La tragedia absurda de unos días felices para tiempos inciertos, en la Francisco Nieva del Teatro Valle-Inclán


Una atmósfera densa, sobrecogedora, asfixiante -no solo por las mascarillas tras las que nos refugiábamos los escasos devotos de la cultura que en estos tiempos nos aventuramos a asistir al teatro en Madrid-, se respiraba ayer en la sala Francisco Nieva del Teatro Valle-Inclán, donde se representa desde el pasado 30 de septiembre Los días felices, de Samuel Beckett, en versión y dirección de Pablo Messiez. Le sientan bien al director argentino la hechura y el tono de la dramática beckettiana, como al propio Beckett que sea Messiez quien lo interpreta y hace revivir sobre la escena. Porque ayer, frente a experimentos deconstructivistas que ocultan, deforman, escamotean y desmienten al autor que por desgracia es objeto de cualquier ocurrencia reinventiva, lo que vimos en escena fueron los desvelos intelectuales y existenciales del dramaturgo irlandés; en estado puro. Incluso llevados al extremo por la sagacidad de un director -también dramaturgo- que ha sabido extraer del texto original, en una excelente traducción de Antonia Rodríguez Gago, lo mejor de este, llevándolo incluso, en algunos momentos, hacia el teatro de la crueldad.

El teatro del absurdo nos muestra en esta pieza de 1963, la última de las grandes obras de larga duración de Beckett, su rostro más trágico. No hay concesión alguna, en ella, a cualquier atisbo de comicidad tragicómica; lo cómico, de existir, se hiela inmediatamente en las comisuras de los labios para transmitirnos una negra mueca de dolor y desesperanza. La permanente antítesis entre el optimismo ilusorio y farsesco de Winnie (Fernanda Orazi), este singular muñeco femenino -encantador en su patético deseo de mantener la normalidad en medio de la tragedia- convertido en personificación petrificada de la soledad, y la angustiosa realidad de su situación, se mantiene en escena desde el inicio hasta el final de esta historia sin historia, ubicada en un tiempo y un espacio indefinidos, pero identificables por un público que se reconoce en los gestos y las palabras de esta pulcra y atildada esposa que dialoga -sin respuesta- con su marido Willie (Francesco Carril); y se manifiesta asimismo en el brusco contraste entre el irónico anuncio ofrecido en el título -Los días felices- y el irremediable sufrimiento que se descubre al abrirse el telón.

Impresiona la extraordinaria escenografía diseñada por Elisa Sanz, que hace realidad la felicísima idea de Beckett de enterrar a sus personajes entre escombros, apoyada en unos efectos lumínicos y visuales, a cargo de Carlos Marquerie, con los que se transmite la sensación del paso de las horas y los días, o la inclemencia abrasadora del sol; e impresiona especialmente la fuerza interpretativa de una Fernanda Orazi que vuelve a brillar como la gran artista que es. Obra escrita para el lucimiento de una actriz necesariamente de una superior capacidad, Orazi cumple todos los requisitos y cualquier expectativa frente a un personaje de tan difícil interpretación como el de esta "feliz" esposa beckettiana. Capaz de moverse con absoluta naturalidad, rapidez y soltura por cualquiera de las escalas tonales del sentimiento, la actriz argentina despliega sobre el escenario una permanente lección de dominio interpretativo, haciendo uso del justo histrionismo requerido en cada momento y de la densa solidez dramática de los silencios oportunos, siempre con una vocalización dúctil y virtuosa. La mínima relevancia otorgada por el autor al personaje ausente, siempre presente, que da sentido y completa la existencia de Winnie, no permitió esta vez a Francisco Carril lucirse con toda la brillantez de que es capaz sobre la escena. Aun así, sus muy puntales intervenciones, especialmente en su angustiosa aparición final, fueron impecables y estuvieron a la altura de lo que su papel exige. 

Una muy acertada elección esta fantástica pieza del teatro del absurdo para inaugurar las funciones en la sala Francisco Nieva del Teatro Valle-Inclán, en una temporada donde la trágica realidad se ha impuesto a la irreal esperanza. Los días felices podrá seguir disfrutándose hasta el 1 de noviembre en este emblemático lugar de Madrid, situado en la plaza de Lavapiés. No se pierdan este montaje. No les dejará  -o no debería dejarles- indiferentes.

José Luis González Subías

Fotografías: marcosGpunto

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