De Pirandello, directores, actores y comedias improvisadas (o no) en el Teatro Español


Permítanme que improvise. Permítanme que juegue a hacerles creer que lo que ven, aun siendo una mentira con la pretensión de pasar como remedo de la verdad a fuer de aceptarse como verosímil, en realidad es verdad verdadera; vamos, lo que viene siendo realidad de verdad. Solo que sabiendo, como ustedes -buenos conocedores de lo que es el teatro- saben, que se hallan en un lugar donde cuanto sucede y existe -menos ustedes, por supuesto- es siempre ficción, intentar convencerles de lo contrario es cosa imposible.

Algo así debe de plantearse el personaje ficticio -que se hace pasar por el actor Joaquín Notario, o al menos así dice llamarse- que trata de dirigir, bien que dirigido por Ernesto Caballero, una comedia en la que la realidad se construya de forma natural, a medida que los actores del reparto vayan improvisando sus papeles. Esta improvisación, de un truculento drama de ambientación siciliana y aires operísticos modernos, cuya historia se entrecruza con las interrupciones del director Notario y las de los actores que la interpretan, quienes dicen ser a su vez -y bien que se les parecen-, Felipe Ansola, Jorge Basanta, Natalia Hernández, Paco Ochoa, Ana Ruiz y Ainhoa Santamaría-, se convierte en un ingenioso mecanismo de múltiples filtros donde la metateatralidad encuentra su más perfecto acomodo y el teatro mismo, sobre cuya esencia, razón de ser y función se vierten permanentes reflexiones, cobra vida y se erige en verdadero protagonista de la acción.

Y algo semejante debió de ser la idea que tuvo el Nobel Luigi Piranello hace un siglo al escribir Esta noche se improvisa la comedia, texto que desde el pasado 17 de junio se representa en el Teatro Español y que incide en los temas y la conocida técnica metateatral empleada por el dramaturgo italiano en Seis personajes en busca de autor, su obra más recordada, adaptado por Ernesto Caballero a nuestra época en una personal versión que, fiel al espíritu del original, se permite establecer una relación más directa con el público de hoy ofreciéndole claros guiños a la realidad social española y a este siglo XXI en que nos hallamos instalados no siempre con igual conformidad.

La dirección de esta peculiar comedia que hoy no sorprende como pudo hacerlo cuando fue creada, todavía bajo los efectos de unas vanguardias que afectaron también a la concepción del arte escénico, es intachable, y ofrece multitud de aciertos y detalles en los que sería prolijo e inútil detenerse. Caballero ha sabido sacar el mejor partido de un equipo artístico de primer nivel, con figuras de la talla de Monica Boromello en la confección del diseño escenográfico, Paco Ariza en la iluminación y Beatriz Robledo a cargo del vestuario. Y se ha rodeado de un elenco de actores de igual categoría, sobre quienes recae la responsabilidad de construir ese puente entre la realidad y la ficción que es el teatro, convertido, en esta función "improvisada", en un acueducto que circula por los más singulares parajes y atraviesa insospechados túneles que conectan ambas riberas. Magnífico trabajo el de los siete intérpretes -¿o personajes?- del montaje; desde un Joaquín Notario cuya presencia como director se queda algo desdibujada frente a otros papeles a los que nos tiene acostumbrados, a un impecable Felipe Ansola como Pomarici; el siempre brillante Jorge Basanta, en su recreación de primer actor de esa compañía de cómicos de otro tiempo... y de siempre; la espectacular Natalia Hernández, que borda cuanto le echan; Paco Ochoa, quien da vida a un actor de carácter que le sienta como anillo al dedo; la también espectacular Ana Ruiz, que nos encandiló como cantante; y una Ainhoa Santamaría que protagonizó algunos de los momentos dramáticos -y cómicos- más intensos del espectáculo.

No tenemos la menor duda de que Esta noche se improvisa la comedia es una de las obras, de esta temporada en su últimos estertores, que hay que ver. No dudamos de sus muchos valores como pieza teatral, y de la maestría de un montaje en manos de quien ha demostrado a lo largo de su larga trayectoria su incuestionable talento, su conocimiento de la escena y su buen hacer como dramaturgo y como director. Hay algo en ella, sin embargo, que nos deja un sí es no es fríos. ¿Acaso Pirandello no llega ya como pudiera hacerlo décadas atrás? ¿Ha perdido quizá gran parte de su valor este clásico del siglo XX que hizo de la metateatralidad su escuela y bandera, en un tiempo donde esta se ha convertido en un lugar común demasiado empleado? Es posible. En cualquier caso nuestros clásicos, los clásicos universales del teatro, deber ser visitados y cuidados, como el legado cultural que son y los maestros de quienes se nutre -debe nutrirse- nuestra escena. Solo por ello ya merece la pena acercarse al Teatro Español para disfrutar de este trabajo y del privilegio que supone ver sobre el escenario a un elenco de actores de tal categoría. Improvisen y háganlo. Tienen la oportunidad de hacerlo hasta el 17 de julio.

José Luis González Subías     


Fotografías: Jose Alberto Puertas

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