Ramón Paso retorna a Lorca para ofrecernos una original versión en "Ausencia de Bernarda"


Ausencia de Bernarda es el título de la nueva producción que la compañía PasoAzorín exhibe, desde el primer viernes del ya huido mes de marzo, en la madrileña sala Nueve Norte. En esta ocasión, el todoterreno e incombustible director y dramaturgo Ramón Paso, que irradia pasión y creatividad en todo cuanto realiza, se ha embarcado en una de sus aventuras más arriesgadas al escribir una versión totalmente libre, y muy suya, nada menos que de la conocidísima tragedia lorquiana La casa de Bernarda Alba.

Paso es capaz de bailar con vampiros, abrazarse al abanico de Wilde o de su hermano Ernesto, darle la réplica a Woddy Allen y una vuelta de tuerca a Henry James, e incluso alternar con Shakespeare en amistosa confraternidad, mientras escribe comedias divertidamente serias entre mensajes, Filomenas, legados familiares, rameras babilonianas y relaciones sexuales tan relativamente serias como un móvil en las manos. Y, como ha demostrado, no tiene reparo alguno en marcarse un pas de deux incluso con el propio Lorca.

No es Ausencia de Bernarda una adaptación del texto del malhadado poeta granadino
. Quien acuda al teatro con esta pretensión no hallará lo que busca, sino algo muy distinto. En primer lugar, como muy bien se anticipa en el título de la pieza, no es Bernarda la protagonista absoluta de la escena, con su autoritarismo castrador y asfixiante; si su presencia se percibe como una permanente amenaza, visible incluso en su ausencia, no es esta quien acapara el verdadero interés del dramaturgo, sino sus hijas, esas cinco mujeres que gritan, maldicen, sufren, sueñan, aman y lloran desde la oscuridad del recinto donde habitan, aumentado intencionadamente por el luto de encaje íntimo -luctuosa insinuación de rictus trágico- que cubre su cuerpo, en marcado contraste con la blancura amortajada de las paredes de la casa de Bernarda Alba (de apellido tan blanco como su nombre).

El deseo de hombre y libertad, hecho nombre en Pepe el Romano, cobra forma humana en una versión que lo resucita para darle cuerpo y voz en escena, y añade otras interesantes variaciones respecto al original que afectan a la relación de las cinco hermanas y a su complejo estado psíquico y emocional, el importante papel que asume Poncia en la obra y, especialmente, al final con que el autor resuelve el conflicto sobre el que ha querido centrar su atención: el sometimiento de las hijas de Bernarda y su condena al luto; símbolo de una condena que trasciende la escena para señalar a los nuevos lutos que hoy nos atenazan y a las Bernardas ausentes que los imponen.

Frente a un último texto lorquiano cuya poeticidad se ha trasladado a un angustioso realismo salpicado de símbolos, la obra de Ramón Paso, cuyo montaje ha dirigido, recurre al minimalismo simbolista con que suele vestir escénicamente sus textos. La caja negra del escenario se ha convertido en un espacio cerrado donde imaginamos las distintas habitaciones de una casa tan ausente y presente como la propia Bernarda. Tan solo cinco banquetas y taburetes, de diferente tamaño, todos pintados de rojo -rojo sangre, rojo fuego, rojo vida y muerte-, que no dejan de utilizarse y cambiarse para modificar los lugares en que sucede la acción y recrear puertas, barandas y escaleras, en un muy acertado uso escénico -reconocible en los montajes de Ramón Paso- cuyo "juego" se apoya exclusivamente en la iluminación y en una banda sonora de aires roqueros que aporta la frescura desenfadada y vital con que el dramaturgo y director firma sus creaciones. Juego que protagonizan esas inconfundibles actrices que hacen vivos sus textos, con sus habituales Ana Azorín (Poncia), Inés Kerzán (Angustias) y Ángela Peirat (Martirio), a las que se suman en esta ocasión Alba Barbero (Adela), Mireia Zalve (Magdalena) y Clara Romeu (Amelia); y el actor Jordi Millán (Pepe el Romano), también habitual en las producciones de la compañía.  

¿Qué llevó a Ramón Paso a recrear una historia y un conflicto escrito por Federico García Lorca hace ya casi un siglo? ¿Qué queda de Lorca en el texto y el montaje de aquel? Si bien probablemente no haya autor más alejado de Ramón Paso que el poeta granadino en su concepción del hecho teatral y de la literatura misma, ambos coinciden en su denuncia de la represión y el anhelo común de libertad frente a las imposiciones de un "orden" social generalmente uniformador y castrante. Resulta difícil ver a Lorca -a pesar de que sus palabras afloran en varios momentos- en la versión escrita por Ramón Paso, que realmente ha creado una obra original, cuya voz es inequívocamente propia... pero sin llegar a serlo. Me explico. En mi opinión, esa mixtura pretendida por el dramaturgo, esa fusión, precisamente por el muy diferente tono y estilo de ambos autores, supone un incómodo peso en esta ocasión para Ramón Paso, que no puede volcar sobre la escena sus mejores recursos dramáticos: el desenfado, el gamberrismo, la irreverencia inteligente... que tratan de aflorar, pero no llegan a hacerlo con suficiente fuerza, lastrados, precisamente, por Lorca. Ni siquiera el ritmo a que nos tiene acostumbrados, que en esta ocasión, creemos, languidece, arrastrado o absorbido quizá por el ambiente trágico, asfixiante, que preside la acción desde el inicio hasta el fin, donde el autor nos sorprende con un desenlace que imposibilita la catarsis vital, desdramatizadora y festiva con que Ramón Paso finaliza sus montajes.

En cualquier caso nos hallamos ante un experimento teatral y creativo que tiene mucho interés y nos muestra nuevos matices de ese dramaturgo irreverente y burlón, curioso y perspicaz, que es siempre Ramón Paso, cuyas obras conviene no perderse. Ausencia de Bernarda permanecerá en la sala Nueve Norte, todos los viernes, hasta el 28 de abril.

José Luis González Subías


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