El Cid Gómez cabalga de nuevo en su Abadía


"De los sos ojos tan fuertemientre llorando"... ¡Cuánto necesitaba volver a escuchar estas palabras, misteriosas y mágicas para el adolescente que fui, que me enseñaron a amar una lengua a la que he entregado -y me ha dado- toda una vida! Aquel primitivo castellano, lleno de sonoridad, sencillez y distinción, es el protagonista indiscutible, junto con el héroe de nuestra épica, Rodrigo Díaz Vivar, de esta "Juglaría para el siglo XXI" que es Mio Cid, el espectáculo escénico y literario que José Luis Gómez, director y único intérprete del montaje, ha vuelto a presentar estos días en el Teatro de La Abadía.

Estrenado en el mismo espacio hace un año, Mio Cid es un auténtico "mentís" cultural para quienes suelen erigirse en representantes de una palabra, un concepto, que con frecuencia les viene grande. Una verdadera lección, desde la maestría y el conocimiento, de lo que esta realmente significa. Poco le hace falta a José Luis Gómez -salvo toda una vida de preparación, con los más grandes de tu tiempo (Lecoq, Grotowski, Strasberg..), y de enseñanzas-, el fundador del Teatro de La Abadía, para crear magia sobre la escena. Él solo, como un juglar de nuestro tiempo, sin escenografía alguna -solo una silla y un pequeño pedestal donde se apoya un vaso de agua-, acompañado por una cuidada ambientación musical a cargo de Helena Fernández Moreno, y el sugerente espacio sonoro-visual diseñado por Jorge Vila, con algunas mínimas grabaciones en off y el uso de la videoescena, se enfrenta a un reto a la altura de muy pocos actores: dar vida a la narración versificada del Cantar de Mio Cid, ese largo poema épico medieval, con casi 4.000 versos -reducidos diestramente por Brenda Escobedo y el propio Gómez, autores de la dramaturgia-, donde se vierten las legendarias hazañas del Cid Campeador tras su destierro de Castilla por el rey Alfonso VI, sus triunfos y conquistas adentrándose en territorio musulmán y su definitiva victoria, al adueñarse de Valencia; la reconciliación con el rey, la boda de sus hijas con los infantes de Carrión, el ultraje de que estas fueron víctimas a manos de sus esposos y la reparación final, que encumbró a la familia del Cid a los más altos honores, al emparentar con los reyes de Aragón y de Navarra.

Espectáculo nacido desde el amor que José Luis Gómez profesa a la lengua de cuya Real Academia es miembro, uno de sus más notables aciertos y elementos de interés es el uso, durante la intervención del juglar, del castellano real empleado en el siglo XII, no solo con la terminología y vocabulario de aquel tiempo, sino utilizando la fonética apropiada al sistema fonológico de aquel castellano cuyos sonidos, emparentados con los de los restantes dialectos románicos peninsulares, evoca hoy, a nuestros oídos, lejanas melodías llenas de ensoñación poética. Un delicia escuchar, en boca de tan magno actor, las bellezas que ofrece la lengua común a todos los españoles, que ha dado sentido y unidad a nuestra historia; como lo es contemplar a un actor ya octogenario regalándonos una verdadera lección de lo debe ser el decir en escena, no solo con la palabra, sino con todos los instrumento del cuerpo y los silencios plenos que tanto este como aquella son capaces de ofrecer. Como afirma el actor y director, recordando al maestro ruso de quien las aprendió: No hables para que el espectador oiga, habla para que vea.

Y a fe que lo consigue en este Mio Cid que hoy domingo, 10 de octubre, se despide del Teatro de La Abadía. Confiamos en que José Luis Gómez no abandone su límpido estandarte y su armadura, y siga batallando por estos escenarios de Dios, a lomos de Babieca o de cualquier otra cabalgadura, para seguir recordándonos qué es eso que un día recibió el nombre de alta -o quizá única- cultura.

José Luis González Subías


Fotogafías: Javier Salas

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