Una "Electra" de Sófocles, con muy poca electricidad, en el Teatro de la Abadía


Ayer acudimos al Teatro de La Abadía para ver el montaje de la Electra de Sófocles, versionada y dirigida por Fernanda Orazi. No queríamos perdernos de ningún modo esta incursión de la singular actriz argentina, cuyo trabajo hemos seguido siempre desde La última bambalina con especial interés, en el ámbito de la dirección escénica, hacia el que sus inquietudes profesionales y artísticas parecen inclinarla.

Sabíamos que no nos encontraríamos con una adaptación ortodoxa y tradicional de esta gran tragedia, la más representativa, junto con Edipo Rey, del repertorio sofocleo. La trayectoria escénica de Orazi ha viajado por rumbos muy distintos en su ya consolidada carrera en las tablas españolas, y no dejamos de preguntarnos cuál ha sido la razón de esta arriesgada elección en lo que sin duda es su gran salto a la dirección escénica. ¿Qué es lo que atrajo de este clásico, convertido en mito junto con el personaje protagonista, a su directora? ¿Acaso su condición de mujer? ¿Quizá el matricidio cometido en escena, impulsado por el deseo de venganza de una hija contra su madre? ¿O solo el reto de enfrentarse a un texto canónico desde una perspectiva dramática totalmente actualizada? Si es así, ¿cuál es el tema que la directora y versionadora de la obra de Sófocles pretende destacar? ¿Cuál es el conflicto dramático que mueve la acción y hace reaccionar a los personajes? ¿Está suficientemente destacado? ¿Qué finalidad se persigue y qué trata de transmitirse al público? ¿Emociones, entretenimiento, reflexión, dudas...?

La verdad es que no fuimos capaces de entrar en el juego escénico ideado por la autora de una propuesta teatral con la en ningún momento llegamos realmente a conectar. Reconocemos en ella la influencia del estilo acuñado por algunos de los dramaturgos y directores contemporáneos que han dado un nuevo tono a nuestras tablas, especialmente la huella del argentino Pablo Messiez y el madrileño Pablo Remón, con los que la actriz ha trabajado, marcado por una cercanía desmitificadora de la escena, alejada de cualquier solemnidad, buscando una mixtura de géneros y registros en los que el público de hoy -¿qué público?, cabría preguntarse; hay casi tantos públicos en la actualidad como salas y franjas generacionales- puede reconocerse.

El deseo de vengar el asesinato de su padre, el rey Agamenón, a manos de su esposa Clitemnestra y su amancebado Egisto, tras el regreso de aquel de la Guerra de Troya, con cuya flota solo pudo acudir tras sacrificar a su hija Ifigenia, es el motor que impulsa los actos de Electra, apoyada en su hermano Orestes para llevar a cabo su intención. La muerte de Clitemnestra, la madre, de la mano -literalmente- de su hijo y la mirada regocijada de su hija dará fin a esta singular versión que rebaja, premeditadamente, la elevación y solemnidad de la tragedia clásica. El lenguaje altisonante, que se pretende tan alejado de nuestro mundo como la dignidad -sin que eso rebaje su vileza en modo alguno, sino todo lo contrario- de unos héroes pertenecientes a una realeza cuya corrupción moral era para los griegos el mejor modelo de aprendizaje -¿acaso ahora no?- para el pueblo que asistía a ver estos magnos espectáculos, ha sido sustituido por un tono coloquial, conversacional, muy de andar por casa, rebajado con insistentes aclaraciones de tono didáctico menor que en muchos momentos nos recordaron la voz de esos mediadores escolares, tan extendidos hoy en nuestros centros de amaestramiento social, que tratan de quitar todo dramatismo a cualquier hecho, tiñéndolo de un edulcorado infantilismo amable que potencia el capricho del yo y minimiza el alcance de la responsabilidad social.

A este principio parece responder el comportamiento de una Electra (Leticia Etala) convertida en una histérica y antojadiza psicópata infantil y caprichosa, al igual que su hermano Orestes (Juan Paños), cuyos pantalones cortos muestran visualmente en el atuendo lo que su tono de padre conciliador desmiente. "Venga, mamá, que te toca morirte"... "Te tienes que morir, mamá, acéptalo. No nos lo pongas más difícil. Muérete"... ¿Qué es esto? ¿Sófocles? ¿O las palabras de un adolescente, con un toque de Chucky diabólico, que necesita pasar por la consulta de un psiquiatra? 

No hago comentario alguno sobre el vestuario elegido -¿con qué fin, vuelvo a preguntarme? Quizá la búsqueda de ese acercamiento que pretende otorgar el barniz de lo conocido y cotidiano- ni sobre la ausente escenografía del montaje, en el que únicamente se emplea -con notable acierto- la iluminación (a cargo de David Picazo) como elemento creador de atmósferas y tiempos. Todo el interés y el protagonismo de la obra recae sobre sus cuatro intérpretes, que, en mi opinión, junto con la luz, son lo mejor del espectáculo. Carmen Angulo, Javier Ballesteros, Leticia Etala y Juan Paños muestran en escena un dominio de la técnica del arte actoral envidiable; excelente dicción, credibilidad y aplomo corporal... Cuatro grandes intérpretes, sin duda, en los que reconocemos -quizá por influencia directa de su directora- muchos guiños interpretativos de la gran actriz que es Fernanda Orazi.

Entre los aciertos de esta propuesta, merece destacarse asimismo el uso del coro
, diseminado en diferentes voces repartidas por distintos puntos del escenario, cuyas reiteradas advertencias a Electra, que aclaran y dirigen en cierto modo el sentido del texto, resultan muy justificadas. Un inteligente recurso que debemos sumar a otros interesantes momentos de la representación que muestran lo mucho que Orazi sabe de teatro y su potencialidad como directora, que, en esta ocasión, sin embargo, creemos no fructifica en un trabajo a su altura.       

Poco más puedo señalar de este montaje, que no he sabido ver mejor, y cuyos más de noventa minutos nos parecieron excesivamente dilatados, lentos y, por qué no decirlo, aburridos. Si ya es bastante difícil llevar a escena una tragedia clásica, cuya cadencia rítmica resulta hoy excesivamente monótona y alejada de nuestro sentido del tiempo, la propuesta de Fernanda Orazi es capaz de hacer añorar la grandeza de una fuerza que resulta vertiginosa en comparación con el frío, mesurado y adormecedor transcurrir de su Electra.

Una propuesta teatral que, en cualquier caso, y a juzgar por la entusiasta reacción de una parte de los asistentes, muy probablemente atraerá a los amigos de la deconstrucción poscontemporánea, mientras que provocará un respetuoso y educado silencio de incomprensión en algún otro sector de las gradas en que ha querido disponerse al público. Estrenada el pasado 12 de enero en la sala José Luis Alonso del Teatro de La Abadía, Electra, de Sófocles, podrá seguir viéndose hasta el 22 de enero. Como siempre, vayan al teatro y juzguen ustedes mismos.

José Luis González Subías


Fotografías: Luz Soria

Comentarios

  1. Javier Moreno Antonino17 de enero de 2023, 1:32

    Como siempre tu comentario es impecable. Justificas plenamente tu opinión poco favorable y, al mismo tiempo, nos ilustras sobre como analizar críticamente los valores de un espectáculo, al señalar sin ambages los aspectos positivos del mismo.

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