"Los chicos del coro", un espectáculo imprescindible, para todos los públicos, que deja un bello regusto en el corazón


No creo equivocarme al afirmar que Los chicos del coro se ha convertido en el gran acontecimiento teatral de la presente temporada. Si el pasado 25 de febrero alcanzaba y celebraba sus primeras cien representaciones tras su estreno, el 16 de noviembre de 2022, en el Teatro La Latina, a estas se han sumado y seguirán haciéndolo, muchas otras, con la seguridad de que, a cada una de ellas, acudirá puntualmente un público entregado, siempre atento y fiel a la llamada del buen teatro. Porque eso y no otra cosa es esta excepcional producción en la que no se han escatimado medios técnicos ni recursos humanos para lograr el mejor resultado.

A partir de la conocida película francesa Le choristes (2004), dirigida por Christophe Barratier sobre un guion de su autoría -con música asimismo de este y Bruno Colais- y de Philippe Lopes Curval, inspirado en una película previa, La cage aux rossignols (1945), dirigida por Jean Dréville, y sin perder de vista el musical que triunfó en París durante dos temporadas completas, el dramaturgo Pedro Víllora ha sabido adaptar a la escena española una excelente versión de la obra que, entre sus muchos, muchísimos, aciertos, ha sido capaz de distanciarse de sus referentes previos, respetando al mismo tiempo el contenido de una pieza que sigue siendo totalmente reconocible por el público que asiste a verla, normalmente familiarizado con su precedente cinematográfico. Todo sigue recordando a este; el ambiente, la sensibilidad, las canciones, la algarabía de los niños, el intransigente director Rachin, la bondad del profesor Mathieu, los sucesos en el internado... Pero el adaptador ha sabido dar una personalidad propia a un texto que, siendo fiel al original francés, se enriquece y actualiza con aportaciones netamente originales.

Además de verter al español una excelente versión de Los chicos del coro, con un lenguaje cercano y realista absolutamente adecuado al registro de los diferentes personajes, otorgando a los pasajes, cuando es necesario, el lirismo emotivo apropiado para la expresión de los elevados sentimientos humanos -y artísticos- que emanan de la historia, Víllora ha realizado una significativa, y muy acertada a nuestros ojos, modificación en la obra, al incorporar a la trama, como alumnas, a un grupo de niñas que, a causa de un accidente ocurrido en su propio colegio femenino, han sido instaladas temporalmente en este "Fondo del Estanque" al que aportan un colorido distinto, más vital, fresco y alegre. Esta decisión es definitiva para convertir el atenazante y gris espacio de un internado de posguerra -la acción transcurre en 1949- en un lugar diferente en el que el director Rachin y sus métodos disciplinarios resultan anacrónicos y retrógrados, y este, convertido en un personaje casi ridículo y caricaturizado. El drama que subyace en la historia del profesor Clément Mathieu y los chicos indisciplinados a los que devolvió la ilusión a través de la música, convirtiéndolos en un coro angelical, adquiere aires de comedia -sin perder su hondo sentido- con este acertado añadido, que será apoyado en el montaje por el tratamiento de los números musicales incluidos, el vestuario y, en conjunto, el ritmo y la intención aportados al espectáculo por su director, Juan Luis Iborra.

Las modificaciones de esta excelente versión española de Los chicos del coro afectan también a los personajes que intervienen en la acción, que han sido reducidos siguiendo una máxima necesaria en el teatro; la de su esencial economía. Así, los profesores Chabert y Langlois, que imparten Educación Física y Matemáticas respectivamente, se funden en este último, convertido ahora en profesora Langlois, llegada al internado junto con las alumnas del colegio que dirige. Una excelente Eva Diago da vida a este personaje, cercano, lleno de fuerza, cuya presencia dota a la escena de vigor y vitalismo.

