El brillo de un actor y un "Querido capricho" entre la soledad y el deseo
Imposible olvidar al singular actor argentino Tomás Pozzi una vez que se le ha visto en escena. Hace un par de años tuvimos ocasión de hacerlo y comentarlo desde estas mismas páginas, cuando interpretaba a uno de los estrambóticos personajes de El mago de Juan Mayorga, y al conocer que se había embarcado en un nuevo proyecto en el que asumía el protagonismo exclusivo en escena, en un texto en el que también colaboraba como autor junto con Tomás Cabané, director asimismo del montaje, no dudamos en acudir a la Sala de la Princesa del Teatro María Guerrero, donde desde el pasado 20 de noviembre se representa Querido capricho.
Durante poco más de una hora, Pozzi nos adentra en el universo asfixiante y cerrado de una mujer madura que consume su vida entre la ilusión y la frustración por un deseo insatisfecho que se torna en imposible, sometida a la barrera infranqueable de una edad cuyo rostro se desdibuja entre ridículo y dramático, entre el delirio y la pena. Más allá de los veinte años que separan a Amanda de un joven con el que mantuvo una tórrida y fugaz aventura, cuyo fuego aún la quema y no ha podido olvidar, es el anhelo de amor, de una compañía que mitigue la soledad de una vida anodina y corriente, demasiado cercana y familiar, lo que nos atrapa de esta pieza que se presenta como una suerte de confesión íntima, de desahogo psicoanalítico con aires de metateatro, donde se emplea un distanciamiento que juega al multiperspectivismo ficcional al fundir al actor con el personaje en un juego de desdoblamiento, cercano al travestismo, materializado en unos pendientes a los que Pozzi extrae toda su potencialidad dramática. Algo familiar -aunque también novedoso- hay en esa eterna hermana solterona interpretada por el actor argentino, tantas veces reproducida en la literatura y la vida; un personaje que trae a nuestro recuerdo muchas otras solteras de la literatura dramática y nos lleva a pensar asimismo en aquella "querida señorita" interpretada por José Luis López Vázquez hace casi cincuenta años.
La escenografía de Silvia de Marta cumple perfectamente su cometido, situándonos, haciendo uso de un realismo que concede a la metaficción su espacio en esos cortes en la estancia que permiten atisbar el juego escénico del decorado, en un ortodoxo y anodino salón de clase media -absolutamente identificado con el aspecto físico, incluso emocional, de Amanda- donde transcurre toda la acción, cuyo tiempo queda recogido y marcado en un reloj visible en una de las paredes. Una muy adecuada iluminación de Jesús Díaz completa el marco ambiental del montaje, en el que adquiere un destacable interés y protagonismo la música compuesta por Mariano García, a la que da vida en algunos momentos la melodiosa y atiplada voz de Lucía Trentini, ayudante de dirección de Cabané.
Querido capricho tiene algo de esto, de la expresión de un latido de vida íntimo, en forma de teatro, que pretende hablarle al público desde un yo cercano que adopta el púlpito privilegiado de la máscara. Una máscara utiliza, en esta ocasión, por un actor, Tomás Pozzi, que conoce todos sus resortes y sabe fundirse virtuosamente en ella. La obra permanecerá en cartel, hasta el próximo 13 de diciembre, en la Sala de la Princesa del Teatro María Guerrero.
José Luis González Subías
Fotografías: Luz Soria
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