"Adiós, dueño mío", una comedia femenina y feminista con sabor a Siglo de Oro y comedia musical


Durante unos días, las mujeres han tomado la palabra, incluso impostando la voz masculina, en el Teatro Bellas Artes de Madrid, utilizando un texto -adaptado a nuestro tiempo por Magüi Mira, en una versión de Emilio Hernández- de la escritora María de Zayas y Sotomayor, quien ha sido considerada una adelantada del feminismo en un siglo, el XVII, en el que la historia iba por otro lado y las relaciones entre hombres y mujeres dieron mucho juego sobre el papel y la escena. Sea. Quien haya leído las novelas de tan insigne literata no podrá dudar del destacado papel que la autora madrileña otorgó a las numerosas representantes de su sexo que pueblan su obra; caracterizadas en su mayoría por una astucia e inteligencia capaz de engañar y confundir al más pintado, mostrando una manifiesta superioridad respecto a sus bobaliconas víctimas masculinas, que, convertidas en figurones ridículos, sirven de escarnio y de mofa, en desagravio a sus ofensas y al caprichoso y despótico comportamiento de estos respecto a la mujer.

De algún modo, esta es la esencia de la pieza bautizada con el título de Adiós, dueño mío, cuya dramaturgia y dirección corren a cargo de Magüi Mira, en una versión libre y actualizada de La traición en la amistad, el único texto teatral que María de Zayas dejó escrito. Mira ha creado un montaje lleno de sensualidad y desparpajo, al servicio de un empoderamiento femenino simpático e inteligente, despojado de inquina. El resultado es una pieza divertida, con mensaje, en el que la femineidad y el feminismo se miran, sonrientes, con un guiño cómplice.   

Protagonizada por cinco actrices (Marta Calabuig, Pilu Fontán, Rosana Martínez, Laura Valero, Silvia Valero) que dan vida a otros tantos personajes femeninos, además de a tres galanes (interpretados por María Calabuig, Laura Valero y Silvia Valero) cuya seña distintiva -aparte de su hechura desgarbada y su voz, lanzada al desgaire- es una chaqueta americana que sirve para identificarlos cada vez que intervienen, las interpretaciones y, en general, el planteamiento del montaje nos alejan premeditadamente de las formas del teatro áureo para acercarnos a una estética contemporánea que coquetea con la comedia musical ambientada en los años cincuenta y sesenta del pasado siglo; también reflejada en el vestuario de los personajes. Todo con la mayor economía de recursos escenográficos; tan solo una especie de sofá-escabel central, utilizado en algunos momentos como elemento de la acción, que sirve de asiento y espacio desde donde las actrices contemplan cuanto sucede en el escenario.

Si en ocasiones atisbamos la maestría del verso clásico barroco, con frecuencia este desaparece para dar paso a unas expresiones -incluso versos- que nos chocan en una poetisa de la talla de Zayas y debemos atribuir a mano ajena. En conjunto, no creemos que la pieza destaque especialmente por sus altos valores literarios; sin embargo, en otros aspectos, consideramos que se trata de un montaje ingenioso que cumple su propósito: ligero, desenfadado y sin muchas pretensiones más allá de las mencionadas al inicio de nuestro escrito. No hay duda de que estas quedan manifiestas y el objetivo de los responsables artísticos de la obra queda cumplido. El público también se entretiene y recibe relajado lo que se le ofrece. ¿Qué más se puede pedir?

Estrenada hace ya cerca de un año, con muy buenas críticas, Adiós, dueño mío se ha estado representando en el Teatro Bellas Artes, entre el 9 y el 13 de marzo, con ocasión de la celebración del Día Internacional de la Mujer, en cuyo contexto la pieza cobra pleno sentido.

José Luis González Subías


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