"Ser o no ser", una de las mejores adaptaciones teatrales de la presente temporada


Hace ya más de tres meses (el 17 de marzo), el Teatro La Latina alzaba el telón para presentar sobre su escenario Ser o no ser, una espléndida adaptación teatral de Bernardo Sánchez a partir de la célebre comedia del director de cine estadounidense (de ascendencia judío-alemana) Ernst Lubitsch, llevada a las pantallas en 1942. Los ochenta años transcurridos entre ambas creaciones no han hecho mella en el valor y la calidad artística de una obra maestra, que ha sabido mantener su excelencia, gracias a la pericia de su adaptador y a la profesionalidad de un equipo humano dirigido por quien conoce a la perfección tanto el medio cinematográfico como el escénico: Juan Echanove.

Sublime trabajo el realizado por este gran actor, encargado de dar vida en el montaje producido por José Velasco a otro actor -ficticio en este caso-, Joseph Tura, que junto a su esposa María Tura, regenta un importante teatro en la Varsovia a punto de ser ocupada por los nazis en 1939. Los entresijos de la cotidianidad de este matrimonio de artistas y de los cómicos de su compañía, en la que podría verse reflejada cualquier otra compañía de la primera mitad del siglo pasado en España, en la que no escasearon esos tándems amoroso empresariales, nos trasladan, como tantos otros clásicos de la escena universal, al teatro por de dentro, abriéndonos el interior de la caja misteriosa donde se encarnan los sueños y la imaginación, y construyendo, desde la metateatralidad más absoluta, un muy divertido e ingenioso enredo que rezuma y desprende el sabor y el sentido de la mejor comedia de todos los tiempos. Lo que vimos ayer en el Teatro La Latina fue una magnífica demostración de lo que es la comedia clásica, sin fisuras ni dobleces ni obtusos alardes experimentales, ni ínfulas de originalidad y guiños vanguardistas innecesarios; comedia tradicional que demuestra, con matrícula, que lo comercial no está reñido con la calidad y que la valía y el interés de un espectáculo teatral no estriba en si es antiguo o moderno, sino, como tantas otras cosas, en si es bueno o malo. Y este Ser o no ser, no lo duden, es. Y muy, pero que muy, bueno.

El dramático telón de fondo de esta historia escrita en plena segunda guerra mundial, que sitúa la acción en los inicios mismos del conflicto, está utilizado de tal modo que la comedia y la sátira borran por completo cualquier asomo de angustia, más allá del temor ficcional -y muy remoto, pues sabemos nos movemos en clave de humor- de que los protagonistas de la historia recreada no consigan salir con bien de su aventura. Aventura en la que confluyen un clásico triángulo amoroso -en este caso, la conocida actriz que se encapricha o enamora de un hombre más joven que su marido, con los consiguientes celos y reacciones de este-, las veleidades y rivalidades narcisistas de los actores, y la ocupación de Polonia por los nazis. Un maravilloso cóctel que trae a nuestra memoria multitud de referencias culturales, ligadas no solo a la historia, sino, y sobre todo, al cine y al teatro de la primera mitad del siglo XX. No son pocas la ocasiones en que las disparatadas escenas del teatro de Muñoz Seca y el astracán afloran a nuestra mente, como son recurrentes los guiños a un cine en blanco en negro -reflejado también en la ambientación videoescénica de algunas secuencias- capaz de recordarnos tanto el enredo sarcástico e inteligente de los hermanos Marx como la paródica genialidad de Chaplin en El gran dictador o la trama y el espíritu -siempre en clave de humor- de Casablanca.

Inmenso, superior, perfecto el trabajo de los siete veteranos actores que componen el reparto, con una actriz, Lucía Quintana, que está soberbia. Como lo están, en sus respectivos papeles, que son muchos y variados (habría que inventar, si no existe ya, el término metapapel para aludir a estos), Ángel Burgos, Gabriel Garbisu, David Pinilla, Eugenio Villota, Nicolás Illoro -nos encanta haber seguido en estos años la trayectoria de un joven actor al que auguramos hace tiempo, desde La última bambalina, un brillante, ya presente, futuro- y un Juan Echanove a la altura de los más grandes intérpretes de este país; entre los cuales, sin duda alguna, se incluye. No podemos dejar de mencionar el excelente trabajo escenográfico y de vestuario de Ana Garay -impresionante dirección de Echanove para aglutinar los numerosos cambios de espacio y atuendo de los personajes en el mínimo tiempo-, la iluminación de Carlos Torrijos y el empleo ya citado de la videoescena, a cargo de Bruno Praena.

Ir o no ir no es cuestionable. Ser o no ser, una de las apuestas teatrales más seguras de la actual escena madrileña, se despide del Teatro La Latina el próximo 26 de junio. La última bambalina recomienda no perdérsela a quienes gusten del teatro tradicional y de la buena comedia; o a quienes, si no son amigos de los caminos "trillados", estén dispuestos a aprender de ellos.

José Luis González Subías


Fotografías: Sergio Parra

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