"Dani y Roberta"... porque uno más uno, a veces, también es uno


Dani y Roberta, comedia dramática que estos días se representa en el Teatro Quique San Francisco, es una de las creaciones más tempranas del dramaturgo, guionista y director estadounidense John Patrick Shanley, cuyas obras han sido traducidas y representadas en todo el mundo desde los años ochenta hasta hoy. Danny and the deep blue sea, transformada el mismo año de su estreno en 1983, en película, con el título más popular de esta (Danni y Roberta), es la obra más conocida en España del autor norteamericano y ha sido llevada a la escena en numerosas ocasiones desde 1987, en que fuera representada en Barcelona por la compañía de Pep Munné. Y cierto es que su temática, la ambientación y la hechura misma de sus dos únicos personajes, ubicados por su autor en los barrios marginales del Bronx neoyorquino, se adapta por completo al ambiente suburbial o poligonero de las grandes ciudades españolas de aquel tiempo, desde Madrid a Barcelona y sus ciudades satélite; entorno al que se dirigen varios guiños incluidos en la nueva versión de esta pieza, como es la incorporación misma de algunos fragmentos textuales en catalán.

No pueden sorprender estas puntuales referencias a una realidad que la joven productora y actriz barcelonesa Victoria Camps, encargada asimismo de la traducción del texto de Shanley para este montaje, conoce en primera persona. Junto a la propia Camps, que interpreta a una madre soltera que vive con sus padres, atormentada por un secreto inconfesable que ha destrozado su vida y la de ellos, comparte escenario con esta un excelente Juan Dávila cuyas dotes interpretativas nos dejaron gratamente sorprendidos. Hacía tiempo que no veíamos un actor tan creíble y natural en su papel; en este caso, de un bronco y camorrista camionero que arrastra su hastío vital hasta el bar donde se topa con Roberta.

Dos almas confundidas, perdidas, dos infrahéroes que se encuentran y funden en una noche de amor tan desesperada como sus propias vidas, donde afloran los traumas y el dolor de una existencia tan dramática como humana, es el argumento de una pieza angustiosamente realista en la que el dramaturgo norteamericano supo reflejar la angustia individual y colectiva del hombre moderno, reflejada en su aislamiento y perpetua lucha contra el otro. Solo el amor, ese bálsamo sanador capaz de devolvernos la paz y la confianza en nuestros semejantes, la que alcanzan finalmente Dani y Roberta en esa batalla de plumas y miedos sostenida durante apenas unas horas, puede librarnos del infierno autoimpuesto, convertido a un mismo tiempo en refugio y prisión, al que puede conducirnos la vida.

Dirigida con notable acierto por Cristina Rojas -nos resultó muy loable el modo en que resuelve el cambio de situación entre los dos espacios en que se divide la obra-, con una escenografía apropiada y funcional a cargo de Federica Ghio, el peso de la obra -como no podía ser de otro modo, en un texto firmemente ensartado en la tradición realista de la dramaturgia estadounidense contemporánea- recae en la capacidad dramática del propio texto y la interpretación de los dos únicos actores que intervienen en la acción, Victoria Camps y Juan Dávila, que realizan un excelente trabajo. Nos gustaría destacar, en cualquier caso, el brillante papel de este último, cuyo personaje lleva el peso principal de un texto que ya en el título de su versión original (Danny y el mar azul profundo) cedía a este todo el protagonismo. En efecto, la transformación de Dani es el gran milagro de esta obra; su salvación, a través del ofrecimiento amoroso de Roberta, no solo lo redime a él, sino que lo convierte, lanzándose sin miedo a la liberación que le ofrece el amor, en el salvador de aquella.

Una muy interesante propuesta teatral, en definitiva, este proyecto de Victoria Camps que podrá seguir disfrutándose en el Teatro Quique San Francisco hasta el 12 de febrero.

José Luis González Subías


Fotografías: Federica Ghio 

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