La comedia barroca, la farsa y el astracán se dan cita en el Teatro Fernán Gómez con "Del teatro y otros males que acechan en los corrales", de Fernando Aguado


Del teatro y otros males que acechan en los corrales es el título de la comedia que desde el pasado 15 de diciembre se está representando en la sala Guirau del Teatro Fernán Gómez, obra de un Fernando Aguado que desde hace años no deja de admirarnos por su sólida trayectoria y su enorme talento como actor y genuino hombre de teatro; al frente, junto con su inseparable compañera Eva del Palacio, de Morboria Teatro, compañía que, durante casi cuatro décadas, ha sabido mantener las señas de identidad de una profesión convertida en espacio familiar, donde el arte -también las dificultades para seguir manteniendo una forma de vida ya casi artesanal, en peligro de extinción- y el espectáculo, así como el público al que se dirigen sus afanes, lo son todo.

Tantos años de servicio a los clásicos, de estudio y conocimiento de estos, casi hacían inevitable que un inmenso actor como Fernando Aguado se lanzara, siguiendo la estela de muchos otros creadores escénicos del pasado -y no tan lejos; ahí está su correligionario Álvaro Tato para dar fe de ello- que tomaron la pluma para dejar libres su imaginación y su inclinación literaria, a escribir nada menos que una comedia de enredo; y en verso, como no podía ser de otro modo. Bien versado y gran versificador se muestra este en cuanto se refiere a redondillas, quintillas, sonetos o romances, y a enredos barrocos donde figurones y pícaros se entremezclan y la preciosas ridículas y ridículos cobran vida, en unos montajes donde el vestuario, el atrezo y el maquillaje son parte imprescindible del espectáculo. Sobre este armazón construye el dramaturgo su comedia, dirigida con diestra maestría, como es habitual en las creaciones de Morboria, por Eva del Palacio.

Aguado ha recurrido al tan extendido recurso en nuestros días, pero clásico a su vez, de la metateatralidad para recrear, como ya hiciera Villandrando en El viaje entretenido y las muchas obras teatrales que, de un modo u otro, se han inspirado en esta tradición -como ¡Viva el Duque, nuestro dueño!, de Alonso de Santos, por citar algún ejemplo-, pero también otro viaje, el dirigido a ninguna parte por Fernando Fernán Gómez, la vida de unos cómicos a los que rinde su particular homenaje.

En pleno siglo XVII, una compañía teatral se encuentra con el agua al cuello para sobrevivir, y la fortuna les ofrece la posibilidad de salir de su calamitoso estado cuando un duque se presenta en el corral donde trabajan para proponerles que representen una obra en la celebración de la boda de su única hija. Su única condición, innegociable, es que acepten en ella a su joven, bella, insulsa y ridícula amante. La comedia está servida, y los divertimentos en torno a esta preciosa ridícula, un figurón femenino, solo equiparable a ese excepcional duque de Pinoenhiesto que ostenta todas las trazas del inconfundible figurón barroco, se acumulan. El choque y la distancia social entre dos mundos muy diferentes, pero que participan del mismo teatro de un mundo en el que la necesidad y la opulencia conviven con la ostentación, la ignorancia, la miseria, los deseos... y, en fin, la supervivencia, se pone de manifiesto en esta divertida y desenfadada comedia de inspiración áurea, aunque más cerca del mundo farsesco de Molière. Puro histrionismo y búsqueda del humor desde la comicidad más descarada, rayana a veces con el astracán de Muñoz Seca y las tragedias grotescas de Arniches.

Uno de los muchos puntos fuertes de los montajes de Morboria Teatro es el cuidado que ponen siempre en ofrecer en sus ambientaciones escenográficas, el atrezo, el vestuario, así como en el maquillaje y la caracterización -a cargo de la propia compañía y de unos Fernando Aguado y Eva del Palacio presentes en todo el proceso artístico y en el resultado final de sus creaciones-, un sello de calidad inconfundible, reconocible en los materiales empleados, en los detalles de época, e incluso los instrumentos musicales, que cobran un especial protagonismo en esta ocasión, al prestar a la función una adecuada banda sonora de la época (a cargo de Milena Fuentes, Javier Monteagudo y Miguel Barón) que, además de dosificar el ritmo escénico, constituye en sí misma un espectáculo deleitable a los sentidos.  

No escatima tampoco recursos humanos un montaje que junta en escena, junto a tres músicos, nada menos que a diez actores; un verdadero derroche de medios digno de agradecer en estos tiempos en que las obras se minimalizan buscando un ahorro muy alejado del espíritu barroco que anima las producciones morborianas (es difícil imaginar un figurón sin un adecuado atuendo). El apellido de buena parte de los comediantes que integran el reparto -Fernando y Vicente Aguado, Luna Aguado, Eva del Palacio, Trajano del Palacio- dan cuenta de que nos hallamos -al tradicional modo- ante una de esas compañías familiares que pasaron el testigo, junto con el amor y los conocimientos a la profesión- de padres a hijos. Completan el reparto Eduardo Tovar, Virginia Sánchez, Alejandra Lorente, Daniel Migueláñez y Ana Belén Serrano, que realizan, como todo el elenco, un magnífico trabajo actoral, sin fisura alguna.

Todavía quedan unos días para seguir disfrutando Del teatro y otros males que acechan en los corrales, cuyas puertas seguirán abiertas en la sala Guirau del Teatro Fernán Gómez hasta el próximo 1 de enero. ¿Hay mejor modo de despedir el año que estando entre cómicos? Acompáñenlos en sus peripecias.

José Luis González Subías


Fotografías. Carlos Bandrés

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