El vanguardismo finisecular de Jacinto Benavente se traslada a la sala Margarita Xirgu del Teatro Español

 

La última bambalina está de celebración, pues acabamos de alcanzar con este nuevo artículo la tricentésima entrega de este blog nacido hace poco más de cinco años, destinado al análisis y la difusión del teatro que se hace en Madrid; y lo hacemos nada menos que con un texto escrito por nuestro premio Nobel Jacinto Benavente, uno de los más importantes dramaturgos de nuestra primera mitad del siglo XX, referente de la comedia burguesa de aquel tiempo.

Pero Benavente no es solo el triunfante creador del teatro comercial burgués y acomodado de hace cien años. Perteneciente a aquella generación de artistas finiseculares que dieron forma al nuevo siglo XX, que se les echó encima con toda su nueva maquinaria tecnológica sin haber abandonado aún un espíritu romántico vestido de simbolismo mistérico, este prolífico dramaturgo madrileño nacido en 1866 inició su dilatada trayectoria literaria, que mantendría hasta su muerte en los años cincuenta, con la publicación en 1892 de Teatro fantástico, un volumen que contenía cuatro piezas escénicas de indiscutible adscripción simbolista, entre las que se encontraba El encanto de una hora, la pieza en un acto y una sola escena que desde el 14 de octubre se representa en la sala Margarita Xirgu del Teatro Español.

El encanto de una hora
es un diálogo -así lo denominó, acertadamente, su autor- entre dos únicos personajes que juega con los límites de la realidad, devolviendo a dos figuras inánimes -en este caso, de porcelana- la vida, durante una hora mágica (y encantadora, en todo su sentido), entre la vigilia y el sueño, en la que el poder creador es capaz de acercarse a la realidad, y transformarla, desde la ilusión y la fantasía. La obra debe incluirse entre las aportaciones finiseculares de la literatura y el teatro europeos, que trataron de dar respuesta al materialismo ideológico y su manifestación naturalista en el arte por la vía del ensueño y el misterio. Benavente, muy influido por la Commedia dell'Arte italiana, el circo y algunas piezas breves del teatro francés finisecular, trata de devolver la vida -la verdadera vida, la que realmente merece ser vivida- a sus personajes por la vía de su deshumanización previa, convirtiéndolos en entes sin alma -llámense muñecos, marionetas o, en este caso, figuras de porcelana-; adscribiéndose de este modo a una de las tendencias innovadoras del teatro de vanguardia europeo que mejores logros alcanzó en las primeras décadas del siglo XX, anunciando los rumbos que más tarde Gregorio Martínez Sierra haría realidad en su Teatro de Arte y adelantando en España recursos que serían utilizados después por Jacinto Grau o García Lorca.
 
Todo ese acierto, y el contenido del texto de Benavente, es lo que valoramos con especial interés de este montaje de El encanto de una hora dirigido por Carlos Tuñón, cuyo estreno absoluto tuvo lugar el 6 de agosto de 2021, en el Teatro Palacio Valdés, de Avilés, y ahora se presenta en la madrileña Plaza de Santa Ana. Por lo que respecta a la puesta en escena de tan interesante pieza, sin embargo, nos surgen muchas dudas y reservas...

Aceptamos, y nos complace estéticamente (excelente trabajo el de Antiel Jiménez, diseñador de la escenografía y un vestuario acorde a esta), la idea de situar la acción de esta breve pieza en lo que parece ser un salón de baile cuando las puertas ya han sido cerradas y se observan en él los efectos y despojos de una diversión fugaz que volverá a repetirse -quizá con otros protagonistas- a la noche siguiente. Los heterogéneos fragmentos musicales elegidos evocan una atmósfera decadente de felicidad construida sobre retazos estivales y momentos "de una hora" en los que la vida se congela en una eterna sonrisa construida para el recuerdo. Podríamos hallarnos tanto en los años veinte como en los setenta; pero inequívocamente en una época ya lejana, localizada en el siglo XX, tan evanescente y fantasmal como cuanto sucede en escena.

Carlos Tuñón ha pretendido ahondar en el carácter vanguardista de un texto que no necesitaba, en nuestra opinión, ningún añadido extemporáneo
. Algo de teatro del absurdo se adivina en la inclusión de un tercer personaje, inexistente en el texto original, mero observador de lo que ocurre ante sus ojos. No adivinamos cuál pueda ser la intención del director incluyendo esta actriz que se limita a observar silente, durante toda la hora, al igual que el público desde sus butacas. ¿Intenta decir que nosotros también estamos dentro de ese salón? Más un cuarto personaje (de nuevo invención directiva), un camarero que cruza la escena en varias ocasiones, cuya presencia parece limitarse a "crear ambiente" y otorgar algo de acción a una obra que, sinceramente, no la tiene (no era ese el interés del dramaturgo). Un interminable cuarto de hora (realmente no sabemos cuánto tiempo transcurrió) dio paso, por fin, al texto, y comenzamos a disfrutar con la palabra de Benavente: juegos y reflexiones sobre la realidad y la existencia, evocaciones de momentos felices, añoranza, melancolía, anhelos... y el amor, único fin y sentido de nuestras vidas.

Todo gira en torno a la vida y el amor que nace entre estos dos personajes inanimados, remedos de la vida, interpretados con sensibilidad e intención por Patricia Ruz (Una merveilleuse) y Jesús Barranco (Un incroyable). Los dos figurantes que completan el reparto, cuyo nombre no aparece siquiera en este, cumplen con estilo su papel, sea cual fuera.

Nos desconcertó esta propuesta escénica, para qué vamos a engañarnos -ni engañarles-; desde el comienzo hasta su fin. No comprendimos lo que el director trató de decirnos realmente. Conectamos enseguida, sin embargo, con el texto de Jacinto Benavente, y nos gustó esa evocadora estética de aire novecentista que consideramos adecuada para poner en pie la obra. Pero algo falla en este engranaje. Puede que seamos nosotros (me refiero a mí, claro está). El público, como siempre, tiene la última palabra; y, afortunadamente, la oportunidad de contrastar la opinión de este humilde observador que comenta desde la última bambalina, acudiendo a la sala Margarita Xirgu del Teatro Español, donde El encanto de una hora seguirá representándose hasta el 13 de noviembre.

José Luis González Subías


Fotografías: Luz Soria

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