Las víctimas de "El fuego amigo" en los juegos de la guerra


En la sala madrileña Nave 73 se representa estos días El fuego amigo, un texto de Juanma Romero Gárriz estrenado hace ahora casi dos años, en Teatro del Barrio -en el contexto de la VI Muestra de Creación Escénica Surge Madrid-, que recrea literaria y escénicamente la muerte del cámara José Couso, en 2003, durante el asalto a Bagdad por las tropas estadounidenses, como consecuencia del proyectil lanzado por un tanque contra el piso 15 del Hotel Palestina, donde se alojaban los periodistas que cubrían las noticias de la guerra en Irak.

La obra de Romero Gárriz, que él mismo dirige, se posiciona por tanto en la línea del teatro documento o testimonial, un teatro comprometido -variante del engagement sartriano- que pretende aleccionar al público a partir de impactantes sucesos contemporáneos cuya dramatización busca crear una conciencia crítica desde una posición de denuncia.

Han pasado algunos años desde aquellos acontecimientos, pero las imágenes y el relato de unos hechos que fueron televisados y comentados hasta la saciedad por los medios de comunicación se mantiene aún fresco para quienes vivimos lo sucedido y su desarrollo posterior. Quizá no sea así para los más jóvenes, y El fuego amigo cumple la función de recordarlos, desde el homenaje a una víctima que es asimismo la simbolización de todas, el alegato contra una guerra que pudo ser cualquier otra y la denuncia del poder destructivo -e inhumano- del hombre contra el hombre.

Sin escenografía alguna, tan solo un conjunto de pequeños objetos extraídos de una caja o baúl -semejante al espacio donde se guarda el armamento de guerra-, juguetes destinados a recrear el lugar y el orden en que sucedió todo, los efectos de la iluminación y una ambientación musical -a cargo de Beatriz Vaca- que cobra un destacado protagonismo en el montaje, la actriz Marta Alonso, sobre la que recae el peso de la pieza, realiza un gran trabajo interpretativo, expresando con su voz y su cuerpo un texto que tiene mucho de letanía poética, de desgarro íntimo; un monólogo cargado de simbolismo -en las palabras y en los objetos- que deja el mensaje inequívoco, aviso para navegantes, de que la cámara -la voz y la denuncia- no callará.

Interesante propuesta dramática, absolutamente alejada del teatro evasivo o de mero entretenimiento -si es que existe, en realidad, tal cosa sobre un escenario-, ejemplo representativo de un tipo dramaturgia muy extendida en nuestros días, habitual en el circuito off de la capital madrileña. El fuego amigo, de Juanma Romero Gárriz, se mantendrá en escena hasta el 25 de abril, en Nave 73.

José Luis González Subías

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