Una cabeza de dragón a ritmo de tablado bufo y chirigota carnavalesca


Puede ser una casualidad -hay quienes dudan de tales veleidades de la fortuna-; lo cierto es que en la misma semana, y en dos de los teatros más importantes de la capital, hemos podido ver en escena sendas obras de dos de los más grandes autores de hace un siglo, a quienes unió -entre otras cuestiones- un mismo interés por resucitar el teatro infantil, donde encontraron un camino para devolver al escenario su esencia primigenia ahondando, desde un juego nada fútil, en el lenguaje del simbolismo, la poesía y la farsa. Estrenada en 1909, en el Teatro de los Niños fundado por Jacinto Benavente, de quien hace apenas unos días reseñábamos el montaje de El encanto de una hora, la farsa infantil de La cabeza del dragón, que estos días se representa en el Teatro María Guerrero, constituye una de las vías dramáticas cultivadas por Ramón María del Valle-Inclán, en el conjunto de una producción revolucionaria para su tiempo -y aun después-, nacida de la mentalidad de un autor que, huyendo del realismo, abrazó las formas de un esteticismo modernista que no tardó en encontrar en el esperpento la expresión más acabada de su transgresora visión del arte.

Dirigida por Lucía Miranda, en una versión que lleva su sello, en la que incluye añadidos de su cosecha, normalmente en forma de canciones bufonescas y aires tradicionales, con mucho andalucismo flamenco, y todo un despliegue de medios visuales que tratan de homenajear al dramaturgo gallego y verter algunas dosis de acíbar contemporáneo, quizá no siempre afines al espíritu valleinclanesco, La cabeza del dragón creada por Miranda no hay duda de que es un verdadero espectáculo lleno de estímulos para un público que participa, mayoritariamente feliz y entretenido, de lo que por momentos se transforma en una fiesta de tablado bufo con aires de chirigota gaditana y guiños a lo Ron Lalá.

La sencilla y caballeresca historia del príncipe Verdemar, que, con la ayuda de un duende agradecido, salva a la infantina, hija del rey Micomicón, de su destino de ser devorada por un dragón como sacrificio para salvar al reino, para ser recompensado después con la mano de esta, es un tradicional cuento folclórico -bien que deformado grotescamente con una mirada caricaturesca- de dragones, princesas y príncipes salvadores, con final feliz, destinado a despertar la imaginación y ensalzar la virtud y los valores caballerescos que ennoblecen al hombre (ser humano), escarneciendo la vileza. Esta dramatización farsesca, cuyos personajes evocan la sabia locura del universo cervantino, manteniendo la acción teatral planteada por Valle y conservando elementos propios de la farsa, el modernismo y el esperpento, trata de acercarse a la mentalidad contemporánea, en la que, al parecer, los sueños y la fantasía están revestidos de un paño muy distinto al de hace cien años. Parece que los niños adultos no soñamos ya del mismo modo que nuestros antepasados. O, al menos, eso se empeñan algunos en creer.

La directora ha contado para este montaje con un equipo artístico de primer orden, con un Alessio Meloni que vuelve a dejar su sello de calidad en un excelente trabajo escenográfico, que encuentra en la iluminación diseñada por Pedro Yagüe el principal apoyo para crear las variadas atmósferas que inundan de color (magníficos rojos y azules) el escenario, apoyado en un elegante y preciosista vestuario a cargo de Ana Tusell.

Da vida a la historia un generoso reparto de once intérpretes, cuyos matices oscilan entre la poderosa fuerza vocal y corporal de Carmen Escudero, cuyo duende ofrece algunos de los mejores momentos del espectáculo, junto con la potente voz de Juan Paños, ese bufón que conecta al público con la escena, convirtiéndose en un maestro de ceremonias que guía el desarrollo de la acción con sobrado dominio y desparpajo, y los registros más tenues y desdibujados del príncipe Verdemar encarnado por Ares B. Fernández, y la infantina Marina Moltó. Un elenco, en cualquier caso, cuya juventud se contagia a cada rincón del teatro María Guerrero, cuyo patio de butacas y palcos son integrados al desarrollo de la trama, junto con los espectadores, completado por los nombres de Francesc Aparicio, María Gálvez, Carlos González, Chelís Quinzá, Marta Ruiz, Víctor Sainz Ramírez y Clara Sans; a quienes arropa, desde las alturas de unas acotaciones que hacen visible la inconfundible palabra literaria de Valle-Inclán, la igualmente inconfundible voz en off del maestro José Sacristán.

Innecesaria, en nuestra opinión, la procesional adoración del dramaturgo villanovense, convertido en becerro de oro y fantoche carnavalesco con barbuda máscara. Quizá los más jóvenes necesitan que se les recuerde de ese modo al genio de las barbas de chivo. Pero es cuestión de gustos. Un espectáculo, en definitiva, capaz de conectar con el público de nuestro tiempo -como demostraron los entusiastas aplausos del respetable, al finalizar la función (no nos fijamos en su edad)-, cuyos muchos aciertos nos dejaron, sin embargo, fuerza es confesarlo, algo fríos. 

La cabeza del dragón de Valle-Inclán permanecerá en escena, en el Teatro María Guerrero, hasta el 13 de noviembre. Juzguen ustedes mismos.

José Luis González Subías
 

Fotografías: Bárbara Sánchez Palomero

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