Aitana Sánchez-Gijón y Marta Poveda recuperan la picaresca femenina en "Malvivir", un texto de Álvaro Tato inspirado en esta tradición novelesca


Desde el pasado 5 de mayo se representa en la sala Max Aub, de las Naves del Español, Malvivir, el nuevo trabajo de Álvaro Tato, escrito a partir de varias novelas picarescas del siglo XVII que presentan la particularidad de estar protagonizadas por mujeres. La obra, que incluye fragmentos de La hija de Celestina de Salas Barbadillo, La niña de los embustes de Castillo Solórzano y La pícara Justina de López de Úbeda, además de algunos textos Quevedo, es una trabajada e inteligente adaptación de los espacios y las gestas de estas antiheroínas de nuestra historia literaria, llevadas al escenario con el original estilo que caracteriza las creaciones del dramaturgo madrileño.

Dirigido por Yayo Cáceres, quien ha acompañado a Tato durante buena parte de su trayectoria escénica en Ron Lalá, y ahora también en el nuevo proyecto denominado Ay Teatro, impulsado por ambos junto a Emilia Yagüe, el montaje responde a la filosofía de austeridad de este último colectivo (magnífica la escenografía de Mónica Boromello, capaz de responder a este requisito sin descuidar la calidad artística de su materia), que trata de recuperar la esencia del teatro clásico adaptándolo a la realidad contemporánea, sin fastos espectaculares, pero devolviéndole su espíritu festivo y su condición de espacio reservado al juego y la imaginación. Juego e imaginación nacidos de una palabra evocadora, transformadora de la realidad, cuyo mágico poder es manejado por los intérpretes de la historia recreada, quienes, convertidos en los verdaderos protagonistas del espectáculo, pueden desplegar libremente -casi libremente- todas sus capacidades vocales y corporales.

Corresponde esta tarea, en Malvivir, a Aitana Sánchez-Gijón y Marta Poveda; actrices de raza, inmensas. Dos camaleones artísticos, llenos de registros, que exploran y explotan sus posibilidades creativas -bajo la atenta guía de Yayo Cáceres-, divirtiéndose y divirtiéndonos con los múltiples personajes que llegan a representar, incluso intercambiándolos, en un permanente juego que evita cualquier dramatismo -a pesar de lo dramático de la historia representada-, transitando por los más variopintos matices de la comedia, acercándonos incluso a lo bufo, la farsa guiñolesca o circense o la estética de la comedia negra, a lo Dick Tracy, pero en rufián. Acompaña a estas en escena Bruno Tambascio, quien, además de otros fugaces personajes que pululan por este mosaico vital, interpreta al juglar que canta las peripecias de la pícara Elena de Paz, cuya desordenada vida la llevará a morir como su padre, condenada a garrote vil.  

A través de un imaginativo relato quevedesco en el que la vida y la muerte compiten en demostrar quién es más real de las dos, asistiremos al recorrido biográfico de la mencionada Elena, marcada y empujada desde su nacimiento hacia una vida de supervivencia y marginalidad que la conducirá a un trágico destino. Acompañará a esta, durante buena parte del camino, el criminal Montúfar, con quien mantendrá una intensa relación, tan destructiva como apasionada, que concluirá también de forma dramática para este.  

Como todas las novelas picarescas de su tiempo, en las que el texto se basa, Malvivir nos ofrece una imagen miserable de la realidad social de la España barroca. Una realidad que, por momentos, el autor acerca o relaciona con la más inmediata actualidad, en unos acertados y medidos guiños que solo sazonan un texto que no pretende pasar más allá del divertimento inteligente y, a veces -como siempre lo fue el humor de ese calibre-, punzante.

Atractiva y sugerente propuesta, en definitiva, es la que nos ofrece Álvaro Tato, en este nuevo trabajo dirigido por Yayo Cáceres, que cuenta con el regalo de ver en escena a dos de las más grandes actrices de nuestra escena: Aitana Sánchez-Gijón y Marta Poveda. Verlas juntas sobre un escenario es un espectáculo en sí mismo, que podrá seguir disfrutándose, hasta el 5 de junio, en la sala Max Aub de las Naves del Español.

José Luis González Subías


Fotografías: David Ruiz

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