Lope de Rueda se reinventa en la lúcida mirada de Alonso de Santos y su "Fiesta de farsantes"


Qué mejor título que el de Fiesta de farsantes para el divertidísimo espectáculo que tuvimos la fortuna de disfrutar ayer en el Teatro Salón Cervantes, durante la última de las tres jornadas en que este simpático grupo de locos funámbulos de la escena, comandado por la diestra mano de su director, Daniel Alonso, ha hecho reír sin inhibición alguna a los alcalaínos y numerosos visitantes foráneos que acudimos a esta bella ciudad, atraídos por el reclamo de un festival dedicado por entero a nuestros clásicos -huelga decir que de los siglos XVI y XVII- y el nombre del dramaturgo artífice de este ingenio que rescata para la escena de hoy la figura de Lope de Rueda y sus pasos: José Luis Alonso de Santos.

Solo alguien con el conocimiento y la experiencia de quien lo ha sido y es todo en la historia del teatro español puede permitirse crear un engranaje dramático capaz de aglutinar tanto en un mismo espectáculo, dosificado de tal manera que es apenas insinuado, sin alardes ni giros forzados ni trampantojos intelectuales. Enmarcado en una metateatralidad natural, los actores van a representar varios de los pasos de Lope de Rueda -excelente la ambientación escenográfica de Silvia De Marta y el vestuario multifuncional que emplea para recrear el juego de la farsa-, y cambian sus papeles ante nuestros ojos, en función de la pieza que representan -no hay mayor distanciamiento, en el arte de la interpretación, que el que ya empleaban nuestros antiguos comediantes-, con una desfachatez y cercanía absolutamente actuales y sinceras. La chirigotas, los bailes y unas canciones cuyas letras remiten en todo momento a la realidad política, social y cultural de nuestro tiempo, con frecuentes alusiones al teatro mismo y a las nuevas tendencias escénicas de hoy, a las que se alude con el descarado desdén de quien está ya de vuelta de todo y sabe que no hay nada nuevo bajo el sol, solo maneras distintas de nombrarlo, es otro de los numerosos atractivos de un espectáculo lleno de ironía, lucidez, cinismo y humor.

Algunos de los textos más conocidos del padre de nuestro teatro comercial y popular -El médico fingidoCornudo y contento, Las aceitunas...-, entre los que reconocemos insinuaciones, guiños, alusiones, personajes, incluso fragmentos de otras piezas incorporadas por el autor -también La Celestina tiene su espacio-, en un juego intertextual que, más allá de poner a prueba el conocimiento del respetable sobre la literatura clásica, remite a un universo popular de inequívoco sabor a época y a teatro breve, son engarzados y adaptados por Alonso de Santos a un espectáculo perfectamente cohesionado, del que su hijo, Daniel Alonso, ha sabido obtener el máximo partido. Conocíamos las habilidades de este como actor, y su nombre figura como tal en varias de nuestras bambalinas, pero su faceta de director de escena -que en absoluto nos ha sorprendido- nos ha dejado una excelente sensación. Su visión del ritmo dramático, del color y la luz, de la interpretación actoral... del fluir del latido escénico, en definitiva, han dado como resultado un montaje impecable, en nuestra opinión, al que apetecería acudir más de una vez; seguros, por otra parte de que cualquier novedad y sorpresa podría surgir, en el momento menos pensado, de ese torbellino de libertad contenida y calculada -a veces, no tanto- y talento que desbordan los actores en escena. 

Y a estos se debe, junto a los méritos ya señalados, el éxito de un montaje nacido para divertir... y divertirse, pues los comediantes son incapaces en muchos momentos de contener una risa compartida entre intérpretes y público, sin que esta perjudique, sino todo lo contrario -recuérdese que estamos ante una fiesta lúdica- el desarrollo de una acción en la que, en ciertos momentos, el propio público querría subir a escena para participar aún más de la fiesta. Los diez farsantes que conforman el reparto -Jorge Cremades, Carolina Rubio, Kevin de la Rosa, Silvana Navas, Eduardo Tovar, Guillermo Calero, Pepe Sevilla, Pablo Gallego Boutou, Elena de las Nieves y Alberto Torres Ramos- lo bordaron y realizaron un trabajo excelente, del que aún, varias horas después, acuden a nuestra memoria muchos momentos. Aún recordamos el salero y desparpajo con que nos atrapó Carolina Rubio desde el primer instante, con su peculiar voz y vis cómica, reconocible siempre en sus trabajos -ya desde los tiempos en que se presentaba como Carolina Herrera-; la gracia natural para el humor de Jorge Cremades, a quien no le hace falta hablar para provocar la hilaridad; la histriónica y exquisita capacidad para envolver al público, con su espectacular dicción, de Kevin de la Rosa; o el arte y el humor gaditano de Eduardo Tovar, quien nos deleitó con una murga que se contagió al conjunto de una función donde la chirigota encontró su acomodo. Un reparto de lujo, en fin, a la altura de un espectáculo al que solo podía pedírsele -por su elevado origen- lo mejor.                       

Deseamos un largo viaje a esta Fiesta de farsantes, para el deleite del público que tenga la oportunidad de adentrarse en esta simpática locura de puro teatro, literatura y vida. Ironía, lucidez, cinismo, humor y crítica -en absoluto corrosiva-; pero, por encima de todo, ganas de reír y disfrutar, desde la certeza de que nada hay tan cierto como la incertidumbre ni tan importante como para no ser tratado con una sonrisa, pues no hay mejor bálsamo -en redoma, a ser posible- para los sinsabores de la vida que el humor. Y salga el sol por Antequera.

José Luis González Subías      


Fotografías: Antonio Castro

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