Cuando la imaginación es el único recurso que nos queda para seguir imaginando


La imaginación es la única herramienta que nos queda cuando la realidad hace tiempo que viajó por un rumbo muy distinto del que realmente deseamos. Aunque también... el principio necesario con que se construye la realidad misma. 

Algo tan profundo y esencial es la savia que envuelve la mayor parte de los diálogos de Verduras imaginarias, un texto del dramaturgo argentino Martín Giner (Tres Arroyos, 1975) lleno de comicidad, pero también de un larvado dramatismo, adaptado y dirigido por la actriz Carmen Latorre, a quien ya pudimos ver en la sala Plot Point, hace dos semanas, en un registro muy distinto.

La acción transcurre en un mismo lugar -tan imaginario como verdadero- y en un espacio de tiempo coincidente con el del público, que contempla en un silencio comprensivo y cómplice, solo cortado por la liberadora desinhibición de la risa, un momento cualquiera de la rutinaria vida de un matrimonio tradicional, pero sin hijos, en el que un automatismo frío y alienante ha hecho desaparecer -no se sabe bien en qué momento de un pasado desdibujado- a la mujer y al hombre que un día Carlos (Joaquín Menéndez) y Matilde (Carmen Latorre) creyeron o quisieron ser.

La apacible mediocridad de una vida inane, monótona, aburrida en suma, es cuestionada por una esposa que se rebela ante su frustración vital, y reclama frente a un marido adormecido por el sueño del laisser passer una existencia plena y consciente que a ambos se les escapa. La aventura imaginaria que Matilde invitará a compartir a su marido se convierte en un peligroso juego que pondrá de manifiesto las carencias de su matrimonio y sus vacíos personales -entre los que asoma con fuerza la falta de descendencia- así como sus prejuicios y temores de clase.

Carmen Latorre se desenvuelve con la soltura de una veterana actriz, de enormes facultades, cuya excelente dicción y aplomo gestual llenan la escena; y no le queda a la zaga Joaquín Menéndez, quien se mueve en un registro muy distinto, pero de absoluta eficacia para el estro cómico. Su personaje transmite, de una forma natural, la desoladora nimiedad del yo tragicómico contemporáneo, nacido para la farsa, el esperpento y la caricatura.

Una interesante propuesta, en definitiva, de esas que nos aguardan todas las semanas en las pequeñas salas de un Madrid donde el teatro sobrevive desde la imaginación de sus protagonistas y de un público fiel que lo hace revivir cada tarde contemplándolo -e imaginándolo- desde su butaca.

Verduras imaginarias volverá a representarse en Plot Point, el sábado 27 de marzo.

José Luis González Subías

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