Una "Tarántula" menos venenosa de lo que parece


Madrid es una ciudad con decenas de teatros, "según las últimas estadísticas", podría haber dicho hoy un conocido poeta del 27, y estamos seguros de que habría sabido cómo vencer el "insomnio" humano con tan variada oferta cultural. No deja de asombrarnos -positivamente- la riqueza y el movimiento de una ciudad que no descansa y donde el arte anida -hipérbole y metáfora incluidas- en cada esquina. Haciendo honor a nuestra costumbre y gusto, ayer volvimos a uno de estos espacios en busca de nuevas propuestas escénicas con las que seguir disfrutando... y aprendiendo (este bambalinero no deja nunca de aprender cuando va al teatro). En esta ocasión, el elegido fue el Reina Victoria, donde desde el 7 de julio ha estado representándose Tarántula, un thriller escénico escrito y dirigido por Tirso Calero, que hoy finaliza su recorrido en estas tablas.

No conocíamos la faceta como dramaturgo de este conocido guionista y director de cine y televisión, creador de la célebre serie Servir y proteger, que, desde 2017, se ha emitido todos los días, en la televisión pública española, con un éxito arrollador. Algo de ese gusto por la temática policíaca y el suspense ligado al mundo del crimen se traslada a este texto teatral que, con sus luces y sombras, no consigue emular la habilidad y brillantez de un autor cuyo dominio del medio fílmico es innegable. No hay duda de que el vínculo entre las narraciones en imágenes ofrecido por las series televisivas y el cine, con las historias dramatizadas en el teatro, existe; el lenguaje fílmico ha coexistido con el dramático durante todo un siglo, con una permanente mixtura e influencia entre ambos; al igual que profesionales de ambos medios se han movido con soltura saltando de uno -unos, si distinguimos asimismo la televisión del cine- a otro. Pero también debemos reconocer que no siempre es así. Grandes actores escénicos se han visto perdidos frente a una cámara, y actores de renombre en la pantalla se hacen insignificantes en la inmensidad vacía del escenario. Del mismo modo que la escritura de un texto teatral -uno de los grandes géneros canónicos de la historia de la literatura- posee unos mecanismos compositivos y una finalidad muy diferentes, más allá del uso de un lenguaje dialógico, a los de la confección de un guion televisivo o cinematográfico.

El planteamiento argumental de Tarántula (en plena Nochevieja, una mujer ciega, esposa de un reputado juez, encuentra en su casa a este asesinado y a dos asaltantes que pretenden hacerse con un suculento botín) invitaba a pensar que nos encontraríamos con un drama clásico, de género policiaco o negro, y afloraban a nuestra mente maestros del pasado como Frederick Knott -y, sin ir tan lejos, dramaturgos propios como Alfonso Paso (Veneno para mi marido), José López Rubio (Crimen perfecto) o Juan José Alonso Millán (Juegos de sociedad)- y contemporáneos, como David Mamet. Alto listón, bien es cierto, pero las expectativas de lo que habíamos catalogado ya de drama psicológico con tintes negros y sabor a thriller estaban ahí. 

Largo preámbulo este para afirmar, no sin pesar, que Tarántula, como obra teatral, se nos queda algo floja. Valoramos el interés de la trama ideada por Calero, que, en algún momento, logró engancharnos; pero esta siempre se diluía en una excesiva palabrería que apagaba cualquier asomo de tensión dramática. No hay sorpresa real en escena, absolutamente necesaria para una historia donde la intriga y la sorpresa han de serlo todo. Tampoco se produce ningún tipo de indagación psicológica en los personajes, a pesar de su vacía verborrea; especialmente en los discursos de Sara, cuyas largas explicaciones verbales sonaban a falsas -en realidad lo eran- y llegaron a producirnos, en alguna ocasión, una hilaridad probablemente no buscada por el autor.

Pero dejemos este camino, que produciría un efecto que en absoluto deseamos, y centrémonos en el elogio de una escenografía, diseñada por Lorena Rubio, que nos pareció muy adecuada para la acción presentada en escena; convencional y con buen gusto. Inteligente y sugerente solución la de rodear el espacio de un marco luminoso, utilizado con acierto, a partir del uso de diferentes tonos, en virtud de la situación vivida en escena. Calero ha querido otorgar a la iluminación, diseñada por Juanjo Llorens, un protagonismo que realmente consigue.

La acción la protagonizan tres actores cuyos rostros son bastante habituales en la pequeña y la gran pantalla. Laia Alemany interpreta a Sara, la esposa y aparente víctima de una historia construida y desarrollada a partir del engaño, que dará un vuelvo sorprendente -no tanto, para quien esté habituado a los recursos sorpresivos del género- a medida que se acerque a su desenlace; Álex Barahona dará vida a un joven drogadicto, Nico, que acaba de cargarse a un hombre, como si tal cosa, y no termina de trasmitir la naturalidad y tensión suficientes como para hacer del todo creíble al personaje; y Armando del Río, que interpreta a Antonio, tío del anterior y cabeza pensante de los atracadores, aportó a la escena, con su aparición, el aplomo y la sensación de verdad que faltaban hasta ese momento.

La continua presencia de la tarántula, que da nombre a la obra, y su relación con la personalidad de Sara, es un buen recurso dramático, como lo son otros elementos del thriller policiaco, que Tirso Calero ha demostrado con creces conocer y utilizar en su texto; pero, aun así, esta nueva incursión del autor en la escena no ha llegado a convencernos. Si bien, a medida que avanza la acción, esta parece ir ganando en interés, hay algo que chirría en una pieza que promete mucho más de lo que llega a ofrecer; y aunque la historia atrapa nuestra atención y llega a resultar amena, el conjunto, así como ese final a cuyo servicio está construido el resto de la pieza, nos dejó fríos.

José Luis González Subías 
  

Fotografías: Íñigo Sola

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