"El pájaro azul", un viaje simbólico al origen de los sueños y la ilusión


Recuperar la mirada del niño que un día fuimos, aprender a mirar con la inocencia de quien se siente aún capaz de descubrir esa otra realidad escondida entre las sombras, en los resquicios de nuestros sueños o en las páginas de un libro entreabierto; devolver a la existencia su estado sobrenatural y el lenguaje simbólico que un día sirvió para comprenderlo... eso es lo que encontramos y a lo que se nos invita en El pájaro azul (1906), uno de los textos emblemáticos de la obra del dramaturgo belga Maurice Maeterlinck (1862-1949), icono del teatro simbolista de principios del siglo XX, que desde el 3 de marzo ha estado representándose en la sala Jardiel Poncela del Teatro Fernán Gómez.

Empapado de un romantisimo alemán que sentó las bases ideológico-poéticas de buena parte de los autores finiseculares que protagonizaron la renovación literaria y teatral de entre siglos, y las corrientes espiritualistas ligadas a estas, sobre las que se asienta un simbolismo que constituye en ese momento la expresión más avanzada de la vanguardia y la tradición, Maeterlinck acierta a construir un bello y misterioso cuento de hadas, una historia nocturna y onírica protagonizada por dos niños que, como en los mejores relatos de esta tradición, realizan un viaje cargado de sorpresas y peligros, donde se encontrarán peculiares personajes dispuestos a ayudarlos o a amenazar su misión, consistente en alcanzar un ideal -que adquiere en este caso la forma de un pájaro azul- situado al final de un camino que tiene mucho de iniciático, liberador y, en definitiva, de revelación del conocimiento.

El pájaro azul 
trae a nuestra memoria una larga tradición de textos similares, de esencia romántica
, que nos conduce desde Hansel y Gretel (1812), de los Hermanos Grimm, a Alicia en el país de las maravillas (1865) o El maravilloso mago de Oz (1900). Esta encantadora versión del texto de Maeterlinck, a cargo de Álex Rojo, director asimismo del montaje, utiliza la imaginación del público para completar una escenografía minimalista diseñada por Javier Noriega -a cargo también del vestuario-, que cumple su función, otorgando a la iluminación (Víctor Longás) y la música -diseñada también por Álex Rojo- el peso de una ambientación escénica que convence y resulta efectiva en su esencialidad. 
De este modo, toda la intensidad poética y emotiva de la historia recae, aparte de en el valor de un texto de alta calidad literaria y profundo contenido, sobre sus protagonistas humanos y simbólicos; ese abigarrado mundo de variopintos personajes, nacidos de la fantasía y de la realidad fundida en ella, interpretados por un elenco compacto y muy bien dirigido de siete actores, que realizan un excelente trabajo en cada uno de los muchos personajes que interpretan.

Adrián Rico
y Andrea Viña dan vida a los dos hermanos protagonistas, totalmente convincentes y sinceros en sus intervenciones, llenas de vida; como lo son, en un amplio registro que combina la contención natural con el histrionismo buscado y efectista, siempre medido y ajustado a la necesidad de cada situación, Mascarena Robledo, cuya excepcional voz y presencia -maravillosa en su papel de hada- llenan un escenario al que aporta una naturalidad "cinematográfica", no lejos de la comedia musical, Ángel Mauri, poderosamente versátil, audaz y dinámico, especialmente en su papel del más grosero de los goces de la tierra, Irene Álvarez, que desplegó la alas de la dicha y del amor materno en unas apariciones llenas de elegancia estética, un sorprendente Daniel Brotons que impresiona por su colosal figura y una voz no menos potente, y Lucas Ares, tan convincente y efectivo en sus papeles como el conjunto de este reparto compacto y de calidad.

Aplaudimos la elección y la presencia de esta pieza en los escenarios; una propuesta arriesgada y difícil, pero también muy necesaria, ahora y siempre. El pájaro azul de Maeterlinck nos invita a soñar, a refugiarnos y creer en la inocencia de lo maravilloso posible, a recuperar el lenguaje simbólico de la magia y la fantasía; la ilusión, en suma. Su canto nos aguarda, en la Sala Jardiel Poncela del Teatro Fernán Gómez, hasta el 21 de marzo.

José Luis González Subías

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