"La coartada", de Christy Hall; la vigencia del drama psicológico y realista


La coartada... un título más que sugerente que, de manera instintiva, natural e inmediata, traslada nuestra mente a una tipo de dramaturgia muy extendida en el siglo XX, en la que los autores estadounidenses (O'Neill, Albee, Miller, Tennesse Williams, Reginald Rose) y británicos (Priestley, Pinter) fueron indiscutibles maestros; y que todavía David Mamet ha mantenido hoy, como destacado representante de un tipo de drama realista, de acentuado componente psicológico, cercano en ocasiones al thriller; como sucede en la pieza que nos ocupa, original de la joven escritora y productora estadounidense Christy Hall.

El título con que Bernabé Rico presenta su versión de este texto, dirigido por él mismo, recuerda al de anteriores versiones realizadas por este de algunas piezas de Mamet -al que, en cierta medida, la obra de Hall recuerda- representadas en el mismo teatro, el Bellas Artes (piénsese en La culpa), donde, desde el pasado 27 de abril, ha podido disfrutarse hasta su despedida ayer mismo, 5 de junio. Se nota el gusto de Rico por esta clase de tramas, a las que tiene cogido el pulso dramático, su peculiar latido escénico, cuyo ritmo se amolda a la intensidad de las palabras y las emociones profundas que subyacen tras estas y son capaces de transmitir. Teatro de pura palabra e intenciones, literatura dramática en el más completo y tradicional sentido del término, que no deja insatisfecho a quien se sienta en una butaca a escuchar y adentrarse en el hilo argumental de una trama que va creciendo y envolviéndole a medida que transcurren los minutos.

Organizada en dos partes bien diferenciadas, La coartada nos presenta en un primer momento a Ana (María Castro), una mujer que trata, con la ayuda de su antiguo amigo Ángel (Dani Muriel) -del que poco más sabemos en un principio-, de librarse de la acusación de haber asesinado a su esposo, Héctor (Miguel Hermoso). A través del diálogo mantenido entre ambos, que por momentos adquiere elevadas cotas de tensión, y que se desarrolla ante la permanente amenaza de una crisis nerviosa de la protagonista, se despliega ante nuestros ojos y oídos una compleja trama psicológica en la que, en realidad, nada es lo que parece. Solo en el desarrollo de la segunda parte, donde el ritmo de la acción se acelera y la realidad se hace más nítida, apoyada en la efectiva escenografía de Juan Sanz, las piezas de lo que se va revelando como un ingenioso rompecabezas tras el que se oculta una macabra historia de amor, obsesión, locura y muerte, comienzan a encajar... dramáticamente. Todo adquiere entonces sentido, y la admirable precisión del mecanismo teatral ideado por la autora cobra todo su valor. Excepcional thriller escénico, con una intensidad creciente que irrumpe con fuerza en los últimos instantes de la acción, y que consiguió pegarnos al asiento, entreabrir los labios expectantes, y hacernos sentir cómo se nos erizaba el vello de los brazos ante lo que estábamos contemplando.

La impecable y sobresaliente actuación de los tres intérpretes del elenco -María CastroDani Muriel Miguel Hermoso-, que bordan sus papeles, y el brillante trabajo de una María Castro que, indiscutible protagonista, se desnuda y deja el alma en escena, es, junto con el fantástico mecanismo textual ya indicado, el principal aliciente de un montaje con sabor a teatro tradicional y a siglo XX, que nos sobrecogió -especialmente su desenlace- y nos hizo salir del teatro más que satisfechos. Es bastante probable que no olvidemos con facilidad esta obra.

José Luis González Subías


Fotografías: Sergio Parra

Comentarios

  1. Como siempre: un escrito excelente que incita a ver esa función

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    1. Muchas gracias, Javier. Intentaré mantener esta actividad el mayor tiempo posible, convencido de que mi aportación es valorada y seguida por algunos amantes de la escena, y seguro que de la literatura. Un muy cordial saludo. Seguiremos bambalineando.

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