La compañía Guindalera presenta "El curandero", de Brian Friel, en los Teatros del Canal

 

Siempre es un placer ver en escena un trabajo de la compañía GuindaleraJuan Pastor se enfrenta de nuevo, en El curandero (Faith Healer), a la tarea de hacer visible en la escena española la obra del dramaturgo irlandés Brien Friel (1929-2015), cuyos textos ha dirigido con anterioridad en varias ocasiones. 

El montaje que estos días se está representando en la Sala Negra de los Teatros del Canal  vio la luz por primera vez en 2012, en el Teatro Guindalera, sede y sala donde la compañía estrenó sus trabajos hasta 2019, y lo hace ahora de nuevo -aunque con título abreviado- con los mismos intérpretes que en aquella ocasión dieron vida al curandero Frank Hardy (Bruno Lastra), su esposa Grace (María Pastor) y Teddy (Felipe Andrés), el representante que acompaña a este singular personaje imbuido, al igual que los restantes, de los rasgos de una cultura gaélica profunda que el director Juan Pastor ha sabido trasmitir al conjunto de la puesta en escena.

El curandero nos traslada a un siglo XX con tintes lejanos y el sabor pretérito de un tiempo en que los "artistas" de variedades presentaban sus espectáculos por los lugares más recónditos; zonas rurales en las que entonces aún era noticia la llegada de un forastero o de cualquier novedad que alterara y avivara el lento transcurrir de los días. Frank Hardy, acompañado de su fiel representante y por su mujer, venderá en su peregrinaje por estos pueblos el don que lo singulariza y en el que el público -el escaso público- que asiste a sus funciones es capaz de creer: el poder de la sanación. ¿Verdaderamente posee el personaje este poder mesiánico? ¿Es Hardy un loco que cree de sí mismo algo imposible o se trata tan solo de un charlatán, como él mismo se pregunta en ocasiones? ¿Qué piensan en realidad de él su esposa y Teddy? ¿Qué relación afectiva, amorosa y de dependencia existe entre ellos? ¿Es justificable el comportamiento de aquel, o de cada uno de ellos?    

La acción de ese largo ramillete de monólogos, agrupado en cuatro partes que principian y acaban con la figura y las palabras del "comediante" y curandero Frank Hardy, es reconstruida en la mente de los tres personajes que se dan cita sobre el escenario -cada uno en su propia ubicación espacio-temporal- para ofrecernos, en un collage multiforme y unidireccional -no hay posibilidad de interacción alguna entre los protagonistas de la pieza, y el discurso se dirige, obligadamente, a un público testigo y confidente de cuanto está escuchando-, un juego de multiperspectismo más propio del contrapunto narrativo característico de la novela que del universo dialógico escénico, lo que resta dinamismo a una historia que corre el riesgo de dilatarse en exceso. El ritmo narrativo del monólogo interior, por muy teatralizado que sea, y aunque esté de moda desde hace tiempo en los escenarios, no puede sostenerse de forma continuada en escena, pues puede resultar tedioso -por muy avezado que sea el actor que lo interprete- para la atención y el interés del público.

Esta característica -que no nos atrevemos a calificar de defecto- no es achacable a la dirección del montaje ni al excepcional trabajo que llevan a cabo los intérpretes, sino al texto mismo de Friel; una obra densa y difícil cuyas, por otra parte, valiosas características dramáticas y literarias explican que el autor irlandés esté hoy considerado uno de los mejores dramaturgos de habla inglesa del siglo XX, junto a figuras de la talla de Arthur Miller, Harold Pinter o Tennesse Williams -autor con el que esta pieza guarda no pocas concomitancias-. A mucho y muy bueno de la literatura del siglo XX nos recordó ayer, por distintos, motivos, la pieza del escritor irlandés; desde la Crónica de una muerte anunciada de García Márquez, que la reconstrucción de esa historia de final luctuoso presentada en retazos de tiempo a saltos trajo a nuestra memoria, al universo interior de James Joyce, tan irlandés él mismo como lo fueron Singe y O'Casey, cuya presentación del mundo rural irlandés percibimos también en El curandero.

Una última mención antes de concluir nuestra crónica teatral del día se dirige a los intérpretes de esta singular pieza, destacando en primer lugar el trabajo de María Pastor, una actriz de rango superior cuya calidad artística ha sido reconocida en numerosas ocasiones y que en esta vuelve a realizar, como Grace, un trabajo actoral de alta categoría; Bruno Lastra, que realiza ante el público una completa demostración de la excelente amalgama de recursos técnicos que posee, tanto corporales como vocales, en su papel del curandero Hardy; y Felipe Andrés, quien da vida a un representante artístico con sabor a otro tiempo, en una acertada y personal interpretación que ofreció un acertado contrapunto interpretativo al conjunto.

Una muy interesante y compleja propuesta teatral, difícil de abordar, solo accesible para profesionales de la escena tan avezados en estas lides como la compañía Guindalera. Hasta el 28 de marzo, en la Sala Negra de los Teatros del Canal.

José Luis González Subías

 
Fotografías y vídeo: Susana Martín

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