El camino a la verdad a través del fingimiento
Hay una línea muy estrecha entre la ficción y la verdad; como entre la vida y la muerte, o entre la realidad y el teatro... Esto lo sabían muy bien nuestros antepasados barrocos, que hicieron del escenario la caja mágica donde los sueños alcanzaban a hacerse vivos y aprendieron a poner en entredicho la fragilidad de una vida tan cerca del no ser y la ficción. Lo real y lo fingido se mezclan y confunden en el teatro, y especialmente en aquellos textos que, desde muy pronto, hicieron uso de la metateatralidad como herramienta de indagación tanto en el arte de la escena como en el ser humano y su relación con el Creador. Más allá de un juego destinado al divertimento, una escuela de costumbres o un espacio destinado a la crítica y la reflexión respecto a la condición humana, la escena ha sido con frecuencia un recinto privilegiado donde se han vertido preguntas trascendentales de alcance metafísico y teológico. Y así lo hicieron nuestros dramaturgos barrocos; no solo Calderón o Tirso, sino también un Lope de Vega que, en Lo fingido verdadero (ca. 1608), muestra su rostro más shakespeariano y calderoniano.
Son estos, visualmente, los momentos de mayor intensidad dramática de un montaje que, hasta entonces, ha dado a la palabra -y qué magnífica palabra la de Lope- el principal protagonismo, llevando la escenografía (obra de José Novoa) a un minimalismo reducido a una plataforma de doble nivel capaz de recrear, con la imaginación del espectador, los más diversos espacios; apoyada en un vestuario contemporáneo (diseñado por Pier Paolo Alvaro), totalmente alejado de cualquier intento de recreación historicista de los sucesos, la música de Xavier Albertí, y un importante uso de la iluminación, a cargo de Juan Gómez Cornejo.
Magnífico el elenco elegido para dar vida a este proyecto, en el que destaca por su impresionante capacidad interpretativa, su gesto y su bien timbrada voz, Israel Elejalde (Ginés); como lo hacen en sus respectivos papeles María Besant (Camila), Arturo Querejeta (Diocleciano), Aisa Pérez (Marcela), Paco Pozo (Maximiano) y el resto de un compacto reparto, no menos importante, encargado de representar a una treintena de personajes: Silvia Acosta, Montse Díez, Miguel Huertas, José Ramón Iglesias, Ignacio Jiménez, Álvaro de Juan, Jorge Merino, Verónica Ronda, Aina Sánchez y Eva Trancón.
Para imitar a la vida no hay más que fingirse vivo, como para llegar a ser no hay más que fingir serlo. Y esto lo saben muy bien los actores, que tienen en Lo fingido verdadero un verdadero espacio para el arte del fingimiento, del que podrán disfrutar cuantos acudan al encuentro con este importante texto de Lope de Vega, en el Teatro de la Comedia, donde permanecerá hasta el 27 de marzo.
José Luis González Subías
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