Jesús Castejón
interpreta a un profesor Mathieu sensible y delicado, de aspecto bonachón e inteligente, capaz de sentir la empatía necesaria hacia unos niños necesitados de cariño y estímulos positivos para extraer lo mejor de ellos. Rafa Castejón, por su parte, recrea un espléndido director Rachin, antítesis de Mathieu, cuyo autoritario engolamiento se reviste de una singular elegancia que Castejón sabe recrear como pocos. Acompañan a estos, interpretando al resto de personajes adultos del reparto, Raffaela Chacón (cover de Natalia Millán) como Violette Morhange, y Enrique R. del Portal, alternante de Antonio M M en la función del pasado 20 de marzo, en el papel de Maxence; a quienes podemos sumar al joven Iván Clemente, que da vida a un díscolo Mondain que aporta la nota grave y dramática a la acción, con su espectacular voz de barítono.

Al excelente trabajo interpretativo de este grupo de actores, que añaden a su capacidad actoral un más que aceptable dominio del canto, se suma la poderosa aportación de los niños y adolescentes que pueblan el escenario; un total de sesenta y tres jóvenes intérpretes -apoyados por cuatro excelentes músicos (Isabel Fernández -piano-, Adrián Merchán -oboe y corno inglés-, Rebeca García -viola- y Luz Fernández -violonchelo-)- entre los que se reparten en cada función los quince alumnos -cuatro de ellos muchachas- que intervienen en la obra. Todos ellos, incorporados, tras una exigente selección, a este ambicioso proyecto en el que prima la calidad, la inocencia y la ternura. Sus armoniosas voces traspasan el alma y consiguen crear esa atmósfera especial, casi divina, que eleva el espíritu

Y es que, siendo la música el principal ingrediente de un montaje -no lo olvidemos- perteneciente a la categoría de los musicales, Los chicos del coro tiene algo que lo diferencia frente a otros espectáculos de este género que se ofrecen en las carteleras madrileñas; y es la historia sobre la que las notas se construyen y las palabras que se alzan junto a ellas; una historia sensiblemente humana destinada a conmover y a adentrarse en la zona más íntima y desnuda del público, aquella donde duermen sus más nobles sentimientos

Mucho tiene que ver en el resultado final de este emotivo y deslumbrante trabajo escénico la labor de su director, Juan Luis Iborra, al que ha acompañado en su tarea un equipo artístico sobresaliente; desde Pedro Víllora, traductor y adaptador del texto de Barratier y Curval, autor asimismo de las modificaciones añadidas a la pieza y de las letras de las canciones adicionales añadidas al montaje por Rodrigo Álvarez, su director musical, a David Pizarro, responsable de una impecable escenografía, plena de realismo y (co)medidas alusiones simbólicas, cuya espectacularidad, reforzada por un magnífico trabajo de iluminación a cargo de Juanjo Llorens, nos hizo recordar tanto los suntuosos espacios del drama romántico y la ópera como los decorados de lejanos y emblemáticos musicales estadounidenses del pasado siglo. El vestuario de Iria Carmela Domínguez, el atrezo, al cuidado de Roberto del Campo, o la caracterización de Silvia Lebrón-Rojas contribuyen a recrear el ambiente de ese internado de la Francia de posguerra donde transcurre la trama.

Mucho nos hemos alargado hoy en la descripción y el elogio de un espectáculo teatral y musical que, como señalábamos al inicio de esta reseña, estamos convencidos de que será -lo es ya- uno de los grandes acontecimientos escénicos de esta ya muy avanzada temporada, al que aguarda un largo recorrido y -seguro- grandes reconocimientos. No pueden perderse esta bella y cercana versión de Los chicos del coro, a cargo de Pedro Víllora y dirigida por Juan Luis Iborra, que permanecerá en el Teatro La Latina hasta principios de julio. Un espectáculo imprescindible, para todos los públicos, que deja un bello regusto en el corazón.

José Luis González Subías


Comentarios

  1. Durante mi pasada estancia en Madrid a finales del pasado año, vi anunciada dicha obra, pero aunque me propuse ir a verla, la pospuse por ir viendo otras y finalmente después de más de 15 visitas a ver teatro no fui a verla. Cuanto lamento no haberlo hecho, fue de las obras que tenía agenda da para ver y se me quedó en el listado…

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    1. Creo que le habría gustado, amigo Ramos. Si vuelve por aquí antes de julio, es una cita obligada.

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