"El Golem", un viaje hacia las profundidades de la identidad, entre la ciencia ficción y el thriller filosófico


El pasado 25 de febrero se alzó el telón del Teatro María Guerrero para presentar ante el público la última propuesta escénica de nuestro laureado Juan Mayorga, El Golem, una ambiciosa pieza teatral en la que convergen los grandes temas e inquietudes filosóficas que han marcado la prolífica obra dramática del autor desde sus inicios... con toda su intensidad.

Decir Mayorga es, desde hace tiempo, sinónimo de calidad literaria y hondura intelectual; unos rasgos que sobresalen en esta nueva producción del Centro Dramático Nacional, dirigida nada menos que por Alfredo Sanzol. Con tal carta de presentación, nuestras expectativas respecto a un montaje sobre el que ya se han escrito numerosas críticas (que hemos preferido no leer, siguiendo nuestra costumbre, antes de ver la obra en escena) eran muy elevadas. Y afirmamos, desde ahora mismo, que estas fueron más que colmadas. Lo que vimos ayer en la sala principal del María Guerrero fue la quintaesencia del teatro mayorguiano; no nos atreveríamos a decir que el mejor de sus textos dramáticos, por no menoscabar otros previos, pero sí a la altura de cualquiera que pudiera considerarse como tal. 

De una elevada complejidad conceptual, prolija en referencias culturales y científicas, en las que las matemáticas y la filosofía se miran y encuentran en el mismo espejo donde se ha reflejado el autor durante buena parte de su vida, la obra nos sitúa en un cúmulo de espacios interiores -siempre el mismo y otros-, pertenecientes todos ellos a un extraño hospital en el que se lleva cabo un inquietante experimento, ligado a las palabras -y su memorización-, capaz de modificar la conducta de los individuos.

Si por un momento hubiéramos creído encontrarnos frente a un doctor Ariel y el onírico universo de Casona, en la primera conversación que mantienen Felicia y Salinas, no tardamos en rectificar al percibir algo mucho más inquietante, amenazador incluso, en las palabras y el comportamiento de esa misteriosa y críptica traductora cuya presencia y papel en el hospital no quedan del todo claros. Una amenaza e inquietud que se expresa asimismo en la intensa y asfixiante atmósfera conseguida con la excelente escenografía diseñada por Alejandro Andújar, cuya movilidad permite transformar el espacio, sin salir nunca de la claustrofóbica y laberíntica opresión que lo circunda, y la fantástica iluminación de Pedro Yagüe, que juega con los claroscuros para acercarnos a un tenebrismo muy adecuado a la expresión de lo siniestro que subyace en la historia y el tema planteados por el autor, a los que la música de Fernando Velázquez y el espacio sonoro creado por Sandra Vicente otorgan aún mayor intensidad.                   

Nos encontramos ante un thriller psicológico a caballo entre la ciencia ficción y el universo borgiano (Borges tiene también un célebre poema dedicado a "El golem"), con una estructura dramática lineal, tres únicos personajes, espacios diversos pero siempre el mismo, y una extensión temporal imprecisa, en el que una joven, Felicia, aguarda la recuperación de su pareja, Ismael, hospitalizado desde hace tiempo. En un entorno hostil que sugiere revueltas sociales, algún grave conflicto o extrema situación -la pandemia y el confinamiento de 2020 se hallan tras esta reescritura de un texto creado, según confiesa el autor, hace algunos años- que ha obligado a expulsar de los hospitales a los pacientes que no pueden sufragar su atención, Felicia tiene la posibilidad de mantener a Ismael en el centro, a cambio de memorizar un texto, unas palabras sin sentido inicialmente para ella; pero que, a medida que estas cobran vida en su interior, la irán transformando en otra persona. Salinas será la artífice de una siniestra trama inspirada por el amor más allá de la muerte, en que la palabra se convierte en la verdadera protagonista.

Un texto de tan alta densidad intelectual, de factura literaria -teatro de palabra y, más que apropiado para ser leído, de necesaria lectura-, de más de dos ininterrumpidas horas de duración, requiere las mejores dotes interpretativas y el planteamiento escénico de una figura como Alfredo Sanzol para sacar a la historia su mejor partido escénico. Y así consideramos lo hace de nuevo el director, apoyado en esta ocasión en el magnífico trabajo de tres excelentes actores: Elena González (Salinas), Elías González (Ismael) y Vicky Luengo (Felicia). Especialmente en esta última, que acapara por méritos propios la acción y vuelca sobre el escenario un verdadero torrente de buen hacer actoral, en todos los aspectos; destacando el de un dominio corporal (gran trabajo, en el diseño del movimiento escénico, de Amaya Galeote) con el que protagonizó algunos de los mejores momentos de la pieza. Un trabajo, en nuestra opinión, digno de premio.

Mucho y muy bueno, en definitiva, es lo que ofrece El Golem de Juan Mayorga. Un teatro filosófico e intelectual de elevadísima altura, con tintes de thriller, cercano a la ciencia ficción y a lo siniestro freudiano, muy diferente a cuanto hemos presenciado últimamente en los escenarios, es lo que se nos ofrece en esta obra, que, sin duda alguna, hay que ver. Podrá hacerse hasta el 17 de abril, en el Teatro María Guerrero. Y recuerden: la palabra no solo nos hace libres, sino que constituye la fórmula mágica -y divina- a través de la cual nace la Vida.

José Luis González Subías


Fotografías: Luz Soria

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