"El proceso", de Ernesto Caballero, revive en forma dramática el asfixiante universo kafkiano

 

Algún día será necesario explicar a qué se debe la desaforada proliferación, en nuestros días, de adaptaciones y versiones teatrales de textos nacidos originalmente con una finalidad muy distinta. La novela, ese género literario narrativo de larga extensión, creado para comunicar con su receptor a través de una sosegada lectura, está convirtiéndose -junto con los musicales- en el género rey de nuestra escena, convenientemente adaptado -eso sí- a la forma dramática. Cualquier habitual al teatro habrá podido comprobarlo. 

Sí, es cierto que este hábito no es nuevo en modo alguno. Muchísimas novelas francesas fueron llevadas al teatro -a veces por sus mismos autores- en el siglo XIX, y sus traducciones hicieron lo propio en los escenarios españoles decimonónicos. Por entonces los defensores de la escena nacional, en aras de impulsar la literatura dramática española original, fueron muy críticos con una costumbre -el llamado "furor traductoresco"- que incluso la mayoría de ellos mismos cultivaron. No sería difícil establecer una analogía, en este sentido, entre la situación del teatro nacional hace dos siglos y el fenómeno que mencionábamos al inicio de nuestro artículo. No hay duda de que resulta más ventajoso para un teatro privado, o un productor, que apuestan sus dineros, invertir estos en productos que aseguren un potencial consumidor, mejor cuanto más amplio; y no hay duda de que acudir a títulos de relevancia y conocidos, da igual el género, del mismo modo que recurrir a nombres cuya popularidad garanticen asimismo el interés del consumidor es, más que lícito, quizá necesario para que la industria teatral pueda mantenerse y prosperar. Ahora bien, ¿es ese el mismo parámetro que debe regir la programación de los teatros estatales, autonómicos o municipales? Más aún, ¿acaso no hay obras dramáticas suficientemente atractivas, nacionales o extranjeras, para nutrir nuestros escenarios e interesar al público? 

Una novela, por su propia especificidad genérica, posee unas características formales que la hacen muy distinta al discurso dramático. Grandes adaptaciones de textos novelísticos hemos visto sobre los escenarios en los últimos años, algunas realizadas con notable acierto por importantes dramaturgos cuya experiencia les faculta -no podía ser de otro modo- para arrostrar con éxito dicha tarea. A pesar de contar con la base de un texto previo -que debe respetar-, son muchos los escollos con los que el dramaturgista o versionador se enfrenta en su tarea: obras con multitud de personajes, permanente discurso de un narrador que debe sustituirse -o no- por la voz de aquellos, ahondamiento en el universo interior de protagonistas cuyo pensamiento no cesa de bullir, ausencia de conflictos dramáticos... pero, sobre todo, un ritmo diametralmente distinto al del lenguaje escénico, cuya singularidad e inmediatez exigen un dinamismo inexistente en la novela. En fin, todo dramaturgo dedicado a estas lides sabrá perfectamente de qué estoy hablando.

En ocasiones el experimento -que, a juzgar por su reiterada práctica, merece la pena- sale bien, y el resultado es el de una obra teatral con plena entidad dramática; pero, a veces, la pátina narrativa de la obra original se impone y no deja crecer a su retoño escénico como debiera. O simplemente, la complejidad del universo surgido de la mente del escritor, sus recovecos y profundidades, que necesitan del remanso lector para adentrarse en ellos, puede hacer la tarea del dramaturgo infructuosa e inevitablemente incompleta. Algo así hemos percibido en El proceso que, desde el pasado 17 de febrero, se representa en las tablas del Teatro María Guerrero. Ernesto Caballero, autor de la obra, basada en la célebre novela homónima de Franz Kafka, y director del montaje que nos ocupa, ha realizado un excepcional trabajo, no nos cabe duda; tan excepcional y sobresaliente como el del reparto actoral que le ha dado vida y el del equipo artístico que ha acompañado a Caballero en su aventura. Una Mónica Boromello que vuelve a crear una escenografía llena de intensidad e intención, capaz de otorgar un alto valor estético a un conjunto de piezas movibles y multifuncionales con las que se recrea, gracias a la oscuridad de su pintura, el laberíntico e infernal mundo en el que Josef K. se adentra. Una oscuridad cadavérica y fantasmal, ilusoria, a la que contribuye el vestuario creado por Ana Tusell, la música y la ambientación sonora de José María Sánchez-Verdú y Miguel Agramonte, y la caracterización de Sara Álvarez, cercana, en su exagerada visibilidad y el tono blancuzco de la mayoría de los rostros, al universo del absurdo.

Es indudable que Caballero trata de remitirnos a un código de irrealidad fantasmagórica de raigambre simbolista y expresionista, con elementos del absurdo y, en ocasiones, cercana al surrealismo. Con ese lenguaje, recrea la historia de Josef K., desde su inexplicable detención hasta su ajusticiamiento en un lugar apartado, lejos de cualquier jurisdicción lógica y de un modo ajeno a cualquier forma de justicia. El sinsentido kafkiano está presente en la obra de Ernesto Caballero, que se inicia anticipando ya su desenlace. No importa el camino hacia el que K. se dirige, sino cuanto se encuentra en él y él mismo va descubriendo de sí. Condenado por un tribunal sin rostro, del que forman parte cuantos se cruzan con él y quienes incluso aparentemente tratan de ayudarlo, la locura de un mundo gris, agónico, asfixiante e ilógico, dominado por un ejército de funcionarios anónimos que siempre cumplen órdenes de alguien superior, a quien desconocen, se impone. El recorrido de K. nos recuerda al de tantos otros personajes, dramáticos y no dramáticos, de la literatura, entre ellos el de nuestro Max Estrella, engendrado por los mismos años en que lo hacía el procesado de Kafka.

