La "romántica" realidad galdosiana se hace visible en los Teatros del Canal


Desde la primera vez que leí Realidad (1892), de Benito Pérez Galdós, en su versión teatral, aquel texto con el que el autor iniciaría una rica y nueva aventura literaria, en un género con el que se reiventaría a sí mismo sobre la escena y cultivaría hasta el final de sus días, quedé fascinado por la fuerza e intensidad de los conflictos planteados y el inconfundible valor de unos diálogos en los que la palabra y la acción se conjugan con esa naturalidad y cohesión precisa -y característica- de los textos que saben a teatro de verdad.

Galdós tuvo tiempo de demostrar, en los cerca de treinta años que dedicó a la literatura dramática -los de su madurez y provecta sabiduría-, que llegaba a ella no como un neófito barbilampiño dispuesto a acabar con todo aquello que no comprende y desprecia, a ofrecer el maná purificador, salvador, del último grito, de la nueva -pocas veces realmente nueva- ocurrencia, sino como un escritor con una larga trayectoria, dueño de la palabra, pero también gran conocedor de la tradición literaria y teatral sobre la que se asentaba el teatro de su tiempo, del que fue asimismo consumidor y en ocasiones crítico. 

Todo eso se manifiesta ya en Realidad, el texto que Manuel Canseco ha decidido rescatar en esta ocasión del olvido para demostrar -como el veterano director extremeño lleva haciendo desde hace décadas- que el repertorio clásico -en el más amplio sentido del término- tiene absoluta vigencia, funciona sobre las tablas y es tan necesario hoy, y posible, como lo ha sido durante siglos. Dueño de una fórmula gestada sobre esa otra tradición en la que se formó su gusto y su forma de enfrentarse a la escena, Canseco ha creado una versión personal del texto galdosiano que, aportándole frescura y dinamismo, y en cierta medida actualidad, ha guardado el debido respeto al autor, sin traicionar su legado y su obra, que, sin la menor duda, se encontraba ayer en el escenario. Lo que vimos en la Sala Negra de los Teatros del Canal fue Galdós. Suyas eran las palabras y las ideas, el ambiente decimonónico impregnado en los atuendos y los escogidos muebles que vestían la escena (excelente el trabajo escenográfico de Paloma Canseco y el diseño de vestuario de José Miguel Ligero), las maneras, la ambientación... 

Ayer se respiraba a teatro en el teatro. Durante las cerca de dos horas que duró el espectáculo, disfrutamos del savoir faire de una compañía que sabe lo que hace y del regusto a trabajo -perdón por las redundancias- bien hecho. Nos reencontramos con Tomás Orozco (Juan Carlos Talavera) y su esposa Augusta (Alejanda Torray), con Federico Viera (Adolfo Pastor), La Peri (Cristina Juan) y Clotildita (Cristina Palomo), con los que Manuel Canseco ha sabido sintetizar la docena de personajes, más figurantes, que intervenían en el texto original de Galdós; y recordamos esta singular historia de adulterio -tema decimonónico por excelencia- cuyo final sorprendió en su momento a un público y una crítica que, probablemente, se hallaban tan lejos del liberalismo humanista e ilustrado que preside el comportamiento y la reacción de Orozco como lo está nuestro tiempo.

Alejandra Torray, Juan Carlos Talavera, Adolfo Pastor, Cristina Juan y Cristina Palomo brillaron en sus papeles, dando muestra del privilegiado dominio de una técnica actoral en la que la voz y la dicción, junto con el saber estar -tan necesario para el montaje de este tipo de obras-, lo son todo.

Excelente, en definitiva, este trabajo de Manuel Canseco -cuya dirección es asimismo impecable- y su equipo, de una Realidad de Galdós que reclamaba a gritos una urgente y necesaria puesta en escena. A poco nos ha sabido esta breve estancia del texto galdosiano, estrenado por fin -tras la cancelación del pasado mes de febrero- en la Sala Negra de los Teatros del Canal, el 14 de abril, y que hoy domingo, día 18, se despide del público madrileño. Le deseamos, con nuestro reconocimiento, una larga y fructífera trayectoria. 

José Luis González Subías


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