Un montaje de "La vida es sueño" donde el absurdo surrealista de lo onírico cobra todo su protagonismo


La vida es sueño, de Calderón de la Barca, ha vuelto a las tablas del Teatro de la Comedia, sede de nuestra Compañía Nacional de Teatro Clásico y el lugar más apropiado para representar este clásico entre los clásicos de la dramaturgia áurea española. Es lícito y obligado volver una y otra vez a este para mantenerlo vivo en la memoria cultural y paladear cada verso, cada palabra, de una obra inmarcesible, plena de significado y rica en preguntas que afectan a la condición humana y a lo más trascendente de esta, el sentido y la realidad de su propia existencia.

Cuántos textos se han vertido en torno a la dualidad, a veces agónica, otras conflictiva, en ocasiones esperanzada, pero siempre inquietante, entre la realidad y los sueños. La vida y el sueño no pueden entenderse como conceptos antagónicos, pues los sueños son parte inseparable de la vida misma, tan reales por tanto como esta; en realidad, el sueño es también vida, y despertar de estos es morir de lo vivido en ellos. Nada más lógico, en puridad, que aceptar que la vida es sueño... o podría serlo. ¡Qué incomparable enigma, propio del mundo barroco, pero representativo de una mentalidad humana afanada en comprender siempre el misterio de su propia existencia y, lo que es más importante, los límites temporales que la encarcelan! Trasladada a siglos futuros, esta afirmación dubitativa, esta pregunta, se ha manifestado en multitud de obras que se han cuestionado el sentido de la verdadera entidad, cuando esta se halla sometida a una voluntad o un capricho ajeno; un juego envuelto en el misterio, en el que resulta difícil discernir -si acaso es posible- cuándo se es jugador o se es ficha.

Como un juego sutil, lleno de matices, bellamente explicado y convertido en una bufonesca farsa tragicómico-onírica de aire surrealista, ha planteado Declan Donnellan esta excepcional, muy original y sorprendente adaptación de La vida es sueño que, a buen seguro, provocará reacciones encontradas. El director inglés ha llevado a Calderón a su terrero, haciendo una lectura casi shakespeariana de la obra, explotando las posibilidades humorísticas del gracioso Clarín (magníficamente interpretado por Goizalde Núñez), al que convierte en un bufón acorde con la atmósfera a lo David Lynch que Donnellan ha creado en torno al rey Basilio y a su hijo Segismundo, con la que ha sido capaz de transformar la corte polonesa en una irreverente caja de música compuesta por anacrónicos soldados y varietés guiñolescas, emanadas de un siglo XX propio de Ramón Gómez de la Serna. La anacronía es parte del encanto de una gran pieza llena de guiños, construida a partir de un profundo conocimiento no solo del texto barroco, que la dramaturgia del mismo Donnellan y Nick Ormerod (muy bien asesorados por Pedro Víllora) ha sabido respetar, con la suficiente libertad para hacerlo propio, sino de todos los códigos estéticos y significativos que interactúan en el teatro, y que, no hay duda alguna, el director y su equipo conocen muy bien. Puro arte, creatividad y conocimiento de la escena es cuanto se respira en un montaje que, a nuestros ojos, roza la genialidad y ofrece momentos verdaderamente inolvidables.     

Nick Ormerod
ha sido el encargado asimismo del diseño del vestuario y de una escenografía que constituye uno de los grandes aciertos del espectáculo, a partir de una sugerente superficie llena de puertas (los límites o los caminos entre la realidad y el sueño) por las que se asoman, entran y salen los variopintos personajes que pululan por el escenario.

Tratar de sintetizar siquiera argumento tan conocido es una descortesía para cualquier aficionado a la escena. Permítasenos, sin embargo, pecando de inoportunos (siempre puede saltarse este párrafo), recordar el temor del rey Basilio por los vaticinios de las estrellas respecto a la condición de su hijo y cuanto pueda llegar a hacer en el futuro (planteamiento equiparable al de Edipo Rey); su cruel e injusto comportamiento al encerrarlo en una torre, apartado del mundo; el despertar de Segismundo a la vida principesca que le corresponde, cuando su padre arrepentido trata de ponerlo a prueba; la vuelta del joven a su encierro, tras mostrar su furia descontrolada, y el engaño con que se trata de convencerlo de que todo ha sido un sueño; la rebelión del pueblo en favor de su príncipe legítimo; la guerra que culmina con la derrota del padre; y, finalmente, el perdón y la sabia actitud del nuevo rey de Polonia, que culmina asimismo con la resolución feliz de la trama paralela en torno a la restauración del honor de Rosaura, al acordarse la boda de esta con Astolfo, duque de Moscovia, a la par que la de Segismundo con Estrella.

