La poesía y la muerte se dan cita en "Noche de difuntos", un sentido homenaje a nuestro Romanticismo
Día de Difuntos. Hace ciento ochenta y cuatro años, Mariano José de Larra escribió, tres meses y medio antes de su suicidio, uno de sus más demoledores artículos, cuyas fatídicas palabras hemos tenido la oportunidad de escuchar estos días sobre un escenario, junto con otros importantes y muy conocidos -hasta no hace mucho tiempo- textos del duque de Rivas, Zorrilla, Rosalía de Castro, Espronceda y Gustavo Adolfo Bécquer.
Con el título de Noche de difuntos, desde el 28 de octubre al 1 de noviembre, en la Sala Guirau del Teatro Fernán Gómez se ha ofrecido un espectáculo más que apropiado para estos días de luto y recuerdo a los seres queridos que emprendieron su último viaje. Dirigido por Elisa Marinas -intérprete como actriz en la obra-, la dramaturgia de esta pieza, que supone una muy didáctica y acertada lección y homenaje a nuestro Romanticismo, ha corrido a cargo de Carlos Jiménez y Daniel Migueláñez, quien realiza asimismo un destacado papel en escena dando vida a distintos personajes. Porque Romanticismo y Muerte -personaje al que da vida una cercana Beatriz Carvajal que actúa como maestra de ceremonias de este singular juego dramático- son los protagonistas de esta teatral -y metateatral- Noche de difuntos desarrollada en un onírico y atemporal inframundo en el que los poetas más representativos del movimiento romántico español, reunidos en amistosa y desinhibida hermandad, recrean algunos de sus más recordados y emblemáticos pasajes literarios: Don Álvaro o La fuerza del sino, El día de difuntos, Don Juan Tenorio, El estudiante de Salamanca, El Miserere...
Con un planteamiento escenográfico práctico y elemental, que concentra toda la atención sobre los actores y cede al recurso de la videoescena y los efectos lumínicos un protagonismo ambiental compartido con la música en vivo y los efectos sonoros -excelentemente ejecutados por Álvaro Baños- de un piano visible y destacado en escena, Elisa Marinas ha orquestado rítmicamente las diferentes partes de la obra, dosificando la intensidad de las emociones y dando fluidez a las transiciones anímicas y textuales de un modo natural y coherente. Coherencia existente ya en la dramaturgia planteada por Jiménez y Migueláñez, que han sabido conjugar la potencialidad cómica del universo romántico con el alcance trágico de su estro poético.
Gran trabajo el realizado por el elenco completo de actores que intervienen en la acción, desde los ya citados Álvaro Baños (el silencioso Caronte que cede la voz a sus manos sobre el piano), Daniel Migueláñez (Larra y Bécquer redivivos, de exquisita elegancia tanto en la forma como en la dicción), Elisa Marinas (impecable su Rosalía y sus versos) y Beatriz Carvajal (que humaniza a la Parca desde su majestuosidad serena y cercana), a Federico Aguado (impresionante voz y energía arrolladora), David Saraiva (imprescindible y buen comparsa de este juego) y Javier Lago (Júpiter tonante, que protagonizó algunos de los momentos de mayor intensidad dramática interpretando a don Juan y a Zorrilla).
Una acertada elección, excelente idea dramatúrgica y magnífico montaje para ser revisitado en alguna próxima ocasión, tanto dentro como fuera de Madrid. No importa si en Noche de difuntos o en cualquier otra del año. Un placer siempre escuchar las palabras y los versos de esos otros clásicos de nuestra escena -y nuestra literatura- que claman a gritos recuperar en las tablas el puesto que un día tuvieron y a todas luces (al menos a las mías) se merecen.
José Luis González Subías
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