Performance, metateatro y autoficción... en torno a una gaviota


Ayer acudimos al Teatro de La Abadía para ver una nueva versión de La gaviota, una de las piezas más importantes de Anton Chéjov (1860-1904), considerada asimismo una de las obras cumbre del teatro universal. Humilde en demasía se muestra el conocido director Àlex Rigola (Barcelona, 1969) al presentarse a sí mismo como adaptador del texto, cuando, en realidad, lo que nos muestra es una obra absolutamente original y propia, inspirada en la creación del dramaturgo ruso, utilizando su particular manera de entender el lenguaje teatral y de enfocar la puesta en escena de un clásico en nuestro tiempo. "Versión libre", se concreta en el programa extendido, utilizando una definición más apropiada para catalogar una propuesta escénica que podría -más bien, debería- haber utilizado un título distinto para evitar cualquier identificación equívoca con la obra escrita por Chéjov a finales del siglo XIX.

Hecha esta salvedad, y asumiendo que no vamos a hablar de La gaviota de Chéjov, podemos centrarnos en este nuevo montaje de la compañía Heartbreak Hotel, en colaboración con el Teatro de La Abadía, que el pasado 10 de septiembre se estrenó en la bella y emblemática Sala Juan de la Cruz del citado teatro madrileño.

Actores que hacen de actores sobre el escenario, o interpretan a dramaturgos y directores de escena, nombres reales que se confunden con los ficticios en una mixtura entre realidad y ficción que lleva la metateatralidad a un nuevo grado, fundiéndola con la autoficción -no son casuales los guiños a Sergio Blanco en el texto-, permanente ruptura de la cuarta pared en una suerte de diálogo monologal con un público que se convierte en cómplice callado de una narración con tintes brechtianos donde parece evitarse un juego emocional sobre el escenario que, inevitablemente, se busca y encuentra en numerosos momentos perfectamente calculados por su director; sinceridad, impostación, confesión, recriminación, amor, lucha entre lo viejo y lo nuevo, entre la ciudad y el campo, entre el pasado y el futuro, deseos, amores correspondidos y otros callados... ilusión y frustración, vida, teatro y muerte. Todo ello se amalgama sobre la tradicional historia de Nina (Irene Escolar), una joven actriz que abandona su pueblo natal para triunfar, seducida por un escritor de prestigio (en este caso, el dramaturgo Pau Miró), y regresa años más tarde sola y derrotada.

Completan el reparto de esta excelente producción, impecable desde el punto de vista artístico y técnico, Mónica López, Roser Vilajosana, Xavi Sáez Nao Albert, que junto con los citados Irene Escolar y Pau Miró, realizan un trabajo perfecto en el espacio escénico diseñado por Max Glaenzel, acorde con la metateatralidad de la pieza representada: un escenario prácticamente desnudo, con los básicos elementos de lo que podría ser una sala de ensayo. Acertadísimas las proyecciones sobre una pantalla en la que tan pronto se recrea el lago que ambienta el lugar donde transcurren los "hechos" como a los propios actores que intervienen en la acción, o se plasman por escrito las palabras que el dramaturgo sostiene con Nina, en una de las escena más bellas y originales de un montaje lleno de aciertos escénicos semejantes, en el que la simbología en torno a la gaviota y la muerte -en forma de revólver- está continuamente presente.
      
La gaviota, esta nueva performance escénica de Àlex Rigola, representativa del teatro más cool que se cultiva hoy en España, podrá seguir disfrutándose hasta el próximo 4 de octubre en la Sala Juan de la Cruz del Teatro de La Abadía.

José Luis González Subías


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