"La gran Cenobia", un drama de Calderón refundido al gusto y las inquietudes de nuestro tiempo


La gran Cenobia es uno de los dramas históricos de Calderón de la Barca más representativos de su producción teatral. Ambientado en la antigüedad romana; más concretamente, en el siglo III, durante las guerras que enfrentaron al emperador Aureliano y la que fuera reina de Palmira, Cenobia, conquistadora durante un corto tiempo de numerosos territorios en Asia Menor, el autor barroco enriquece dramáticamente la historia incorporando, junto al tema central de la ambición de poder -tanto por parte de Cenobia como de Aureliano o de Libio e Irene-, el sentimiento amoroso de "la reina guerrera" por el derrotado romano Decio, caído en desgracia y deseoso de recuperar su honor, prendado asimismo de esta, y el conflicto entre el deseo personal y el deber, presente en numerosos textos de nuestra tradición teatral.

Sin que el argumento del drama calderoniano desaparezca, Luis Sorolla, autor de la versión de la pieza que desde el pasado 13 de enero se ofrece en la Sala Tirso de Molina del Teatro de la Comedia, bajo la dirección de David Boceta, introduce un marco narrativo propio que pretende acercar la obra a una actualidad donde las luchas de poder y los nacionalismos belicosos siguen manifestándose con distintos ropajes y formas, llevando la historia dramatizada a un terreno algo distorsionado donde Cenobia y su pueblo se presentan como defensores de la libertad de su patria frente a la opresión del despótico y autoritario imperio romano, cuando la otra historia -la de los libros no ficcionales- nos presenta a una Cenobia cuyas ansias de expansión, asimismo imperial, la llevaron a convertirse en firme dominadora de los territorios a su alcance.

Al margen de la lectura y el sesgo que el director de esta versión haya pretendido dar a su montaje del texto calderoniano, no hay duda de que este presenta todos los atributos de una gran producción. Impecable en todos sus aspectos técnicos y artísticos, la elección de ambientar la acción en un anacrónico siglo XX en el que las espadas dan paso a pistolas y fusiles de asalto, y los personajes visten uniformes militarizados, fuertemente marcados en nuestro imaginario colectivo por connotaciones que remiten a totalitarismos muy reconocibles en nuestra memoria más cercana, es una opción; quizá no especialmente novedosa, pero sí bastante efectiva y, por supuesto, justificable; muy bien ejecutada.

El conjunto de todos los elementos que conforman la puesta en escena nos pareció excelente; armonioso, con sentido y unidad. Destaca como recurso efectivo y efectista, magníficamente utilizado como banda sonora de la acción (muy bueno el trabajo musical de Antonio Cos), la inclusión de una banda de rock cuyos instrumentos -guitarra, bajo y batería- son tocados en directo por tres de los actores (Mariano Estudillo, Alejandro Pau, Víctor Sainz) que intervienen como soldados romanos en el reparto de personajes. Como efectiva es la escenografía planteada por Almudena Bautista, capaz de trasladarnos, con apenas unos leves efectos lumínicos (excelente trabajo de Víctor Longás) o una telas, y el importante papel otorgado a la videoescena (obra de Álvaro Luna), del palacio de Cenobia al de Aureliano, a un campo de batalla, o de reproducir el paso de un puente.

Nada menos que una decena de intérpretes comparten el escenario en un trabajo conjunto compacto, bien trabajado, a cargo, junto con los actores músicos ya citados, de Cristina Arias (Clotilde/soldado romano), Mikel Arostegui (Decio), Marta Guerras (Irene), Isabel Rodes (Cenobia), José Juan Rodríguez (Aureliano), Irene Serrano (Astrea) y José Luis Verguizas (Libio).

Una interesante propuesta teatral de un clásico de Calderón -ya solo por escuchar su texto merece la pena-, con la garantía de tratarse de una producción de la Compañía Nacional de Teatro Clásico -por tanto, de calidad-, que podrá disfrutarse hasta el 6 de marzo en la Sala Tirso de Molina del Teatro de la Comedia

José Luis González Subías


Fotografías: Sergio Parra

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