Cicerón, un amigo más que necesario en este y en cualquier tiempo


Adentrarse en la platea del Teatro La Latina, dirigirse pausadamente al lugar reservado para disfrutar del espectáculo, con la disposición de dejarse embriagar por las palabras, el gesto, la voz y la presencia, en suma, de quien es hoy una de las grandes figuras de nuestra escena, y sentirse después transportado a ese lugar mágico donde la literatura cobra vida y la vida se hace más visible, arropada en la ficción, es una experiencia que engloba, sintetiza y expresa el sentido exacto de la palabra TEATRO. Y los grandes actores, actores de raza, como José María Pou, que reflejan en su mirada y en cada movimiento las huellas de una larga tradición escénica de la que son dignos representantes y herederos, convierten cada representación en una ceremonia -de la que son oficiantes- capaz de mostrarnos, con el espejo de la ensoñación, lo mejor y peor de nosotros mismos.

Quizá la catarsis de la que hablaban los griegos no fuera otra cosa. Y algo de catártico tiene el inteligente ejercicio dialéctico y literario desplegado por Ernesto Caballero en Viejo amigo Cicerón, un texto redondo, muy inteligente, perfectamente dosificado y construido, que estos días se representa sobre un escenario testigo, desde hace un siglo, de los aplausos y encendidos entusiasmos que el viejo senador y filósofo protagonista de esta historia supo provocar también con sus palabras entre los mismos hombres que asistieron a su encumbramiento y muerte hace más de dos mil años.

Mario Gas
dirige, con la solvencia y maestría que distingue sus trabajos, un montaje a nuestro juicio perfecto, impecable, en el que cada movimiento y escena evolucionan de forma natural, con una intensidad ajustada y creciente, sabiendo mantener y dosificar el interés por cuanto sucede sobre el escenario con sabia experiencia. Y no es fácil la empresa, pues cuanto sucede es puro texto, historia narrada -y sentida- desde un monólogo tripersonal o ensoñación dual sobre un tercero, que afirma ser Cicerón, quien explica y revela ante dos estudiantes que trabajan sobre él y adoptan a un tiempo las figuras de su fiel secretario Tirón y su amada hija Tulia, los entresijos humanos e históricos que acompañaron los más importantes acontecimientos de su vida: sus escritos, su dimensión como orador, político y padre, la conjuración de Catilina, las guerras civiles romanas, su relación con Bruto y César, el asesinato de este, la ascensión de Marco Antonio y Pompeyo al poder, su propia trágica muerte...

El director de este completo espectáculo, que fue estrenado en el Festival de Teatro Clásico de Mérida en el verano de 2019 y ahora se presenta por primera vez en Madrid, se apoya en un equipo artístico de primera, encabezado por Sebastià Brosa, creador de una bellísima y sugerente escenografía donde los libros y el conocimiento cobran todo su protagonismo, acompañada por el sobrio y preciso vestuario diseñado por Antonio Belart; junto con Juanjo Llorens, responsable asimismo de una iluminación -excelente- sobre la que recae el peso de la atmósfera lograda en escena, apoyada en la ambientación sonora de Orestes Gas, y el trabajo con la videoescena de Álvaro Luna.

Si destacábamos al inicio de esta reseña el inmenso trabajo actoral de José María Pou (Cicerón) de quien poco más podemos decir, a falta de decirlo todo, no escatimamos elogios de su dos compañeros en escena, Alejandro Bordanove (Tirón) y Maria Cirici (Tulia), quienes representaron sus papeles con absoluta profesionalidad y solvencia. Cirici protagonizó un momento lírico de gran belleza, ejecutado de forma impecable.

Un lujo, en definitiva, el encuentro con un espectáculo teatral de estas características, donde todo funciona a la perfección. El texto de Ernesto Caballero es una joya; el montaje, dirigido por la diestra mano de Mario Gas, una delicia; y la interpretación, encabezada por José María Pou, una lección de profesionalidad y talento. Viejo amigo Cicerón seguirá representándose, en el Teatro La Latina, hasta el 14 de marzo. Una cita obligada para los amantes del teatro.

José Luis González Subías


Fotografías: David Ruano y Diego Casillas

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