"Los pazos de Ulloa", un ejemplo de adaptación y de montaje, convertido en teatro clásico


Los pazos de Ulloa (1886) uno de los emblemas literarios de la condesa de Pardo Bazán y de las creaciones de un naturalismo español que no logró nunca ocultar los resabios de un romanticismo que impregna todo el siglo XIX, ha sido transformado por primera vez en texto teatral de la mano de uno de los creadores más experimentados y versátiles de la dramaturgia española contemporánea, Eduardo Galán

Coincidiendo con el año en que se homenajea a la escritora gallega, al cumplirse el centenario de su muerte, y un momento en que su figura, erigida en baluarte de un feminismo del que sus logros personales en el ámbito público y privado la convierten en adelantada, Galán ha sabido extraer de esta novela decimonónica su potencialidad escénica, plasmando en su adaptación toda la fuerza dramática del texto y la compleja dimensión ideológica, literaria y humana de Emilia Pardo Bazán, sin caer en la mitificación interesada y reductora del personaje. Fácil hubiera sido enfocar la acción de una obra marcada por el caciquismo violento y ancestral del antiguo marqués don Pedro Moscoso y su entorno, personificado en la figura de un Primitivo más violento aún que su propio amo, sobre el que ejerce un amenazante poder, en la denuncia de una sociedad en la que los roles de la mujer y el hombre quedan radicalmente marcados, quedando esta relegada al papel de objeto de deseo sexual y sierva doméstica o al de dócil y virtuosa esposa destinada a engendrar hijos; o en la morbosa delectación en los deseos ocultos y carnales de un sacerdote; pero el adaptador, fiel al espíritu del texto y de su autora, nos muestra una realidad mucho más compleja -por tanto, más interesante y rica-, donde los comportamientos y los perfiles psicológicos de los diferentes personajes ofrecen multitud de aristas y matices.

Unos matices y riqueza humana que ha sabido potenciar el excelente reparto elegido para este montaje, dirigido con diestra y muy certera mano por Helena Pimenta. Todo un acierto su elección para llevar a buen puerto este proyecto. Se nota la experimentada intervención de quien durante la pasada década estuvo al frente de la Compañía Nacional de Teatro Clásico, en un montaje que lleva su indiscutible sello de calidad y saber hacer. Aun estando en prosa, se percibe en esta producción el ritmo, la agilidad, el movimiento y la fuerza de los mejores montajes de la CNTC nacidos de Pimenta. Incluso la ambientación musical, a cargo de Íñigo Lacasa, y la escenografía y el vestuario, ambos diseñados por Mónica Teijeiro y José Tomé, recuerdan la estética realista, funcional y polivalente de algunos grandes momentos del teatro clásico español.

Y es que, en efecto, Los pazos de Ulloa es una adaptación de un texto clásico, vestido de teatro clásico, sin necesidad de experimentos pretendidamente innovadores que traten de aportar algo más a lo que la obra ya dice, para atraer al espectador. No es necesario. De hecho, habría sido contraproducente tal pretensión. Lo que singulariza y hace más atractivo a este excelente montaje teatral es su sabor a teatro puro, a historia perfectamente hilvanada y contada -magnífico recurso el de otorgar al padre don Julián la voz narrativa que enmarca y construye el hilo argumental-, cuyo interés se mantiene de principio a fin sin que pueda relajarse la atención en ningún momento.

Pero nada de cuanto acabamos de decir sería posible sin el magnífico trabajo desempeñado por los actores encargados de dar vida a los personajes que intervienen en la trama. Tan solo seis intérpretes son capaces de recrear la Galicia rural encarnada en los pazos del otrora marqués -de claro aire prevalleinclanesco- y el provinciano ambiente burgués de Santiago de Compostela, con una solvencia admirable, y la psicología de unos personajes, como señalábamos, marcados por una compleja individualidad fruto del determinismo social, atavismos de época o de la propia condición humana. Actuando como un único cuerpo, sin fisura alguna -gracias a un impecable trabajo de dirección-, cada uno de los actores de la pieza nos deleita con unas soberbias interpretaciones dignas de los mayores encomios. Brillante estuvo Marcial Álvarez interpretando a don Pedro Moscoso -impresionante voz y apostura escénica-; tanto como Francesc Galcerán en sus diferentes papeles, con Primitivo, el capataz, a la cabeza; Pere Ponce, que seduce y llena la escena en su papel de don Julián; una radiante Diana Palazón que da forma a la voluptuosa y seductora Sabela -también a Rita, una de las primas de don Pedro-; Esther Isla, encarnando a Nucha, la prima con la que Moscoso se desposa buscando un legítimo heredero varón; y David Huertas, que interpreta a un médico progresista, contrapunto ideológico del conservador don Pedro.

Estrenada el pasado 16 de septiembre en el Teatro Rosalía de Castro de La Coruña, Los pazos de Ulloa se presentó en el Teatro Fernán Gómez de Madrid el 8 de octubre, donde permanecerá hasta el próximo 7 de noviembre. Un ejemplo de adaptación teatral y de montaje, en definitiva, digno del mejor teatro clásico, que aconsejamos no perderse.

José Luis González Subías


Fotografías: Pedro Gato

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