Obra tan ambiciosa como esta cuenta con un reparto a su altura, formado por nueve intérpretes de alto nivel que realizan un trabajo impecable. Excepcional nos pareció el trabajo de las tres actrices que interpretan, respectivamente, a Rosaura (Rebeca Matellán), Clarín (Goizalde Núñez) y Estrella (Irene Serrano); así como el de Ernesto Arias, en su papel de rey Basilio, David Luque como Clotaldo; y, de manera especial, ese singular Segismundo que ha sabido construir Alfredo Noval. Jamás hasta ahora habíamos visto comportarse a Segismundo como correspondería en quien se ha pasado toda la vida encerrado, sin más contacto humano que el de su guardián Clotaldo. En nuestra opinión, se trata de un verdadero acierto; una creación inolvidable, con una magistral interpretación sabiamente dirigida. Prince Ezeanyim (Elenco) y Antonio Prieto (Elenco) desarrollaron cumplidamente sus respectivos papeles; y Manuel Moya, aunque correcto, no llegó a convencernos en su creación de un Astolfo, a nuestros ojos, demasiado encorsetado. 

No recordamos haber visto nunca un montaje de La vida es sueño más original, arriesgado y transgresor que este -y tan bueno-, sin que la obra de Calderón haya perdido su esencia. Es posible que no todos los críticos y aficionados piensen del mismo modo, pues se trata de una adaptación de nuestro clásico que le despoja de la mayoría de los tópicos estéticos con que todos lo identificamos; pero, en nuestra opinión -y en parte, quizá, precisamente por esto-, es un montaje excepcional. Estrenado el 15 de diciembre, esta versión de nuestro clásico por excelencia, a cargo de Declan Donnellan, se mantendrá hasta el 26 de febrero en el Teatro de la Comedia. Es necesario verla.

José Luis González Subías


Fotografía 1: JLGS
Resto de fotografías: Javier Naval 

Comentarios

  1. Javier Moreno Antonino25 de enero de 2023, 22:26

    Como en su día te comenté, es un placer leer tus críticas porque, además de su acertado contenido técnico y literario, tienen la virtud de incitar al lector a asistir a la representación para participar de la fiesta escénica descrita.
    He ido, y coincido contigo en que el montaje provocará reacciones encontradas pues yo mismo no coincido plenamente con tu opinión entusiasta. Es encomiable el acertado e irreverente montaje que quita aridez al verso y nos lo sirve en su justa medida, alejándonos del mamotreto soporífero que supuso en su día “La hija del aire”, pero hay un pero: lo que no puede perder una obra es su esencia y, aceptando como muy válido el enfoque irreverente, esto no supone que se pueda convertir a un Segismundo desconcertado en un payaso, haciendo reír al público en la escena en que no acierta a comprender lo que significa el trono que se le ofrece. Es una sobreactuación innecesaria que en vez de apoyar la trama sólo sirve para romper el ritmo general y agradar al público ingenuo que asocia la amenidad con la risa. Creo que es una nota de sal gorda que estropea un guiso tan bien concebido. Salvo por esta escena desafortunada, a todo lo demás un diez.

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    1. Estimado Javier, yo también tuve dudas con el tono que se estaba dando a Segismundo, pero logré entrar en el personaje e imaginé cómo se comportaría alguien alejado totalmente del contacto con la sociedad, encerrado en esa prisión nada más nacer. Por muy bien que le educara Clotaldo, su comportamiento ante la realidad que se pone de golpe ante sus ojos habría de ser la de un salvaje, de comportamientos torpes y balbuceantes. Me sorprendió, pero me pareció algo sumamente original y novedoso. Es un verdadero placer intercambiar opiniones contigo. Un saludo.

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  2. Afortunadamente te sigo y habrá más ocasiones para charlas y discrepancias constructivas.

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