Cuando el Silencio lo dice todo sobre las tablas de un escenario


Una rica, magnetizante y espectacular danza entre el silencio y la palabra, donde esta arropa y ensalza el tema elegido por Juan Mayorga para dar forma corpórea -dramatizada- a la última de sus creaciones literarias escénicas, Silencio, es lo que anoche pudimos contemplar en la segunda de las funciones representadas en el Teatro Español de este complejo monólogo en el que Blanca Portillo nos ofrece una lección magistral de lo que supone la excelencia en el arte de la interpretación.

Durante cerca de dos horas de un brillante trabajo actoral, ante el que la enmudecida sala apenas pudo contener su deseo de estallar puesta en pie, como finalmente hizo, en un torrente de aplausos y vítores hacia la que es hoy una de las más grandes actrices y mujeres de teatro de este país, asistimos a una verdadera exhibición protagonizada, junto con esta, por un dramaturgo cuya talla intelectual lo ha convertido en referente de un teatro filosófico y metaliterario -metateatral- que constituye una permanente reflexión sobre el ser humano y su sentido de la existencia

Toda la complejidad conceptual del teatro de Juan Mayorga, y su excepcional capacidad de juego con las palabras, se vierte en una obra inspirada en el discurso homónimo que el propio escritor pronunció, en mayo de 2019, en su toma de posesión de la silla M -ocupada con anterioridad por el poeta Carlos Bousoño- en la Real Academia Española. Un discurso a la altura de cualquiera de los más importantes ensayos del Humanismo y la Ilustración, desde el Elogio de la locura a La paradoja del comediante, que constituye una profunda reflexión sobre el teatro, tomando como motivo la destacada presencia en este del silencio; el tema principal de un ensayo dramatizado al que, literariamente, parangonando a tan ilustres antecedentes, podríamos otorgar el título de Elogio y paradoja del silencio.

Las palabras del autor del discurso son ahora pronunciadas, en la ficción teatral, por una amiga actriz a la que ha pedido ocupe su lugar en la ceremonia donde, ante las autoridades académicas, familiares y amigos, y un público -convidado de piedra- que asiste a tan singular acto, deberá pronunciar su discurso, que lleva por título: Silencio. La realidad y la ficción se abrazan en un espectáculo en el que todo cuanto sucede es teatro; y, por tanto, verdad nacida de la mentira o disfrazada de esta. Y Juan Mayorga se vale como nadie -ayudado de una Portillo que domina su registro mejor incluso que nadie- para crear realidades paralelas, vasos comunicantes entre la ficción y la vida, idóneos para verter en ellos su continuas preguntas y afirmaciones, siempre reflexivas. El teatro de Mayorga es pensamiento puro, corporeizado en las tablas, en el que la literatura -y la cultura en mayúsculas- ocupa un destacado lugar. No es por ello extraño que Cervantes contemple -desde el silencio visual- cuanto sucede en escena, se recreen algunos parlamentos de El Quijote, de La vida es sueño de Calderón o del Hamlet de Shakespeare, y se elogie, entre otros autores, junto con Beckett, a los clásicos rusos, desde Dostoievski a Chéjov.

Un despliegue de cultura es lo que ofrece Juan Mayorga desde su Silencio, así como de su profundo conocimiento de la realidad escénica, en este caso también desde la dirección de su pieza; como lo hace Blanca Portillo desde su conocimiento vivo del arte dramático. Fantástica su creación de un personaje cuya protocolaria indumentaria y aspecto físico nos recuerdan al de las figuras del cine cómico, incluso su expresionista pose, con la que la juega la actriz en un continuo viaje de quita y pon, cuestionándose en ocasiones tanto las palabras del discurso como a su autor, y a sí misma por haber aceptado tan singular e ilógico encargo. El autor tiene incluso la audacia -y la actriz la capacidad de llevarla a cabo- de experimentar con el silencio real, sumiéndonos en él durante 4:33 minutos en los que el público se convierte asimismo en actor de cuanto está sucediendo, tanto fuera de él como en sus pensamientos.

No necesita mucho atrezo ni escenografía una obra de estas características; solo las suficientes referencias visuales como para trasladarnos con la imaginación al lugar donde se desarrolla la acción: la sala de la RAE donde el nuevo académico va a pronunciar su discurso de ingreso en tan insigne y centenaria institución. Lo que Elisa Sanz, encargada de diseñar el espacio, consigue con unas bien dispuestas hileras de elegantes sillas que miran, desde ambos lados y el fondo del escenario -donde hay también una práctica mesa que será utilizada en el transcurso de la acción-, el atril donde el personaje va a iniciar su discurso, un panel blanco a cada lado asimismo de la escena, que permite reflejar en él las sombras proyectadas por aquel -un nuevo juego entre la realidad y la ficción- y ser atravesado por potentes haces de luz cuando así lo requiere la situación, y un marco vacío al fondo del escenario. Importante papel el de Pedro Yagüe, en el diseño de la iluminación; y el de Manu Solis, a cargo de la creación del espacio sonoro.

Un espectáculo completo y complejo, difícil, en definitiva, de gran altura conceptual e interpretativa, es el que se ofrece en este retumbante Silencio de Juan Mayorga, que permanecerá en escena, en el Teatro Español, hasta el 11 de febrero. Una obra que los aficionados a la literatura y el teatro no pueden perderse.

José Luis González Subías


Fotografías: Javier Mantrana

Comentarios

Entradas populares de este blog

Una "paradoja del comediante" tan necesaria y actual como hace doscientos años

"Romeo y Julieta despiertan..." para seguir durmiendo

"La ilusión conyugal", un comedia de enredo donde la verdad y la mentira se miran a los ojos