"El hombre almohada", de Martin McDonagh... cuando los cuentos se visten de negro


Resulta difícil aglutinar en una simple reseña el complejo mundo expresado por Martin McDonagh en lo que muchos han considerado su obra maestra -hasta el momento-, El hombre almohada (2003), texto que no tardó en traducirse en España y cuyo éxito en el Royal National Theatre, y posteriormente en Broadway, se trasladó inmediatamente a nuestro país, donde fue estrenado por primera vez en 2006, en una producción de Teatro del Noctámbulo; montaje al que han seguido otros varios antes de la nueva adaptación que David Serrano presentó el 21 de mayo en la Sala Verde de los Teatros del Canal y ayer domingo, 20 de junio, se despedía de Madrid, tras haber cosechado un rotundo éxito de crítica y público durante el mes que esta sorprendente pieza ha estado entre nosotros.

El director madrileño ha hecho suyo un texto que se ajusta a la perfección a sus dotes de director y guionista de cine, que ha alternado con su prioritaria faceta de director teatral. Porque mucho del lenguaje narrativo cinematográfico hay en la obra de McDonagh, quien también ha llevado su peculiar mundo imaginario a la gran pantalla. 

Una amalgama de tendencias y géneros confluyen en una obra inquietante, mezcla de drama psicológico y 
thriller policiaco, cargada de expresionismo, elementos gore y atisbos de una particular expresión de teatro de la crueldad. Durante dos horas y media de función, asistimos a una trama novelesca que nos trasladó de Dostoievski a Camus, a Steinbeck o Faulkner, pero también nos recordó la violencia visual y epatante de Tarantino, la fantasía oscura de Tim Burton y escenas de drama realista estadounidense con elementos del irlandés O'Casey.

Una historia densa, y tensa, en la que todos los personajes encierran un punto de locura enfermiza, fruto de un pasado turbulento, dramático, que explica su perfil psicológico y un comportamiento criminal marcadamente patológico. Vida y literatura se entremezclan en la existencia de Katurian, una escritora de simbólicos cuentos llenos de belleza y maldad, protagonizados por niños sobre los que la sociedad adulta ejerce una permanente crueldad; y en la de su hermano Michal, un retrasado que fue víctima en su infancia de brutales torturas a manos de sus padres, a los que aquella acabó asesinando. Detenida junto con este como sospechosa del asesinato de tres niños, por la policía de un país sin identificar, con tintes dictatoriales, que pretende obtener su confesión utilizando la tortura si es preciso -incluso sin serlo-, contemplaremos en escena el intimidante interrogatorio a que es sometida y el posterior y terrible descubrimiento de que el autor de los sanguinarios crímenes de que se le acusa es su propio hermano, a quien quita la vida asfixiándolo con una almohada, estableciéndose un guiño con uno de sus cuentos -narrado con detalle en una emotiva escena de la pieza, protagonizada por ambos hermanos-, que da título a la obra en que se inserta la historia: El hombre almohada.

La turbia relación entre el mundo de los niños y los adultos, magnificada en el los padres y sus hijos
, se pone de manifiesto asimismo en la pareja de policías encargados del caso, cuyo comportamiento resulta tan patológico como el de los dos hermanos detenidos. Tras confesarse autora de todos los asesinatos -incluso los no cometidos-, a cambio de que sean respetados y conservados sus cuentos, Katurian será ejecutada sin contemplaciones por la inspectora Tupolski, mientra que Ariel, su ayudante, en un último gesto de piedad, salva los cuentos.

Una excelente dirección para un montaje donde los cuatro actores que dan vida a la historia realizan unas interpretaciones soberbias, inolvidables: espectacular Belén Cuesta en su papel de Katurian; su ternura, entereza, sensibilidad y credibilidad nos cautivaron; como lo hicieron Ricardo Gómez, en el papel de su inocente y criminal hermano, Juan Codina como implacable policía sin escrúpulos -en apariencia-, y Manuela Paso dando vida a una inspectora tras cuya amabilidad se oculta un verdugo despiadado.
 
Mención destacable merece la escenografía diseñada por Ricardo Sánchez Cuerda, creador asimismo de las inquitantes máscaras empleadas en varios momentos de la obra, que nos transportan al mundo de ensueño y pesadilla de los cuentos macabros que se intercalan en una historia donde la metaficción establece un permanente puente entre la realidad y el misterio. Puente al que contribuye la iluminación de Juan Gómez Cornejo y la ambientación sonora de Luis Miguel Cobo. Una gran producción, acorde con un trabajo de muy alta calidad interpretativa, literaria y, en definitiva, dramática, que, estamos seguros, permanecerá en el recuerdo de cuantos han podido disfrutar de esta magnífica versión de El hombre almohada.

José Luis González Subías


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