"El salto de Darwin", de Sergio Blanco, un viaje al otro lado de nuestro espejo


No podíamos dejar pasar la oportunidad de contemplar una nueva propuesta escénica de Sergio Blanco en los teatros madrileños, y así nos encaminamos ayer a la Sala Max Aub de las Naves del Español, donde, desde hace cerca de un mes, se representa El salto de Darwin, texto que, en cierto modo, viene a cerrar una trilogía iniciada con Kassandra y proseguida con Barbarie, donde el dramaturgo franco-uruguayo realiza un viaje experimental con su lengua materna -el español-, desde el abandono al reencuentro, que tiene lugar en esta última pieza cuyo título nos traslada a un emblemático espacio, Puerto Darwin, escenario clave de la llamada Guerra de las Malvinas, que se desarrolló entre los meses de abril y junio de 1982.

La acción de El salto de Darwin transcurre a lo largo del fin de semana en el que se libra la última batalla de este conflicto armado que concluyó con la rendición de las tropas argentinas al ejército británico, el 14 de junio de 1982. Hacia Puerto Darwin se dirigen, en un viejo Ford que conoció momentos mejores, un matrimonio con su hija y su novio que pretenden esparcir las cenizas de su hijo varón, fallecido, en el lugar donde perdió la vida combatiendo. A estos se les une, en mitad del camino, un nuevo personaje, Kassandra -en la mitología griega, la enredadora de los hombres; también hermana de estos, en otra acepción-, que trastocará el mundo y los supuestos valores y creencias de una familia externamente convencional y conservadora.

Los vivos y los muertos, la verdad y la hipocresía, la paz y la guerra, la virtud y el pecado se darán cita en esta peculiar road movie teatral dirigida con solvencia y acierto por Natalia Menéndez, quien consigue trasladar a la escena el espíritu de este género nacido para la pantalla, con la ayuda de los efectos visuales insertos por Álvaro Luna y la ambientación musical, plenamente ochentera, a cargo de Luis Miguel Cobo. Mónica Boromello, referente imprescindible de la escenografía española contemporánea, deja su sello asimismo en esta producción, cuyo sobresaliente equipo artístico lo completan Juan Gómez Cornejo (diseño de iluminación) y Antonio Belart (diseño de vestuario). Ese mundo de contrastes, antinomias y paradojas, de secretos y falsa moral, de deseos inconfesados y miserias calladas, tan reales como el mismo hombre -o mujer, que a fin de cuentas puede ser lo mismo, como se muestra en la pieza-, queda expresado tragicómicamente en una obra donde el humor convive con el patetismo más dramático

Impecable el trabajo de los seis actores de un reparto formado por Juan Blanco (el novio), Cecilia Freire (Kassandra), Olalla Hernández (la hija), Goizalde Núñez (la madre), Jorge Usón (el padre) y Teo Lucadamo (el hijo); este último, en calidad de sombra fantasmal que contrasta e interactúa con los vivos a través de su presencia y su música.

Alejado del recurso de la autoficción al que nos tenía ya acostumbrados, aunque sin desdeñar otros elementos característicos de su dramaturgia -presencia de la música en vivo, narratividad y ruptura de la cuarta pared, psicologismo e indagación en los rincones ocultos del inconsciente humano-, Sergio Blanco sigue dando muestra de su peculiar manera de entender el arte dramático, inserta en la más genuina y actual dramaturgia contemporánea, en El salto de Darwin, que permanecerá en escena, en la Sala Max Aub de las Naves del Español, hasta el 17 de enero.

José Luis González Subías

Fotografías: Esmeralda Martín

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