"Muerte de un viajante", un clásico contemporáneo que no envejece

 

La dramática historia del fracaso y de las ilusiones vanas con las que se pretende ocultar la dureza de una realidad inequívocamente gris es lo que percibimos en Muerte de un viajante, la célebre obra de Arthur Miller que, transcurridos más de setenta años desde su estreno en 1949, mantiene intacta su fuerza y su hondura, y sigue apuntando con el dedo a un mundo en el que muchos aún podemos sentirnos identificados, o reflejados. ¿Cuántos de nosotros no hemos vivido de cerca el síndrome de Willy Loman; o sus consecuencias, manifestadas en sus hijos Happy y Biff? ¿Qué hay de Willy Loman en cada uno de nosotros? Y esa madre sufridora, Linda; abnegada -y humillada- esposa que ha entregado su vida a un hombre al que venera y acompaña, compartiendo su sueño y su fracaso. Un modelo de familia de clase trabajadora en la que el padre, amparado en una dignidad y un orgullo de altos vuelos, ha insuflado de fantasía la energía y la trayectoria vital de unos hijos que darán forma visible, en los propios, al fracaso de su progenitor, quien no encontrará otro modo de dejar un legado a sus descendientes que ofrendarles su último sacrificio. 

Una obra dura, un texto sin concesiones, firme, directo, capaz de hundir los dedos en la realidad y mostrar en vivo sus llagas. Fantástica muestra del mejor drama realista estadounidense de mediados del siglo XX, que no por casualidad trajo a nuestra mente, en numerosos momentos, la Historia de una escalera de Buero Vallejo, estrenada pocos meses después que la de Miller. Una misma época -salvando la distancia geográfica y las circunstancias históricas-, un mismo espacio agobiante, claustrofóbico y sin salida, magníficamente diseñado por Jorge Hugo Ferrari -a cargo asimismo de un muy adecuado vestuario realista-, se nos ofrece en este espléndido montaje que plasma con fidelidad expresiva el espíritu del texto de Miller, ambientado en las estrechas, concurridas y ya contaminadas calles del mismo Nueva York que atenazó el espíritu libre de Lorca veinte años atrás.

El paso del tiempo, la decrepitud, el olvido, los recuerdos, el orgullo y la muerte se abren paso en esta excelente versión firmada por Natalio Grueso y dirigida con absoluto acierto por Rubén Szuchmacher, quien cuenta para dar forma a la historia con un elenco actoral de primera, encabezado por un Imanol Arias (Willy Loman) perfecto, impecable, en su papel; Cristina de Inza (Linda), magnífica en su interpretación de esposa y madre; Jon Arias, como Biff, en un papel lleno de fuerza y verismo que alcanzó grandes momentos en los encuentros -desencuentros- con su padre; Carlos Serrano-Clark (Happy), que ofrece un excelente contraste como hermano de Biff, con el que forma un tándem perfecto; Jorge Basanta, sinónimo de calidad y solvencia en escena, en su doblete de Charley y Howard; un discreto, pero acertado, Fran Calvo, en su doblete como Bernard y Ben; y Virginia Flores, interpretando a esa desconocida mujer de Boston que desencadena, sin saberlo, la tragedia familiar.

Sobresaliente, en definitiva, esta nueva versión de Muerte de un viajante, estrenada el pasado 30 de septiembre en el Teatro Infanta Isabel de Madrid, donde permanecerá al menos hasta el 20 de marzo de 2022. Una magnífica ocasión de ver en escena un clásico contemporáneo por el que no pasan los años, en un montaje respetuoso con el espíritu del texto y la tradición teatral a que pertenece, protagonizado por un reparto de lujo y un Imanol Arias que borda su personaje. Arthur Miller en estado puro.

José Luis González Subías

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