El Teatro Bellas Artes inaugura su nueva temporada con "Eduardo II, ojos de niebla", un drama de altura shakespeariana original de Alfredo Cernuda


Nueva tarde de teatro en el Bellas Artes, para ver a un José Luis Gil cuyas dotes como actor dramático tuvimos ocasión de disfrutar por última vez sobre un escenario en su inolvidable interpretación de Cyrano de Bergerac, reseñada por La última bambalina en 2018. Volviendo en esta ocasión a vestirse de época, el actor aragonés brilla de nuevo en su encarnación del rey Eduardo II de Inglaterra, protagonista de un sorprendente y original drama histórico escrito por Alfredo Cernuda, en una apuesta novedosa y atrevida que, alejada de la cultura underground oficializada del circuito teatral, nos traslada, tanto en el título como en la factura de la composición, al universo de la tradición clásica shakespeariana.

Probablemente más de un espectador se haya dirigido estos días al Teatro Bellas Artes de Madrid con la intención de encontrarse con uno de los muchos dramas históricos y trágicos de Shakespeare, a juzgar por el título del montaje elegido para la inauguración, el pasado 9 de septiembre, de la atípica temporada teatral en que nos encontramos: Eduardo II, ojos de niebla. Y es también probable que, de no haber leído con atención el cartel del espectáculo -la obligada ausencia de programas de mano, a causa de las actuales circunstancias, propicia estas situaciones-, el citado espectador se haya vuelto a casa satisfecho de haber visto sobre la escena un excelente montaje del dramaturgo inglés. Tanto si nuestra suposición es cierta, como si no, el hecho de identificar un drama histórico escrito por un autor contemporáneo con las obras del más grande y universal de los autores teatrales de todos los tiempos es sin duda un elogio para el creador del texto que nos ocupa, pero también para el director del montaje, Jaime Azpilicueta, que ha sabido dar a un drama de estas características el tono que verdaderamente le corresponde. ¡Qué gusto encontrar a Shakespeare, aunque no lo sea, montado comme il faut! Ya quisiéramos verlo representado de este modo cuando nos venden como tal algunos exprimentalismos deconstructores que no conservan de aquel más que el título.

Alfredo Cernuda, en un texto de alta calidad literaria, ha acertado a crear una historia escénica de interés, perfectamente estructurada, en la que recrea los últimos momentos del reinado de Eduardo II, en 1327, cuando este, traicionado por su esposa Isabel de Francia (Ana Ruiz), debe enfrentarse al ejército creado por la despechada reina junto con Mortimer (Carlos Heredia), feroz enemigo del monarca, en connivencia con el obispo Orleton (Ricardo Joven). Como el final de la historia es conocido, pues figura en los libros, dejaremos al público disfrutar de la sorpresa de los acontecimientos sin adelantarle más; no sin antes advertir que uno de los principales valores de la obra reside en el contenido de los parlamentos de los distintos personajes y en los diálogos que mantienen entre sí, donde se ponen de manifiesto las intrigas políticas, el fanatismo religioso, el valor del dinero, la hipocresía, la usura, el interés, el odio o la homofobia, en un tiempo aparentemente hoy muy lejano, pero que siete siglos han demostrado que, en algunos aspectos, solo nos separan de aquel nuestras vestimentas.

El peso de la trama recae sobre Eduardo II y la homosexualidad de un rey que sufre las consecuencias de su condición, en un ambiente hostil a sus relaciones y rodeado de enemigos que ya acabaron tiempo atrás con su amado Gaveston y pretenden apartarlo ahora de su nuevo amor, Hugo LeDespenser, junto con su trono. José Luis Gil aporta a su papel todos los matices necesarios para convertir a su personaje en un rey humano, frágil y decidido a un tiempo, siempre creíble, en una magnífica interpretación donde su soltura corporal sobre la escena y su bien timbrada voz dominan esta y se adueñan del público. Lo acompañan en su tarea un elenco de grandes actores a quienes ya vimos junto a este en Cyrano de Bergerac: Ricardo Joven, Carlos Heredia y Ana Ruiz; a los que se suma, en esta ocasión, un Manuel Galiana de quien no pudimos quitar los ojos en su papel de viejo usurero judío a quien recurren, para formar sus ejércitos, tanto el rey como sus enemigos. Impresionante la capacidad sobre las tablas de estos grandísimos actores de la tradición dramática española, que atesoran en sus ojos y en sus bien medidos y siempre naturales ademanes, en mayúscula, la palabra "teatro". Resulta todo un lujo poder disfrutar aún hoy sobre la escena de quien ha sido, y sigue siendo, todo en esta profesión.

Muy acertada nos pareció la escenografía diseñada por Juan Manuel Zapata, que centra la atención en el trono del monarca; un trono funcional, metálico y oscuro, capaz de transformarse en la corte inglesa o francesa, en función de las telas que lo cubren, o de convertirse en potro de tortura. Unos simples paneles al fondo, que contribuyen a enmarcar el ambiente y aportan solidez al espacio, junto con unas oportunas proyecciones, a cargo de Álvaro Luna, que nos trasladan al campo de batalla, son suficientes elementos escénicos asimismo para poner en pie un montaje dirigido con impecable pericia por un Jaime Azpilicueta que sabe dar a los actores el espacio que necesitan en escena, haciendo recaer sobre ellos y el texto que interpretan el protagonismo del espectáculo.   

Eduardo II, ojos de niebla, una obra de teatro alternativo a la tendencia alternativa de la contracultura, seguirá en escena, en el Teatro Bellas Artes, hasta el 25 de octubre. ¡Disfruten del teatro!

José Luis González Subías

Comentarios

  1. ¡Buenisima obra de teatro! Yo la he visto me dejo y me quede impresionada. El guion es fantástico, una historia de 1300 te lleva a ver la vida en el año 2020, parece no haber pasado no los años, sino los siglos.
    Y que decir de los actores, no hay adjetivos lo suficientemente buenos como para calificar su actuación y sobre todo la de Jose Luis Gil, ¡¡IMPRESIONANTE!!

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  2. La crítica me parece muy acertada, yo pude verla la semana pasada y me sorprendió, me dejó pegada a la butaca desde el primer momento y a juzgar por los aplausos y los bravos del resto de espectadores puestos en pie, creo que sintieron lo mismo, el texto es impresionante y las interpretaciones también. No os la podéis perder!

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