El necesario sentido de la "Amistad" cobra forma en una comedia de Juan Mayorga donde la vida y la muerte están muy presentes


La amistad... ese divino tesoro que ameniza la vida y le otorga el fugaz barniz con que se adorna la soledad compartida. Nada más humano que la necesidad de compartir recuerdos, atesorar vivencias recordadas por otros que certifiquen que una vez existimos y seguimos haciéndolo. El amigo es una especie de notario vital dispuesto a confirmar lo mejor de nosotros... a veces. También es la voz de una conciencia ajena que anota con detalle cuanto queremos olvidar, nuestras carencias, imperfecciones y debilidades; todo eso que nos humaniza y también suele humillarnos a nuestros propios ojos.

Sobre este bello y gran tema, lleno de aristas, resquicios y posibilidades, el siempre poliédrico y sorprendente Juan Mayorga se ha lanzado a estrenar una nueva creación que vuelve a romper expectativas. En nada se parece este Mayorga al autor de El Golem, que hace apenas un año comentábamos desde estas mismas páginas. Más cerca se halla del autor discursivo, reflexivo, intimista -sin rechazar los guiños cómicos habituales en sus piezas- de otros textos, como Silencio -salvando muchas distancias-. Y es que algo de monólogo tiene el diálogo a tres voces sostenido entre Manglano (Ginés García Millán), Ufarte (José Luis García-Pérez) y Dumas (Daniel Albadalejo), tres amigos de toda la vida, ya entrados en la cincuentena, que iniciaron su andadura juntos en el colegio y la han compartido hasta ese momento en el que, con la excusa de un divertido y macabro "juego", van a repasar y afrontar la verdad de cuanto los separa y los une.

Competitividad, luchas de poder, envidia, relaciones interesadas, celos, amores compartidos o no, secretos inconfesables, afloran -de forma natural y civilizadamente aceptada, sin dramatismo alguno- en este encuentro post mortem en vida, escrito en clave cómica, que constituye un sincero homenaje a la amistad; con todos sus defectos, la máxima prueba -junto con el amor- de nuestra existencia y de nuestra dimensión humana.

El principal acierto de esta comedia reside en su planteamiento mismo, al relacionar la amistad con una muerte que, siendo la antítesis de aquella, suele convertirse en el destino inevitable en el que vuelven a encontrarse los viejos amigos. Y el autor lo hace utilizando un conocido recurso en la dramaturgia tradicional, como es el del fingimiento mortuorio para que el "difunto" pueda escuchar cuanto opinan verdaderamente de él sus allegados (me viene ahora mismo a las mientes El ajedrez del diablo, de Joaquín Calvo Sotelo); solo que aquí el fingimiento es conocido y compartido por todos, que pasarán sucesivamente por la prueba. El carácter repetitivo del recurso es lo que resta, en nuestra opinión, sorpresa y efectividad a este, que termina convirtiéndose en un mecanismo previsible que no aporta nada al conjunto de la pieza y la hace decaer en una progresiva languidez rayana en ocasiones en el aburrimiento, a pesar del carisma y la fuerza escénica de los tres actores que componen el reparto.

La falta de un conflicto claro convierte la obra en un mero ensayo dramatizado en torno a la amistad que resta efectividad, como obra teatral, a la pieza. La sensación que queda al apagarse las luces es la de "bien... ¿y? ¿Algo más?..." Cierta frialdad nos deja, a pesar de la importancia del tema abordado. Tratándose de un teatro de palabra, en esta ocasión se diluye más fácilmente el verbo en el olvido que la prestancia sobre el escenario de los tres grandes intérpretes que protagonizan el montaje -Ginés García Millán, José Luis García-Pérez y Daniel Albadalejo-, cuyo trabajo es, simplemente, perfecto. Impecable nos parece asimismo la dirección, a cargo de uno de los actores, José Luis García-Pérez; y seguro que recordaremos durante bastante tiempo ese excelente espacio escénico y el vestuario diseñados por Alessio Meloni, que combinan el duelo con la rústica amplitud de una especie de granero donde reina la madera, mientras fuera se oye la algarabía de la fiesta.

La necesidad y el sentido de la amistad, junto con la inevitable certeza de la muerte, reverso de la propia vida, se dan cita en una comedia marcada con el sello de la calidad, no hay duda de ello. La idea de Mayorga y sus palabras son de absoluto interés, los actores elegidos derrochan maestría, al igual que el equipo artístico que da forma al conjunto, junto con la correctísima dirección de García-Pérez... Sin embargo, algo falla en el resultado final. Como siempre, por supuesto, puede tratarse de un error en nuestra percepción; que, por cualquier motivo, no supiéramos estar ese día a la altura de la creación presentada. Lo cierto es que, honestamente, nos faltó algo. Quizá nuestras palabras puedan inspirar, despertar dudas y provocar el interés -pues sin duda lo tiene- por esta Amistad que se mantendrá hasta el 5 de marzo en la sala Fernando Arrabal de las Naves del Español. Como siempre, vayan, disfruten -es difícil no hacerlo en el teatro- y juzguen ustedes mismos.

José Luis González Subías


Fotografías: Javier Naval

Comentarios

  1. Muy buena reseña , en el teatro es la obra el factor vital .

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