Intriga y tensión psicológica en "Palabras encadenadas", un texto de Jordi Galceran donde nada es lo que parece


Palabras encadenadas, el primer gran éxito de Jordi Galceran, estrenado en 1995, y que lo catapultó a los primeros puestos de la vida escénica española a finales del siglo pasado, junto con Dakota, ha sido también la pieza más representada del dramaturgo barcelonés en las dos últimas décadas. En ella se perfilaba ya con nitidez ese peculiar estilo de un autor que quizá represente como pocos, en la dramaturgia española, un tipo de teatro cuyos argumentos, temas, personajes y diálogos, incluso la propia concepción del espacio y del "relato" escénico, así como el empleo del clímax y de la tensión dramática, lo emparentan directamente con el lenguaje fílmico; y, dentro de este, con el ámbito del thriller

En este sentido, Galcerán es nuestro Mamet; si bien su dramaturgia se adentra aún más en lo truculento de la mente y tiende a jugar -mejor que nadie- con el comportamiento de unos individuos de conducta patológica cuyos resultados, motivaciones y acciones son imprevisibles; aunque siempre justificables desde la razón dramática, y quizá desde la propia y enferma psicología humana. Suspense en estado puro es lo que sabe construir en sus historias el creador del El método Grönholm, y estas Palabras encadenadas constituyen un magnífico ejemplo de lo antedicho.

La inmediata tensión que genera una historia iniciada in media res, donde un asesino en serie arrastra a su próxima víctima al lugar donde pretende ejecutarla, sitúa al espectador de tan truculento espectáculo en un elevado nivel de tensión desde el comienzo mismo de la pieza, que la maestría del dramaturgo sabe mantener, incluso aumentar, dosificando con una habilidad de prestidigitador que conoce muy bien su oficio la intensidad de una intriga que no pierde su interés en ningún momento. Resulta prácticamente imposible relajar la atención ante lo que sucede en escena durante noventa minutos que transcurren como una exhalación. Todo cuanto acontece sobre el escenario interesa, está ahí por y para algo, nada es superfluo y baladí; a pesar de que, bajo tan consistente armazón, el espectador percibe, sabe, en todo momento, que el creador de tan medido mecanismo está jugando con él; tanto como lo hace -¿o no?- ese psicópata que disfruta torturando a su víctima entre bromas y veras encadenadas en las que la violencia, el sexo, la crueldad y el terror psicológico se hallan en todo momento presentes. 

Nada es lo que parece en esta desconcertante obra de final incierto y abierto, que combina el drama psicológico y la tragicomedia negra, y cuenta con el añadido de incorporar al texto algunos temas incómodos, lejos de la corrección "política". Asombrosa la capacidad que posee el autor de relajar la tensión más violenta creando una situación radicalmente distinta, a veces incluso ligeramente cómica, dar un giro sorprendente e inesperado a los acontecimientos, que pueden tomar de nuevo cualquier rumbo cuando menos se espera, y de engañarnos, en definitiva, generando en el público la permanente duda respecto a lo que ve.

Gran trabajo de dirección por parte de Domingo Cruz, encargado asimismo del diseño del espacio escénico y del vestuario junto con Diego Ramos. Muy acertado nos ha parecido ese lóbrego habitáculo cuyos barrotes expresan con violencia el sentido de la prisión donde el personaje masculino de la pieza retiene a su víctima -nada menos que su exmujer-, y la oscuridad del ambiente potenciada por una adecuada iluminación a cargo de Fran Cordero, capaz de destacar, entre las sombras, la sensualidad del significativo vestido de color rojo de la mujer, ofreciéndonos un contraste de gran valor estético y simbólico.

En cualquier caso, es el trabajo de los dos únicos intérpretes de la obra, David Gutiérrez y Beatriz Rico, lo más sobresaliente del montaje que estamos comentando, pues a ellos corresponde hacer real, vivo y creíble cuanto sucede en escena, prestando su cuerpo, su voz y su talento a la creación del autor. Excelente trabajo por parte de ambos, que se compenetran en una vibrante actuación de gran calidad artística.

Teatro de factura tradicional, sin estridencias experimentales, y un truculento asunto desarrollado con excepcional habilidad por un maestro de la intriga como es Jordi Galceran es lo que encontrará quien se acerque estos días al Teatro Bellas Artes para disfrutar de Palabras encadenadas; un magnífica obra y un montaje a su altura, dirigido por Domingo Cruz, que permanecerá en cartel hasta el 4 de septiembre. Una muy buena opción para disfrutar del teatro en estos tórridos días de agosto en Madrid.

José Luis González Subías


Fotografías: Ana Antolín

Comentarios

Entradas populares de este blog

Una "paradoja del comediante" tan necesaria y actual como hace doscientos años

"Romeo y Julieta despiertan..." para seguir durmiendo

"La ilusión conyugal", un comedia de enredo donde la verdad y la mentira se miran a los ojos