"París 1940" o el arte del actor, una profesión al servicio del sentimiento humano


Pocos ejemplos más logrados de la aplicación de la metateatralidad a la literatura dramática que este París 1940 de Louis Jouvet, una lección magistral sobre el arte de la interpretación que el maestro Josep Maria Flotats ha dirigido y protagonizado para dejar, una vez más, sobre las tablas, el testimonio de una veteranía y un dominio de la escena que se mimetiza, compartiéndolas -según ha confesado el veterano actor y director catalán-, con las ideas expuestas por el gran actor francés que lo precedió medio siglo antes. 

Ese es, en definitiva, el contenido de la pieza magistral que desde el pasado 17 de noviembre se representa en el Teatro Español de Madrid, uno de los montajes que, estamos seguros, quedará en la memoria futura como uno de los grandes acontecimientos de la presente temporada teatral.

Adoptando el papel de un veterano Louis Jouvet, que, en 1940, impartía clases en el Conservatorio de París, Flotats despliega, en el fondo y en la forma, sus propias ideas sobre lo que ha significado, en su trayectoria como actor, el sentido y el arte de la interpretación, a partir de las enseñanzas de aquel a una de sus alumnas aventajadas, Claudia (Natalia Huarte), durante las lecciones dedicadas a esta en la preparación de una de las más importantes escenas del personaje de doña Elvira, del Don Juan de Molière; obra definitiva en la trayectoria del famoso actor y director, que estudió y sobre la que reflexionó durante más de treinta años, y llevaría por fin a la escena en 1947.

En este montaje en el que el actor catalán se desnuda a sí mismo, dando a conocer el método en que se formó y en que cree, en el que el sentimiento real y vivo del personaje interpretado -superada la fase técnica- lo domina todo, Flotats reivindica, haciendo suyas las palabras de Jouvet, la superioridad y el poder del teatro, que considera "una religión del espíritu"

Y algo de religioso, espiritual y sagrado se percibe en la intensidad y profundidad de las palabras pronunciadas en un texto imprescindible para cualquier amante del teatro, que debería ser de obligado estudio -y añado, cumplimiento- para todos aquellos que desean subirse a un escenario para encarnar un personaje.

Organizado en varias sesiones, clases o ensayos en los que Jouvet-Flotats va mostrando sus reflexiones y enseñanzas, la acción de esta pieza que constituye una valiosa y ejemplar construcción escénica del mejor teatro dentro de teatro se sitúa en el espacio de lo que supone ser una sala de ensayos; probablemente un teatro, a juzgar por la utilización de las primeras butacas del espacio donde se encuentra el público, utilizadas como tales en el espacio ficcional de la pieza; con el telón de fondo del estallido de la Segunda Guerra Mundial, tras la invasión de Polonia, y el avance nazi que llevará a la toma de París, con la que concluirán unas lecciones en las que Claudia, finalmente, logrará extraer de su personaje la fuerza y el sentimiento necesarios para insuflarle verdadera vida.

Con una escenografía esencial, que hace uso del esqueleto del escenario y un elemental atrezo con algunos detalles, muy efectivos -como el grifo con una pila, las escaleras y una sugerente puerta que apunta, misteriosa, a lo que aguarda tras ella-, y un vestuario suficiente para ambientar el año en que se sitúa la acción, todo ello diseñado por el mismo Flotats, el limpio montaje de un texto donde la palabra lo es todo dota a esta y a la interpretación, a quien se dirigen dichas palabras en un magistral juego de espejos metaficcionales, de su poder máximo y una presencia que la sabia y docta interpretación de Josep Maria Flotats convierte en magia. Una magia que surge asimismo del excelente trabajo de una actriz, Natalia Huarte, que lo da todo, y sabe cómo hacerlo. Acompañan a estos sobre el escenario Francisco Dávila, Juan Carlos Mesonero y Arturo Martínez Vázquez, en unos papeles que apenas superan el listón de simples comparsas, siendo en realidad la pieza una lección -aunque escuchada por varios- dirigida a una única alumna, que interactúa, siente, padece y evoluciona con las enseñanzas del maestro.  

Teatro, puro teatro y, más allá del teatro, una lección de vida y entrega, de alcance espiritual, a una profesión que exige y lo da todo. Esto es lo que ofrece París 1940; texto que podrá seguir disfrutándose, tras su estreno absoluto en el Teatro Español hace apenas unos días, hasta el 8 de enero de 2023, y que, estamos seguros, constituye ya uno de los grandes acontecimientos teatrales de la temporada. Inolvidable. No se lo pierdan.

José Luis González Subías


Fotografías: Coral Ortiz

Comentarios

Entradas populares de este blog

Una "paradoja del comediante" tan necesaria y actual como hace doscientos años

"Romeo y Julieta despiertan..." para seguir durmiendo

"La ilusión conyugal", un comedia de enredo donde la verdad y la mentira se miran a los ojos