Pablo Messiez sorprende y deslumbra con "La voluntad de creer", una artística tragicomedia negra en torno a la fe
¿Qué tendrá la fe frente a la razón? ¿Acaso son dos fuerzas irreconciliables? ¿Por qué la razón y la realidad se tornan insuficientes para explicar o dar sentido a cuanto nos rodea y no comprendemos, a nuestra propia existencia y, en definitiva, al trágico acontecimiento que determina nuestra vida, la paradójica inevitabilidad de la muerte?
Es un alivio intelectual y espiritual sentir sobre un escenario la pulsión del misterio y la duda; y hacerlo desde el distanciamiento humorístico de quien se sabe lo bastante insignificante y fugaz como para no tomarse excesivamente en serio, y tan grande como para permitírselo, sabiéndose por encima de todo y de nada, desde el instante mismo en que se acepta la imposibilidad del dominio sobre el tiempo y la propia existencia. Ser y no saber nada... y ser sin rumbo cierto... Esa angustia existencial que ha marcado al hombre posromántico y fue convertida en expresión artística por nuestros viejos poetas finiseculares (tan contemporáneos...), que no llegó a abandonarnos en el largo siglo del que somos herederos, ha vuelto a manifestarse en las tablas con la misma intensidad que en sus orígenes, confirmando nuestro permanente desasosiego ante las eternas preguntas y la angustiosa necesidad de resolverlas. O, en su defecto, de seguir haciéndolas. Lo hemos comprobado en varias de las numerosas propuestas teatrales que hemos podido disfrutar en los últimos años; pero en pocas con tan profunda intención y efectivo resultado como en La voluntad de creer, una inquietante creación de Pablo Messiez, dirigida por él mismo, que desde su estreno en la sala Max Aub de las Naves del Español, el pasado 7 de septiembre, se ha convertido en uno de los acontecimientos teatrales de la temporada.
Resultan curiosas las muchas concomitancias que pueden establecerse entre esta obra y La sangre de Dios, un interesante texto de inspiración kierkegaardiana, de Alfonso Sastre, estrenado el mismo año que la película de Dreyer, centrado en un conflicto semejante en torno a la fe. También Juan es un asiduo lector del filósofo danés, cuyos escritos han causado -en opinión de sus hermanas- su locura. No hay duda de que Pablo Messiez se ha interesado por un asunto importante a mediados del pasado siglo, coincidente con el apogeo del existencialismo y del teatro del absurdo, del que Beckett -quizá no sea casual que su texto sea fruto de una residencia de escritura en la sala homónima barcelonesa- fue destacado representante. Lo cierto es que estas inquietudes filosóficas y vitales, y su plasmación en la escena, parecen vivir hoy un renacer, posiblemente fruto de las circunstancias históricas en que nos hallamos inmersos.
Muchos son los matices reseñables de un texto y un montaje que nos han causado una honda impresión. Pero dejémoslo aquí. Lo que vimos ayer fue, en definitiva, un bellísimo puzle de sentimientos encontrados, de represiones, de anhelos, de temores, de dudas, maravillosamente enhebrados por la mano del autor y director, en un texto lleno de matices y alta densidad conceptual, de exquisito gusto, interpretado de forma no solo impecable, sino magistral, por un elenco de seis actores que nos cautivaron, divirtieron y emocionaron. Estamos convencidos de que nos hallamos ante uno de los montajes que se recordarán de esta recién estrenada temporada teatral, y seguirá hablándose de él durante bastante tiempo. La voluntad de creer permanecerá en la sala Max Aub de las Naves del Español hasta el 23 de octubre. Háganme caso. Háganse un favor y vayan a verlo.
José Luis González Subías
Fotografías 1, 2, 4, 5: Laia Nogueras
Fotografía 3: Coral Ortiz
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