"Cabezas de cartel", cuando la metateatralidad y la autoficción son algo más que teatro
Sala de Teatro Lagrada, Madrid. Acudimos al encuentro de un nuevo montaje, estrenado hace un año en la Feria de Teatro de Castilla y León-Ciudad Rodrigo por una compañía abulense de la que aún no teníamos noticia -hay tantas por los creativos rincones donde se cultiva y prolifera la entusiasta farándula española-, cuyo singular nombre, Perigallo, de resonancias murcianas, recuerda al de otras aventuras escénicas de respetada trayectoria en nuestra reciente historia teatral.
Con el título de Cabezas de cartel, Celia Nadal y Javier Manzanera, autores e intérpretes de esta interesantísima, compleja y comprometida pieza que rebosa teatro -en el mejor y más completo sentido de la palabra- por todos sus poros, presentan un proyecto teatral de una muy elevada calidad, tanto en lo que respecta al texto -escrito por dos conocedores del oficio, con un dominio absoluto de los recursos escénicos y de la palabra- como a la dirección (a cargo de Luis Felpeto) y el trabajo actoral. Estos tres pilares básicos de una puesta en escena, apoyados por la ingeniosa y muy bien elaborada -y utilizada- escenografía (obra de Juan de Arellano, Pepe Hernández y Eduardo Manzanera) e iluminación (diseñada por Pedro A. Bermejo), se complementan y encajan de tal modo que no existe fisura alguna entre las partes, que funcionan al unísono en un perfecto mecanismo de relojería escénica.
No hay nada improvisado -aunque el propio concepto de la obra da pie y espacio para ello- en una pieza escrita desde la propia escena, a medida que los actores-personajes hacen de ellos mismos en una historia en la que todo es lo que parece, sin dejar de ser ficción. ¿Autoficción? El público, que forma parte de la obra y se convierte en cómplice actante de su trama, contempla el proceso que conduce a la creación de una historia profundamente teatral y humana, en la que sus autores deben cuestionarse el sentido mismo de la profesión a la que han entregado sus vidas.
Celia (Celia Nadal) y Javier (Javier Manzanera) son los autores, productores e intérpretes de Cimarrón -título que nunca llegará a ser-, un intenso debate escénico en torno a la finalidad misma del teatro y la lucha por la supervivencia de multitud de compañías que se juegan en cada producción su supervivencia, contentándose con obtener el mayor número de bolos posible para seguir haciendo aquello por lo que han apostado mientras, de festival en festival, certamen en certamen, sueñan con alcanzar un reconocimiento que solo llega en contadas en ocasiones. A lo largo de un permanente discurso metateatral -jamás hemos visto (perdón por la exageración, merecida) una mejor muestra del concepto de autoficción y metateatralidad en el teatro-, esta encantadora y entregada pareja pasa revista a muchos de los temas que diariamente ocupan la intrahistoria de las gentes dedicadas a esta secular profesión que ha mantenido siempre un difícil equilibrio entre el entretenimiento y el arte.
Porque Cabezas de cartel es también, y sobre todo, un grito de libertad, un desafiante "Yo acuso" frente a quienes, en boca de Manzanera, han prostituido una profesión destinada a mejorar el mundo, convirtiendo el templo de Talía y Melpómene en vil mercado, y un aviso para caminantes contra los inevitables egos de quienes, cegados por el sonido embriagador de los aplausos, olvidan sus valores y principios, para ceder al fácil halago de una hoguera de las vanidades -también de necesidades- a la que es difícil no ser arrastrado.
Pero más allá de las acusaciones, la obra se plantea como una reflexión, un debate dialéctico -de alta intensidad emotiva y pasional- encarnado en los dos personajes que hacen viva la historia. Celia y Javier, sin perder una permanente complicidad como pareja sentimental y profesional, asumirán desde posiciones contrarias un conflicto que, focalizado en la profesión teatral, en realidad afecta a todos los ámbitos de la vida: ¿Qué es mejor, hacer lo que consideramos correcto o dejarnos llevar por el interés y lo que nos beneficia, renunciando a nuestros principios? ¿Qué precio estaríamos dispuestos a pagar por nuestra dignidad?
Este trascendental debate, desde el punto de vista ético, es planteado desde un armazón escénico de gran solidez en el que el público se siente atrapado desde el primer instante, compelido a seguir el trepidante ritmo marcado por dos monstruos de la escena que despliegan una convincente y espectacular interpretación. No es casual que ambos actores hayan obtenido el premio al mejor actor y mejor actriz en el festival Indifest de 2021, donde el montaje se alzó asimismo con el premio a la mejor dirección y el premio del público.
Aunque válida para cualquier aficionado a la escena, Cabezas de cartel es una obra de teatro pensada especialmente para las gentes del teatro, quienes deberían, forzosamente, verla. Un magnífico espejo -el mismo con que comienza y finaliza la acción- en el que podremos mirarnos todos los días, hasta el 12 de septiembre, en el Teatro Lagrada de Madrid. No se la pierdan.
José Luis González Subías
Comentarios
Publicar un comentario