"El chico del última fila", uno de los grandes montajes de la temporada, se despide del María Guerrero dejando un recuerdo imborrable


Con la convicción de haber presenciado anoche, en el María Guerrero, una obra maestra de la literatura escénica y un montaje de matrícula, a la altura de esta, escribimos nuestra nueva "bambalina" del fin de semana. El chico de la última fila (2006), de Juan Mayorga, es hoy ya una obra de culto. Convertido en una de las referencias del teatro español contemporáneo, un clásico actual, con la inestimable ayuda que tantas veces el cine ha prestado indirectamente a las tablas -en este caso, su adaptación como película en Dans la maison (2012), bajo la dirección del director francés François Azon-, este texto por el que el dramaturgo madrileño obtuvo un premio Max como mejor autor no ha envejecido en los catorce años transcurridos desde su primera publicación y estreno, y su moderno planteamiento escénico así como los muchos asuntos que se abordan en él siguen teniendo plena vigencia.

Este nuevo montaje de la obra, dirigido por Andrés Lima, fue estrenado ya en enero de 2019 en la Sala Beckett de Barcelona, aunque la reposición de la pieza, representada en el Teatro María Guerrero desde el pasado 14 de octubre, se presenta con un elenco casi totalmente renovado, de cuyo reparto original solo se han mantenido en escena Guillem Barbosa (Claudio) y Arnau Comas (Rafa), los dos adolescentes que asisten a la misma clase del instituto donde imparte clases Germán (Alberto San Juan), un profesor de Lengua y Literatura cuya monótona y frustrada vida docente cobra un ápice de emoción ante el talento para la escritura y la capacidad narrativa mostrados por Claudio.

La historia, que mantiene el interés en todo momento a partir de una trama en la que la realidad se confunde con la ficción y nada es lo que parece, ofrece un rico mosaico de perspectivas metaficcionales y metaliterarias, en un permanente y lúcido juego ideado por un autor que derrocha su profuso conocimiento de la literatura, de la filosofía y las matemáticas -también de la docencia en enseñanza secundaria, que padeció durante algunos años, al comienzo de su carrera- en cada fragmento. Intriga, misterio, seducción, deseos ocultos, engaño y representación de una realidad social reflejada críticamente en numerosos aspectos, donde la psicología de los personajes es retratada con certero e inteligente análisis, El chico de la última fila -¿o Los números imaginarios?- cuenta con muchos de los ingredientes de que están hechas las grandes obras, dosificados y ensartados de tal modo que conforman una pieza completa, perfecta en su estructura y su contenido.

Y la enorme potencialidad escénica de este mecanismo dramático es aprovechada con maestría por el director posiblemente mejor dotado ahora mismo para ello; un Andrés Lima que convierte en obra de arte cuanto cae en sus manos y, en sus montajes, el teatro se eleva a unas cotas de modernidad y calidad plástica y estética difícilmente igualables; con un sello inconfundible en el que se hace muy visible la presencia de la escenógrafa Beatriz San Juan, inseparable de este en sus últimas creaciones. Con un escenario al que le adivinan las tripas, el ingenioso y efectivo empleo de una amplia y sutil tela extendida a la largo de la escena, utilizada como fórmula de distanciamiento onírico y puerta de comunicación entre planos, y un atrezo elemental y practicable, multiusos, en el que los libros tienen un destacado papel, Lima es capaz de recrear los muy diversos ambientes donde transcurre la acción de una obra cuya libérrima concepción espaciotemporal la acerca al dilatado universo narrativo de la novela y la hace idónea para su traslación -como ya sucediera en 2012- al lenguaje cinematográfico. ¡Excelente lección de puesta en escena, digna de figurar como modelo en los manuales de enseñanza teatral!

No podemos finalizar esta fugaz reseña sin recordar al extraordinario elenco de actores que conforman el reparto y verter un encendido elogio sobre su brillante trabajo: a los ya citados Guillem Barbosa (sorprendente y original su envolvente y virtuoso movimiento escénico, a tono con la irrealidad que se desprende por momentos en escena), Arnau Comas y Alberto San Juan, debemos sumar a Natalie Pinot (Juana), Pilar Castro (Ester) y Guillermo Toledo (Rafa padre). La actuación de todos ellos es, simplemente, impecable.

De lujo puede calificarse este montaje de El chico de la última fila, de Juan Mayorga, dirigido por Andrés Lima, que hoy, 8 de noviembre, se despide de su estancia en el María Guerrero; y de afortunados, quienes hemos tenido el privilegio de asistir a alguna de sus funciones, que, a buen seguro, recordaremos como uno de los grandes acontecimientos teatrales de la temporada.

José Luis González Subías
   

Fotografías: Luz Soria

Comentarios

Entradas populares de este blog

Una "paradoja del comediante" tan necesaria y actual como hace doscientos años

"Romeo y Julieta despiertan..." para seguir durmiendo

"La ilusión conyugal", un comedia de enredo donde la verdad y la mentira se miran a los ojos