Oriol Tarrason nos invita a vivir a cualquier edad, recordando que "Otra vida", en esta vida, siempre es posible

 


En el día en que se celebra la existencia y la necesidad del Teatro, no está mal que reflexionemos durante unos segundos sobre la situación, en nuestras actuales vidas, de este arte secular -milenario, si nos remontamos a sus orígenes- que ha acompañado al hombre desde que este tuvo la necesidad de expresar y contar en comunicación con el otro, para alentar, conmover, indagar, denunciar, compartir, divertir... y, en definitiva, sentirse vivo. Durante toda mi vida (consciente) he oído hablar -tanto en los libros del pasado como entre las gentes de la profesión- de la crisis del teatro. Yo mismo, durante muchos años, llegué a darlo por difunto y enterrado. Sin embargo, y a pesar de las voces que siguen clamando contra la precariedad de un arte y un oficio en el que, como en tantos otros, hay exceso de oferta para una demanda siempre insuficiente -sobre todo cuando hace ya casi un siglo que la escena no es la única opción de ocio social-, no hay como acudir a las muchas salas que proliferan en Madrid para tomar el pulso al eterno paciente que hoy homenajeamos

Ayer tarde acudimos al Teatro Fernán Gómez, a nuestra cita semanal con las dos bellas hijas de Zeus, para conocer y disfrutar Otra vida de la mano de Oriol Tarrason, autor y director del correspondiente texto y montaje que, desde el 3 al 27 de marzo, se ha representado en la sala principal (Sala Guirao) de esta emblemática institución cultural madrileña ubicada en la Plaza de Colón. Protagonizada por cuatro excelentes actores (Beatriz Arjona, Beatriz Carvajal, Jesús Castejón y Juan Gea), que se mueven por el escenario con la soltura y el respeto de quienes se saben legítimos depositarios -y privilegiados representantes- de una de las más bellas profesiones sobre las que se sostiene buena parte del engranaje cultural de este país, la historia de esta comedia con algún poso dramático, que no tarda en ser alejado para abrir la ventana a la esperanza, nos sitúa nada menos que en una residencia de ancianos -tan tristemente recordadas en los dos últimos años- a la que acaba de llegar Solange (Beatriz Carvajal), una viuda de setenta y cuatro años dispuesta a recuperar una vida que en realidad nunca tuvo -la elegida por ella misma, como el nuevo nombre que se ha inventado-, y que trastocará la rutinaria resignación de Ernesto (Jesús Castejón) y Mateo (Juan Gea), quienes encuentran en Solange esa brisa renovada que les hará volver a sentirse vivos; dispuestos, incluso, a hacer un trío.

Da gusto encontrar sobre el escenario a tres veteranos actores, de los "de siempre" (al igual que el muy acertado planteamiento escenográfico y el vestuario de Gabriel Carrascal), que nos hacen revivir un tiempo y un modo de hacer teatro que nos traslada a los orígenes mismos de nuestra afición a este género. Y descubrir a la par, en Beatriz Arjona, que interpreta a la joven enfermera -víctima de una enfermedad que dará el contrapunto trágico a la pieza- encargada de amenizar y cuidar de los residentes del "Buen Reposo", una actriz de gran calidad que borda su papel y da el justo aire de frescor al enclaustrado ambiente de un lugar destinado a despedir a quienes han renunciado ya a la vida que hay tras sus paredes.

Confieso que soy poco dado a la risa -suelo reírme hacia dentro-, pero me agrada sentir esta a mi alrededor; como me sucedió ayer con las carcajadas de buena parte del público, que disfrutó con la complicidad de los actores y de unos guiños -también los del texto- dirigidos a quienes, por edad, comprendían -comprendíamos- muy bien cuanto estaba sucediendo en escena. El sentido trágico de la vida solo puede entenderse, o trascenderse, desde la comicidad y la capacidad de reírse de las propias miserias.

Una propuesta que nos invita a vivir a cualquier edad y acercarnos a la Otra vida con una sonrisa, un baile, incluso un cigarrillo en los labios -a pesar de sus nocivos efectos para la salud, como tantas cosas placenteras-; aceptando nuestra fugaz condición, es cierto, pero advirtiéndonos de que siempre se está a tiempo de vivir esa otra vida que aún no nos ha sido vedada.

José Luis González Subías


Fotografías: Javier Naval

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