"El perro del hortelano" vuelve a la acción, de la mano del director shakespeariano Dominic Dromgoole

 

Ayer se presentó, en la Sala Verde de los Teatros del Canal, una nueva versión de El perro del hortelano, de Lope de Vega, uno de los textos del repertorio clásico más veces representado en los teatros españoles de los últimos cuarenta años; incluso por nuestra Compañía Nacional de Teatro Clásico, afecta a esta comedia de enredo representativa del mejor Lope, cuyo último montaje comentamos desde La última bambalina hace ya tiempo. No es esta la primera vez tampoco que la Fundación Siglo de Oro, impulsora del proyecto, se enfrenta a la puesta en escena de esta conocida pieza, con la que prácticamente inició su andadura hace ya quince años.

En esta ocasión, la dirección del montaje ha sido asumida por el inglés Dominic Dromgoole, quien aborda por vez primera la puesta en escena de un texto clásico español con la experiencia de quien fuera director artístico del Shakespeare Globe Theater durante diez años y la convicción de que son muchas las concomitancias que pueden encontrarse entre el teatro de Shakespeare y el de Lope de Vega, ambos basados en la acción y en el uso de un lenguaje de inusual e ingeniosa belleza. Estos dos aspectos sintetizan el planteamiento escénico de El perro del hortelano de Dromgoole.

El director ha elegido en esta ocasión una elegante y funcional escenografía, de simétrico y clásico diseño, que sirve para aglutinar en un espacio común las diferentes ubicaciones de la obra, a la que prestan sus imágenes la palabra y un variado y sugerente vestuario, con sabor a época, cuyo colorido viste de júbilo y frescura el distanciamiento cómico y actualizado que el director ha pretendido dar a la acción en muchos momentos. Esta se acompaña asimismo de un revestimiento musical -en directo, e interpretado por los mismos actores- muy bien elegido, obra de Xavier Díaz Latorre, que es utilizado para remarcar las partes líricas y el juego amoroso, y sirve de contrapunto externo para potenciar el ritmo de una trama que despliega con fluidez, durante dos horas y veinte minutos -descanso incluido-, sus largos parlamentos versificados.

Un histrionismo quizá algo exagerado en algunos momentos rompe, a nuestros ojos, la seriedad cómica del excelente trabajo interpretativo llevado a cabo por los personajes centrales de la acción: María Pastor, que crea una Diana verdadera, llena de sentimientos e intención desde su altivez nobiliaria; Nicolás Illoro, actor acostumbrado a vestir los ropajes de los protagonistas de nuestro teatro áureo y encarna un Teodoro sentido, natural y juvenil; Raquel Nogueira, una Marcela inocente, vivaracha, simpática y chisposa; y Julio Hidalgo, como Tristán, criado del secretario, quien, siendo la figura del donaire de la pieza, mantiene una contención expresiva que contrasta positivamente con la forzada exageración que observamos en algunos de los personajes recreados por Manuela Morales, Mar Calvo y Raquel Varela, sobre quienes recae la responsabilidad de encarnar cerca de una decena de figuras secundarias de gran peso, en todo caso, para el desarrollo de la acción, y muestran un dominio vocal y gestual -como el resto del reparto- admirable. También Daniel Llull y Jesús Teyssiere, como los nobles pretendientes de la condesa Diana, constituyen el contrapunto "farsesco" de una extralimitación cómica llevada, en nuestra opinión, a un exceso, creemos, innecesario, al ser convertidos por el director en unos figurones excesivamente ridículos (cierto es que con recursos muy efectivos, a juzgar por las risas provocadas entre el público). Frente al hiperbólico tratamiento de estos, Mario Bedoya encarna al mayordomo de la condesa y a un anciano conde Ludovico que mantiene casi en todo momento una digna contención solo rota en el último momento, cuando la alegría del encuentro con su supuesto hijo desaparecido le hace "perder los papeles" propios de su rango y su siglo.

Divertida es sin duda esta nueva versión de El perro del hortelano, llevada a un código escénico muy actual que facilita la comprensión y el enredo amoroso de la historia de amor y celos entre Diana, que ni come ni deja comer, y Teodoro, quien juega entre dos aguas, utilizando a Marcela como moneda de escaso valor. Siempre es un gusto escuchar los versos de Lope de Vega y disfrutar de una pieza que, con razón, el tiempo ha convertido en un clásico entre los clásicos. El montaje de Dominic Dromgoole -un montaje familiar, según se anuncia en el programa de mano, creemos que con acierto- se mantendrá en la Sala Verde de los Teatros del Canal a lo largo de todo el mes de abril.

José Luis González Subías

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