La propuesta de Ernesto Caballero es defendida sobre el escenario por un elenco de ocho excelentes actores, encabezados nada menos que por Carlos Hipólito, en el papel de Josef K., que defiende con impecable maestría. El resto de los más de veinte personajes que rodean a este son interpretados por Felipe Ansola, Olivia Baglivi, Jorge Basanta, Alberto Jiménez, Paco Ochoa, Ainhoa Santamaría y Juan Carlos Talavera; la mayoría de ellos, veteranos y solventes actores con quienes Caballero ha trabajado con anterioridad.

El proceso contaba con todo lo necesario para ser uno de los grandes acontecimientos escénicos de la temporada; un experimentado dramaturgo y director al timón, un equipo artístico de primera a su servicio, y un reparto del mismo nivel. Los elementos han sido armonizados y dirigidos de forma impecable; la creatividad es continua en todo el espectáculo, que no deja de enviar señales al público. Y sin embargo, hay algo... ese no sé qué que queda balbuciendo pero no acierta a arrancar. No sé si me explico (la verdad es que sí lo sé). El resultado final, a pesar de reconocer que nos hallamos ante un montaje de una excepcional calidad, nos resulta algo frío y lento. Le falta ritmo a la obra. O quizá no supimos bailar a su son, ¡qué duda cabe!

Como siempre, la mejor forma de comprobarlo es acercarse al Teatro María Guerrero, donde El proceso de Ernesto Caballero, basado en la novela de Kafka, se mantendrá hasta el próximo 2 de abril. ¡Pasen y vean!

José Luis González Subías


Fotografías: Luz Soria

Comentarios

  1. Javier Moreno Antonino10 de marzo de 2023, 22:34

    Amigo Subía: cuando escribí un comentario a tu crónica de La vida es sueño discrepando en un punto de tu opinión de que la representación era perfecta en todos los sentidos, tu elegante respuesta justificó plenamente el tiempo que dediqué a escribirlo, pues con ella surgió el milagro del diálogo del que tan escasos estamos en estos tiempos revueltos social y políticamente.
    Respecto a esta genial crónica de El Proceso, que acertadamente calificas de “montaje de excepcional calidad”, no coincido con tu opinión de que dicho montaje tenga algún sesgo comercial, pues la obra es claramente incómoda para el espectador medio y, por ello, se representa en un teatro nacional sin problemas de taquilla.
    Coincido contigo en que en algún momento puede aparecer frialdad y falta de ritmo en el desarrollo, pero partimos de un libro complejo con esas características del que Ernesto Caballero ha hecho un encaje teatral sin la menor fisura y, claro, el espíritu del original lo impregna todo y esa es una de las virtudes que concedo a este montaje, pues el espectador siente el mismo desasosiego que la literatura de Kafka produce sin necesidad de acudir a las páginas impresas.
    A esta puesta en escena comprometida le auguro un futuro lleno de reconocimientos, y de ti espero que desde tu bambalina sigas guiando nuestros pasos hacia las salas donde se mantiene alto el pabellón del arte escénico.

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    Respuestas
    1. Estimado Javier:
      Gracias por tus amables palabras y el tiempo que dedicas a leer mis escritos, y a comentarlos, cuando es menester, con ese tono siempre tan mesurado y juicioso. Tus opiniones enriquecen estas páginas.
      Aunque coincido contigo en la excelente opinión que te merece este excepcional y difícil trabajo, permíteme aclarar que en ningún momento afirmo que "El proceso" sea una obra comercial (adjetivo que, por otra parte, para mí no tiene valor peyorativo alguno). Nada más lejos; se trata de un texto y un montaje tan complejo, difícil y de categoría superior como la novela de donde procede. El único "pero" que le pongo es precisamente ese, que forme parte del "furor adaptador de novelas" que hace tiempo inunda los escenarios españoles. Novelas siempre conocidas y de prestigio, por supuesto. Y mi pregunta sigue siendo: ¿acaso no hay dramaturgos de calidad dentro y fuera de nuestro país? ¿Qué necesidad hay de recurrir a la adaptación de obras ajenas, creadas con una finalidad muy distinta a la de ser puestas sobre un escenario?
      A eso es a lo que dedico la introducción de este artículo, antes de meterme en materia con el montaje y la obra de Caballero, cuya calidad es incuestionable. A pesar de lo cual, es posible haya sido víctima, en cierto modo, del a veces infructuoso reto de transformar la novela en teatro.
      Un saludo.

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    2. Javier Moreno Antonino11 de marzo de 2023, 4:25

      Es un placer cambiar impresiones contigo. Aparte del buen hacer actoral, me pareció excelente la dirección en cuanto a utilizar oportuna y adecuadamente los ingeniosos y originales efectos escénicos para evitar la monotonía en el discurso, dando así vivacidad a la escena.

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