñez.

José Luis González Subías

Fotografías: marcosGpunto

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